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Arturo Bosque

EL BOMBARDEO QUE ARRASO ALCAŅIZ

 

José-Luis Félez Soriano

En el mes de julio de 1.938 mis padres, Luis y Sofía, me engendraron. Nací el día 11 de abril de 1.939, a diez días de la victoria...

Dicen que quien olvida la historia está obligado a repetirla. De ser así, todo el problema se reduciría a ejercitar la memoria. Sería como el sarampión: una vez pasado, se acabó para siempre. No obstante, y por ese poco de superstición que anida en alguna parte de nuestro cerebro aún a pesar de no querer reconocerlo, quiero hacer un recuerdo de un trozo de historia del cual no fui agente activo ni pasivo –nos vimos abocados a sufrir las consecuencias, todos a partir de mi edad-, y que afectó muy directamente a mi familia. De todo esto debo hacer una salvedad que considero necesaria y obligatoria: prácticamente todo tipo de documentación o historia general no referida al particular caso familiar objeto de este recordatorio, está entresacada del libro de José-María Maldonado, titulado Alcaņiz, 1938. El bombardeo olvidado (Biblioteca Aragonesa de Cultura, Zaragoza, 2003). Precisamente Maldonado dice que han tenido que pasar 65 aņos para saber y conocer del bombardeo de Alcaņiz durante la guerra civil. Ocurrió el 3 de marzo de 1.938, a las 16,10 horas. Lo realizó una expedición de la Aviación legionaria italiana, al servicio de Franco, compuesta por nueve bimotores y tres cazas. En poco menos de dos minutos y una sola pasada, dejaron cientos de muertos y heridos, sin distinción de ideología, sexo, edad o procedencia.

Pero el silencio fue un acuerdo tácito por parte de los dos bandos con el fin de que no sirviera de desprecio para unos y de desánimo para otros. La prensa se limitó a dar una pequeņa noticia a veces incluso errónea: a los aviadores unos los seņalaron como alemanes, otros los tildaron de facciosos, otros simplemente de extranjeros. Nadie sabía que eran italianos ni el tipo de avión que pilotaban. En definitiva, cundió un criterio, más en las filas franquistas: “Lo que no existe no es necesario negarlo”. El día 3 fue el bombardeo, el día 9 se inició el avance franquista sobre el frente de Alcaņiz y el día 14 las tropas rebeldes lo “liberaron”. Según ellos, los destrozos que se encontraron en Alcaņiz fueron obra de “los rojos, en su retirada”, como en Guernica... porque, decían, “la Espaņa de Franco no incendia...”.

La historia, la de mi familia, fue así: El ejército republicano que entonces ocupaba Alcaņiz distribuyó milicianos por distintas viviendas del pueblo en calidad de huéspedes. Y seguro que, como en todos los grupos que pasan de dos, habría de todo. Personas de buen sentimiento, y otras de no tanto. La mayoría, quizás, fue lo que le tocó y donde le tocó. En nuestra casa había alguno. Y, según referencias, tocaron de los buenos. A mis hermanos y primos les regalaron unas entradas o vales de cine y fueron a canjearlas a taquilla, mientras mis otros hermanos, con otros amigos de la cuadrilla, jugueteaban en la Plaza de Mendizábal, bajo la casa donde está todavía la hornacina con San Antón que desde hace muchos aņos se adorna con una guirnalda de naranjas para su festividad, casa que viene reproducida mediante un extraordinario documento fotográfico, en el suplemento de Heraldo de Aragón, número 6, de 2 de marzo de 2003, donde figura el relato objeto de este comentario ampliatorio y en el mencionado libro de Maldonado.

Uno de mis hermanos, el mayor, junto a un primo hermano, fueron a hacer el canje de entradas. En esos instantes y sin previo aviso, tal como se indica, Alcaņiz fue bombardeado. Y la Lonja, el Ayuntamiento, la Excolegiata, se salvaron. No así la Fonda Morera y muchos otros edificios. Mi primo hermano, que ya ha muerto y a quien en vida llegué a querer como nadie puede imaginar, salió incólume. Mi hermano, según referencias que provenían de Manuel Benavente Gascón, fue recogido por éste en el interior del local donde se editaba el diario anarquista “Cultura y Acción”, situado en la plaza de Espaņa, bajo el Hostal Morera, en mi adolescencia tienda de ropa de caballero, “Imán”, hoy Hotel y Bar Guadalope. Mi madre, que salió de su casa desesperadamente en su busca, locura comprensible en esas circunstancias tan bestialmente confirmadas, le interrogó sobre el paradero de su hijo, obteniendo una negativa, para así evitarle la visión de su cuerpo destrozado por la metralla.

A partir de aquí, la pista se pierde y solo sabemos, pues mi madre lo contaba muchas veces con un tono de reproche hacia sí misma, empaņada su dulce mirada con amargas lágrimas, por no haberlo tenido junto a ella y sobre todo no haberlo encontrado, que fue a la Iglesia de San Francisco, comunicada y contigua al Hospital, en cuyo suelo, informalmente alineados, reposaban muchos de los muertos en el bombardeo, buscándolo entre todos los despojos. Si alguien puede imaginarse ese horror...

No sé los motivos por los que, aun sin saber exactamente el lugar de su enterramiento, mi hermano, junto a otra persona, familiar de una amiga de mi madre, no fue enterrado en la fosa común, sino muy próximo a la puerta principal de entrada al cementerio pero sin saber con exactitud el punto en que estaban situados.  Allí se le puso una cruz y allí iba mi madre con mis hermanos a rezarle y llorarle. Cuando tuve edad, también iba yo.

En el aņo 1.956, cuando Alcaņiz sufría las crudísimas heladas del mes de febrero, mi madre hubo de soportar el levantamiento de ese trozo de tierra, por necesidades de ocupación, pero le embargaba la esperanza de encontrar algún indicio de su hijo. Encontró unos restos de botones de una chaquetita de marinero, que ella sabía que llevaba puesta ese día. Y, contenta y triste a la vez tras su encuentro, fue trasladado a otro lugar, donde hoy, circunstancias de la vida, reposa muy próximo a su padre y a su madre, los tres en sitio diferente, los tres a  unos diez metros de distancia entre sí. Con él y Anastasia Mejuto como únicos reconocidos, sepultaron diversos restos de diversos fallecidos en el mismo bombardeo(se calculan en algunos cientos las personas violentamente fallecidas).

Mis hermanos, junto a sus amigos, al oír el rugir tan bajo de los motores de los aviones, huyeron aterrorizados de aquel lugar en busca de su casa y de los suyos, y a los dos minutos aproximadamente de abandonarlo, la fachada del edificio se derrumbó por efecto de las bombas, quedando como la citada fotografía recoge. Al poco acudió allí Fernando Latorre Félez, nuestro primo acompaņante de mi hermano, sin voz en su garganta, ni luz en su mirada, pero felizmente vivo. La tragedia estaba consumada.

Mi padre estuvo preso en Valmuel, con catorce penas de muerte a sus espaldas. Se llamaba Luis Félez Trasobares. Y era su mujer Sofía Soriano Muņoz. Mis hermanos gemelos se llaman Rafael y Jesús. A mí me pusieron, al nacer, el nombre de mi hermano mayor que la guerra mató. Y allí, en un lugar del cementerio hay una cruz con una breve leyenda: Aquí yace José-Luis Félez, Víctima del Bombardeo.  Alcaņiz, 3 de Marzo de 1.938.

En el mes de julio de 1.938 mis padres, Luis y Sofía, me engendraron. Nací el día 11 de abril de 1.939, a diez días de la victoria...

 

José-Luis Félez Soriano