VISITA A LA
CARTUJA DE AULA DEI el 5 de Enero de 1.998 |
Por Rafael Cervera Pérez |
Cerca de Zaragoza se halla la Cartuja
de Aula Dei . Orden monástica enteramente consagrada a la
contemplación ajena a todo ministerio exterior. Alberga a un
número escaso de monjes que no sabría cuantificar.
Es un lugar insólito, para los ojos ávidos de imágenes
mediáticas. Don Javier Ibáñez, sacerdote amigo, (que comparte
con los monjes asuntos propios de su Ministerio), nos llevó
a mi amigo Pepe Cortés y a su hijo Pablo de 11 años. Yo
también iba acompañado de mi hijo Rafael de la misma edad que
el otro muchacho. Penetramos en el recinto cartujano.
Por largo y ancho claustro nos
dirigimos a la celda de Don Pablo. Padre cartujo que se hallaba
postrado en cama por una gravísima enfermedad (
esclerosis múltiple), aunque mantenía la mente muy
despierta, pero apenas podía articular palabra.
Entramos en la celda, que se hallaba en
penumbra .En un pobrísimo Altar situado frente a los pies de la
cama de Don Pablo, se estaba celebrando la Santa Misa. El Abad
del Monasterio, era el celebrante que revestido en ajados
ropajes, ejercía su función sacerdotal . Con ademanes santos y
cuidados, hacían del Hecho Sacramental un momento único,
que no he de olvidar fácilmente. Yo estaba sobrecogido, el
entorno era la antesala del Cielo. Miraba de hito en hito a
los personajes que allí se hallaban. Don Pablo, postrado en su
lecho de dolor, iba revestido con la estola sacerdotal como
co-celebrante de aquella Misa única de valor infinito .Los
hermanos cartujos Don Jose Luis Y Don Guillermo ejercían de
acólitos . Y que luego atendían al enfermo con el calor humano
de un hijo a su padre.
Una vez finalizada la Santa Misa, fuimos
presentados al Padre Abad y al enfermo Don Pablo.
Habiamos comprado unos roscones de
Reyes, como obsequio para la comunidad y Don Javier los colocó
sobre la cama del enfermo a modo de gran escaparate, la cara de
Don Pablo era un poema, su sonrisa no se desdibujaba, parecía un
niño grande, formulaba
sonidos incomprensivos que querían ser frases llenas de
agradecimiento, y todo cuanto quería decir era siempre un piropo
a Jesucristo o a su Madre y nos exhortaba con
pequeñas frases místicas que eran traducidas por Don José
Luis, no salía de su boca otra cosa que no fueran palabras
llenas de espiritualidad. Se le obsequió con una pequeña
figurita de cristal de Murano, simulando una Palomita, la miró
con ternura y pidió se introdujera dentro del Sagrario.
"quiero que sea mi regalo a Jesús, El también necesita de
nuestros regalos, quiero que éste sea el mío". Allí vi a
la Palomica junto al copón, como fiel guardesa de un Jesús
niño. Era una escena cargada de ternura, miré al enfermo y su
sonrisa aún era más amplia si cabe. Los niños ya habían
perdido la primera compostura, y se movían por aquella celda
como si fuera su cuarto de recreo. Los monjes jóvenes estaban en
la Gloria, hacía años que no habían compartido su tiempo con
unos niños. Pepe como buen fotógrafo, cámara en ristre, nos
fotografió una y otra vez, perpetuando aquellas escenas "in
eternum". El final de nuestro tiempo se acercaba, y yo en un
momento de íntima confidencia con el yacente cartujo le dije que
agradecía al Señor aquellos minutos pasados en su compañía.
Me acerqué casi con temblor a su rostro y deposité un beso de
cariño muy humano sobre la frente de Don Pablo. El me dijo
muchas cosas que yo no pude entender, no me importó, sé que
todas sus palabras eran de ida y vuelta hacia el Señor o Maria.
Seguro que me hizo varias recomendaciones. Su mística de
Sacerdote Cartujo lo elevaba por encima de mi tibia humanidad.
La despedida fue larga , pues uno a uno,
besamos al enfermo. Cuando yo salía de aquella estancia supe que
nunca más volvería a ver a Don Pablo, pero estaba seguro de que
acababa de estar con un Santo de Altar. Había vista a Dios en
él.
El hermano cartujo Don Guillermo, nos
enseñó el resto del " habitat," subimos a una
pequeña terraza que posee cada uno de los cartujos, desde
donde puede contemplarse el panorama exterior al Monasterio.
Apenas se podía vislumbrar las chimeneas humeantes de la
papelera de Montañana, pues el arbolado que rodea el entorno
deja poco espacio para escudriñar el horizonte. Todo aquel
lugar es pura ruina, los excrementos de pájaros y demás aves
llenan las escaleras y barandillas, unos grandes agujeros en la
pared dejan al descubierto el maderamen de todo el edificio
cartesiano. Posteriormente nos enseñó el jardín. Una cruz de
palo presidía el espacio, apenas 80 m2, donde la artesanía
individual hace milagros en cada celda. Al fondo está situado un
vetusto taller de carpintería y el retrete desnudo, donde el
monje ha de cumplir con las leyes de la fisiología. Una mueca
tras otra de anonadamiento dejaban en mi semblante un riptus
continuado.
Mientras,
Don Jose Luis, el otro monje de 24 años, había llevado a los
pequeños a enseñarles su producción de miel a una celda
contigua a la suya . Les puso las escafandras para la
manipulación de las abejas y esto hizo las delicias de los
niños. Juguetearon con el monje, haciéndose pasar por guerreros
del espacio, u otro personaje televisivo. Cuando llegamos los
adultos a dicha celda, ya los niños se habían hecho
dueños del lugar, y mientras uno cargaba con un bote de miel de
5 kilos, el otro se endulzaba más con la vista que con el gusto
de un panal de las abejas relleno de cera y miel. Y de esta
guisa, nuestro amigo el fotógrafo, dejó constancia para la
posteridad de aquellas escenas. Don Jose Luis, nos explicó todo
el proceso de la cosecha de miel, el tratamiento de las abejas,
la recolección y luego su pequeña comercialización.
Salimos de esta zona del monasterio y nos llevaron a visitar la
biblioteca. Soy un aficionado lego al tema bibliográfico, y me
intereso por este tipo de experiencias. Frente a semejante
muestrario de libros mi sensibilidad se achica, pero quedo
anonadado y embebido ante su presencia. Me recordaba un tanto la
biblioteca del Monasterio del Escorial e incluso la Vaticana,
pero sin tanto rango y más humilde. Libros de todo tipo
religioso se agolpan en las estanterias y existen 2 pisos repletos de
colecciones: estudios bíblicos, tratados teológicos etc. Pude
ojear alguno, incluso me pareció estar en presencia de un
incunable datado en l650. También Pepe, mi amigo, dio rienda
suelta a su arte fotográfico y disparó algunas instantáneas,
buscando ángulos y contraluces según su gusto.profesional.
La visita a la Cartuja
se estaba acabando, salimos a los claustros, llevando los niños
su carga de miel y nosotros una experiencia única. Aún hubo
tiempo para que los niños, cantaran la Salve Regina que
solicitó Don Jose Luis. Quería que sus voces resonasen por
aquellos claustros donde el silencio es norma habitual y que los
monjes recluidos en sus celdas pudieran sentir los ecos de
aquella salutación Mariana tan conocida, como regalo de esta
víspera de Reyes.
Yo sabía que no
acababa aquí la íntima sensación vivida, había sido mucha la
energía almacenada, en posteriores días tendría que ir
poniendo en orden las vivencias recibidas. Había dejado en la
Cartuja retazos de mi alma, alli quedará para siempre un hálito
de mi espíritu cartesiano. Lo primero que experimenté al salir
fue, reconocer que lo nuestro, lo de esta sociedad en la que nos
movemos nada tiene que ver con cuanto había experimentado
en apenas hora y media. Al llegar a mi casa, recorrí con la
vista la cuantía de objetos, aparatos, utensilios que nos
parecen imprescindibles, todo lo que comporta un
"modus vivendi" llamado occidental. Y un suspiro de
impotencia interior recorrió mi cuerpo. No tenemos remedio.
Aquel recuerdo irá con migo durante mucho tiempo como aldabonazo
Rafael Cervera Pérez