PENSAMIENTOS CANTANDO EL ALLELUYA DE HAËNDEL
Por José-Luis Félez
Soriano
Amigos:
Prometo no daros más la tabarra durante un tiempo. Actuaré como un amigo
mío que dice con cierta frecuencia: “¡Qué guapo estoy con la boca cerrada!”.
Pero tras el estruendo del Tambor, el dramatismo del Vía Crucis y el dolor
humano de la Vida y Muerte, quizás no esté muy fuera de lugar esta exultación
del Alleluya, una vez acontecida la Resurrección.
También fue escrito en agradecimiento por el fruto de la Coral Parroquial
a favor de toda aquella gente que acudía con fervor e interés a las misas que
armonizábamos. ¡Cuánto y qué bueno me ha proporcionado la música y en especial
el canto coral, en todos los órdenes de mi vida!
Hice una grabación en cassette en la que recitaba lo escrito y en el
punto segundo, donde figura un asterisco entre paréntesis, arrancaba los sonidos
del Alleluya, coincidiendo ambos en un final gozoso.
Que estos pensamientos míos tan viejos, tan actuales, os sean favorables
y permitan que gocéis más de un feliz acontecimiento: CRISTO HA RESUCITADO.
José-Luis Félez Soriano
Zaragoza, abril
2006
PENSAMIENTOS CANTANDO EL ALLELUYA DE
HAËNDEL
(A modo de XV
ESTACION)
(Domingo de Resurrección. Parroquia de Ntra. Sra. de los
Dolores)
La mano, al fin, abre el primer compás y el
órgano, impetuoso, violento, explosivo, rompe el silencio y, alegre, (*) ofrece todo su jugo ante la imperativa
llamada de unas manos fuertes y
sensiblemente decididas.
Y un rosario de Alleluyas, que aguardaban su momento apelotonados en las
gargantas, salen rítmicamente, midiendo
perfectamente compás y tiempo, ocho alleluyas recios, bravíos, dulces, agudos.
Ocho veces “alleluya”..., treinta voces “alleluya”... ¡240
“alleluyas”!
Miro las caras atentas, entregadas a mis manos y siento el orgullo
indescriptible de ver aunadas treinta voces y un órgano a mi solo movimiento,
mientras Cristo, abajo, se está repartiendo.
¡Treinta voces “alleluya”! ¡Treinta voces “Gloria a Dios grande,
Omnipotente...”! Algo ha ocurrido que trastorna la unidad... Gloria a Dios
Grande y Omnipotente... Sí, de este grito común arranca el motivo. Treinta voces
dando gloria a Dios grande y omnipotente han enardecido los corazones, que no
las caras y ahora los “alleluyas” se disparan con orden, sí, con compás y ritmo,
sí, pero encorriéndose unos a otros, confundiéndose entre sí. Ya no suenan a la
vez, no se pueden permitir el lujo de hacer un silencio común; los “alleluyas”
se han vuelto locos, fieros, hasta que la vuelta de la página nos trae un
silencio.
La locura, la fiereza han
remitido. Los “alleluyas” han desaparecido, agotados, a reponer fuerzas y otra
vez treinta voces conteniéndose, con temerosa ternura, reconocen que “sólo Él
Rey será” recreándose en el final. Hasta que en tono solemne, con convicción,
afirman que “junto al Verbo, sobre el mundo, imperio tendrá”. Voces graves
aseguran que “por siempre Él reinará, siempre reinará”. Voces fuertes que lo
confirman, voces suaves que lo reafirman, voces agudas que lo lanzan a los cuatro vientos. Y
mientras unos le piropean, “Rey del Sol, de reyes Rey”, suave, con dulzura
primero y repitiéndolo hasta llegar a un supremo esfuerzo, otros insisten: “por
siempre”. Y nuevamente con ímpetu, con orgullo, con alegría, con satisfacción,
con gratitud, treinta voces vuelven a gritar “alleluya”. Viene un silencio. Dos
tiempos. Y en un alarde de fuerza, de vigor, de contento, de esperanza, de vida,
treinta voces, un órgano y una mano se unen íntimamente para dar el último
alleluya. La nota final queda firmemente sostenida, sin temblar, expectante, y
en ese momento de íntima satisfacción, de gozosa alegría, de profundo
agradecimiento, con las manos en alto, con los ojos mojados, le dije a Dios una
oración:
Gracias, Dios. Gracias por tu asistencia, gracias por tu ayuda, gracias
por tu comprensión, gracias por tu felicitación, gracias por tus
gracias.
Gracias, Dios, gracias por Juan Ignacio, (Juan de discípulo amado,
Ignacio de apóstol bravío), gracias por sus manos en las teclas, por sus pies en
los pedales, por su vista en la partitura, por su oído en el
sonido.
Gracias, Dios, gracias
por los bajos, por su voz grave, amplia,
por su seguridad.
por los tenores, por su voz fuerte, recia, por su
entusiasmo.
por las sopranos segundas, por su voz suave,
dócil.
por las sopranos primeras, por su voz aguda, limpia, por su tremendo
esfuerzo.
Gracias, Dios, por mí. Por mi alegría ante algo bien hecho, por el
orgullo que me hacen sentir, por obligarme a una entrega mayor y continua, por
mis enfados, por mis gritos, por mi alegría, por mi amor hacia ellos, por mi
cansancio, por mis nervios, por su cariño hacia mí, por su paciencia conmigo,
por soportar mi malhumor, por compartir mis alegrías, por sufrir con mi
sufrimiento.
Gracias, Dios, gracias por su cariño entre ellos, por su amor entre
ellos, por sus diferencias entre ellos, por sus celos entre ellos, por su
orgullo entre ellos, por su comprensión entre ellos y también por su
incomprensión entre ellos, por sus rencores entre ellos y por su perdón entre
ellos.
Gracias, Dios, gracias por todo esto que hace que nos sintamos hermanos,
mientras Tú, ahí abajo, te sigues repartiendo.
JOSE-LUISFELEZ
SORIANO
Zaragoza, 1.971