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Arturo Bosque

 

WIRBERTO DELSO, CURA OBRERO 

Laureano Molina Gómez

 

Wirberto ha muerto,

El día 21 de Abril de 2.009, a las 23´15 horas la llama de su vida se apagó. Tenía 73 años de edad.

No pudo vencer la enfermedad que se le había manifestado a penas hacía tres meses.

En febrero, cuando le visitábamos, se deshacía con palabras de agradecimiento por estar un rato con él, o cuando le llamábamos por teléfono.

En el mes de marzo, en lugar de hablarnos, nos cogía de la mano y nos la apretaba con fuerza.

Pero en este mes de abril, éramos nosotros los que le cogíamos sus manos y poníamos las nuestras sobre su cabeza inconsciente.

Deseábamos que nos sintiera cerca de él. No sabíamos si nos percibía. Pero estábamos seguros que el cariño, lenguaje universal de todos, sí que le proporcionaba uno de los mejores cuidados paliativos que en ese trance necesitaba.

Su entierro tuvo lugar el Día de Aragón, el día de San Jorge, el 23 de Abril a las 12 horas con un sol radiante de primavera. Wirberto se fue, pero se queda. Se queda con nosotros porque su recuerdo no va a ser fácil de olvidar. Muchos familiares y amigos le despedimos con un “hasta siempre”.

 

El mismo día otro cura obrero moría en Valencia: Antonio Andrés había nacido en el año de 1.932. Era un artista y vivía de ello, con su pintura y con sus diseños. Lo mismo que Wirberto siempre vivió con justedad y con el esfuerzo de su trabajo. Los tres coincidimos en Agosto de 1.970, en Segovia, en un Cursillo sobre Comunidades Cristianas de Base.

Los ponentes eran José Domínguez, Antonio Andrés, el Obispo de Segovia Antonio Palenzuela, el murciano Fernando Egea, los madrileños Padre Llanos y Tomás Malagón. Las ponencias eran de lo más interesante en aquellos tiempos y quizás necesarias para estos días en que vivimos. El cursillo había sido organizado por la HOAC y por la ZYX  con el visto bueno del obispado de Segovia.

(Los libros “De la misa al tajo. La experiencia de los curas obreros”, recopilado por Xavier Corrales y editado por la Universidad de Valencia, 2.008,  y “Curas obreros. Cuarenta y cinco años de testimonio, 1.963-2008”, de José Centeno García, Luis Díez Maestro y Julio Pérez Pinillos, editado por Herder, Barcelona 2.009, traen el testimonio valioso de Antonio Andrés).

 

 

El periodista Fernando Gutierrez, en su día, hizo una entrevista a Wirberto estando todavía en Fabara y publicó un libro con el título “Curas represaliados en el franquismo”, Editorial AKAL 74. Ante la dificultad de hacerse con el libro el mismo Wirberto lo escaneó para mí. Él no quería darlo a conocer porque no le agradaba que la gente pensase que lo hacía como para justificarse de aquellos hechos. “No tengo nada de qué justificarme”. “Lo hice y lo volvería a hacer”, me decía.

De ese libro extraigo la parte concerniente al “Caso Fabara”. Lo hago en su memoria y por que es justo hacerlo.

 

Zaragoza a 27 de Abril de 2009.

Laureano Molina Gómez.

 

 

 

 

 

 

Wirberto Delso,

 

protagonista del hecho más insólito de la Iglesia Universal

en los últimos años:

 

«Caso Fabara»

 

         El «caso Fabara» ha sido definido por muchos estudiosos como el hecho más significativo, trans­cendente y vergonzoso de la Iglesia española desde aquella pastoral del año 37. Yo lo creo a pie juntillas. Y hay razones de peso para poder afirmar que ni el Vaticano II ha significado tanto en nuestra iglesia «local». El «caso Fabara», pueblecito de Zaragoza, ha sido el banco de prueba de dos teologías encon­tradas, de dos pastorales enfrentadas, de dos menta­lidades religiosas opuestas, de dos concepciones con­tradictorias de lo que en sí misma es la Iglesia. ¡Y todo ello a pocos años del Vaticano II! ¡Como para relamerse los labios! Cualquier- periodista sen­sacionalista daría a mil duros la entrada par ver en qué paraba tan singular match. Y es que pocas oca­siones se habían presentado tan claras para demos­trar si el Vaticano II había sido un Concilio revo­lucionario, o un Concilio de fachada, o un Concilio que dividió a la Iglesia en dos mitades irreversi­blemente.

Por supuesto que el «caso Fabara» es el hecho más insólito de toda la Iglesia Universal contempo­ránea. El adjetivo insólito no hay quien se lo dispu­te; ni dudarlo.

No quiero pecar de sensacionalista y mucho me­nos de frívolo en este «caso», que en realidad no es sino una tragedia en toda regla. Pero el «caso Fa­bara» es de esos acontecimientos que no se llegan a entender del todo si no lo relativizamos un poco.

Es decir, que, opino, el «caso Fabara» se podrá en­tender mejor si lo catalogamos en la categoría de tragicomedia. Porque nadie, conocedor del «caso», negará que si hay ribetes subidísimos de tragedia en estado puro, también los hay de comedia en su mismísima quintaesencia.

Hay por ahí un cómic, un «tebeo» «fabariano», que para mí es de lo mejor que se ha hecho en «hu­mor eclesiástico» en esta nuestra España celtibérica. Creo que he manejado toda la documentación que pueda existir sobre el insólito «caso Fabara»; pero de lo manejado sólo he encontrado en ese «tebeo» la justa interpretación de tan famoso hecho. No es propaganda, pero aconsejo a quien pueda conseguirlo, y poniéndose en contacto con los sacer­dotes dimitidos, que son muchos, lo podrán conse­guir; quien pueda conseguirlo, digo, tendrá la exacta visión del hecho más vergonzoso de la historia ecle­sial española en muchos años atrás y espero que por venir. Si el «caso Fabara» no se toma un poco con humor, se corre el riesgo de, al acabar de interpre­tarlo, coger una bilis de las de órdago.

 

 

Cuando un pueblo cree soñar que se ahoga.

 

Era de noche. Todo comenzó de noche. Con alevo­sía y nocturnidad. No podía ser de otra forma. En una oscura y tétrica noche...

-¡Juan, despierta! ¿No oyes?

-¡Guau, guau, guauuuu! ¡Glub!

- ¡Beee! ¡Glub!

-Glub, glub, glub..

-¡Juan, Juan, despierta, por Dios! ¡Algo está sucediendo! ¿Oyes? ¡Levántate!

-Déjame tranquilo. Ya estás con tus sueños y pesadillas. Calla y duerme, que mañana hay que tra­bajar.

-Muuuu... ¡Glub!

-¡Socorro, socorrooooo! ¡Mis hijos, Dios mío, mis hijos! ¡Ay, ay, sacadme de aquí! ¡Socorroooo! Glub, glub.

-¡El agua, Juan, el agua! ¡Han soltado la presa! ¡La presa! ¡Corre, huyamos!

-¡La presa, la presa, socorroooo!

-¡Suban a los botes; vamos, suban, de prisa!

¡Dejen sus cosas, suban!

- ¡Mamá, mamá! -¡Hijo!

-glub, glub, glub... -Guauuuu... Glub.

-¡Vamos, corriendo, usen los pontones, salgan

      por las ventanas! ¡Agárrense fuerte, de prisa! -Glub, giub, glub, glub...

Y todos los glubs que ustedes quieran. Porque una noche, una fría y tétrica noche, con alevosía y nocturnidad, cuando todo el pueblo dormía, una presa fue soltada. Y las aguas turbulentas hicieron del más espeluznante despertador que se recuerda jamás. En una noche de increíble sobresalto un pue­blo se vio forzado a emigrar.

Y amaneció. Y aquellas humildes gentes, aún mo­jadas sus almas aterrorizadas, vieron... Vieron que no vieron nada: su pueblo, sus hogares, sus galline­ros, sus establos, su iglesia... Ya era todo un pueblo fantasma el que yacía en el fondo del pantano. Y todo... Todo porque una empresa hidroeléctrica puso allí el ojo para su negocio éléctrico. Era Fayón. Un pueblo que se llamaba Fayón. Era.

 

 

¡Gracias a Wirberto aquí no sucederá como en Fayón, ya veréis!

 

-¿Habéis oído? Ahora quieren echarnos de nues­tro pueblo también, como echaron a los de Fayón.

-No, si, ya lo decía yo: se han propuesto que los del Bajo Aragón aprendamos a nadar en colchonetas.

-No es para bromas, José. Dicen que va en serio. Que o nos vamos o nos sueltan la presa una mier­da de noche, cuando estemos todos roncando.

-Sí, sí. Esta misma mañana han venido los de la eléctrica esa. Y dicen que nos dan pueblo nuevo y lo que queramos si nos vamos de aquí.

- ¡Quiá!, yo no los creo. ¿Os acordáis lo que die­ron a los de Fayón? Una pasada por agua. Y cuando más abrazaditos estaban tós. ¿Y después? Los partió un rayo. Que si os vais del pueblo os pagamos vues­tras casas y mierdas de gallineros y os ponernos unas casas con azulejos y to eso. ¡Mentira cochina! Les compraron sus casas a un precio de mierda y tuvie­ron que pagar sus casas del pueblo nuevo a precio de moco de pavo de oro. ¡Quiá, que no! ¡Que a un baturro no se le engaña así corno así!

-- ¡Bien dicho! ¿Y nuestras tierras de labor? ¿Es que las van a reconstruir allí en el cascajo donde nos quieren llevar a vivir? ¡Querrán que vivamos con le­chugas de plástico ese americano! ¡Que no nos va­mos de aquí! ¡Que digo yo que si hacemos turnos de noche no nos mojan los colgajos!

-¡Haremos frente a esos capitalistas!

-¡Bravo, Regnacio! ¡Hablas como si fueras el cura de Fabara!

-¡Qué pasa! ¿Tienes algo contra él? Defendió a los de Fayón y le salió mal porque eran muchos a pisar y pocos a levantar. Pero vas a ver como aquí, en Mequinenza, lo hace bien. Porque levantaremos todos, ¿no?

-¡Quién lo duda! ¡Todo Mequinenza a una! -Oye, Regnacio, tú sabes algo... Dinos, ¿qué plan tiene el cura de Fabara?

-Bueno, pues yo... No sé. No sé. Ayudarnos sí nos ayuda. Lo ha prometido. Y esa palabra de ese cura sí que es palabra de pan. Eso es un cura de los pocos que cría la tierra bien criaos, ¿no?

-Sí, sí; pero desembucha. ¿Qué plan tiene el cura ése? Porque el jodío, hay que reconocer que listo es. Muy listo. Mira tú por dónde voy a terminar yendo a la iglesia antes de ir metido en un ataúd de esos.

¿Qué plan tiene Wirberto? ¿Qué plan tiene el cura de Fabara? ¿Qué podrá hacer el párroco de Fabara por este pueblecito cercano llamado Mequi­nenza?

 

 

Un hombre para el pueblo, Wirberto Delso.

 

«Tengo cuarenta y un años. Trabajé hasta mis diecinueve en la tienda de ultramarinos que mis pa­dres poseían en la ciudad de Zaragoza a donde vi­nieron emigrados de mi pueblo, Aliud, de Soria. Mi mentalidad religiosa era muy tradicional. Muy con­servadora. Ingresé en el seminario de Zaragoza con esa mentalidad. Lo único bueno es que ya entré sa­biendo lo que me hacía. Tuve novia, amistades, el porvenir casi resuelto... Lo dejé todo voluntaria y conscientemente. Sí, tenía ya un espíritu crítico muy desarrollado. Ponía en cuestión tantas prácticas de seminario que yo veía atosigantes, faltas de conte­nido. Pero aún no cuestionaba ni siquiera las for­mas de religiosidad. Ya te dije que yo era un tra­dicional de tomo y lomo en cuestiones religiosas. Pero sí criticaba mucho ese ansia de saber y saber: parece que el seminario era una fábrica de hacer em­pollones. Y nada más. El que mejores notas sacaba era el mejor. Los que no, los peores. Y eso no, decía yo. Ya opinaba que estudiar era importante; pero también lo era formarnos en cuestiones menos me­morísticas y más prácticas que, después de todo, nos íbamos a encontrar entre las gentes sencillas a las que íbamos a dedicar nuestro sacerdocio... Mi sen­tido crítico fue subiendo de tono... Y como castigo, el arzobispo retrasó mi ordenación sacerdotal.»

«Por fin me ordenaron sacerdote y me destinaron al pueblo de Gallocanta. Mi espiritualidad seguía siendo muy tradicional, pero, eso sí, muy humana. Me intenté ganar a los del pueblo haciéndome asequible en todas sus costumbres: jugaba con ellos, bebía con ellos... Me hice lo que se llama el cura simpático del pueblo. Y así llevé a la iglesia a mu­chos. Pero en mi interior iba yo notando un desfase tremendo. Yo quería acercarme a ese pueblo, pero en realidad estaba fuera de él y sobre él. Y es que en el seminario te forman como un robot, para que seas un tornillo cuyo único fin es apretar y apretar a los demás, sin pensar jamás que tu labor es asfixiante y tremendamente negativa.»

«Esta mi lucha interior por servir mejor al pue­blo se concretó en algo: trabajar. Sí, coger un traba­jo manual... Pues muy sencillo; porque yo me ha­cía el simpático, alternaba con sencillez con toda la gente; pero esa gente me veía como lo que era: de otro mundo. Un ser que se acercaba a ellos, con mucha simpatía o lo que quieras, pero que está sobre él siempre. Necesidades económicas no tenía, ni por mi ministerio sacerdotal ni por familia, que no le sobraba dinero, pero tampoco carecía de él.»

. «El Concilio Vaticano II fue para mí algo deslum­brante y nuevo y profético. Lo seguía día a día. Me entusiasmó. Y vi que las teorías que los obispos ex­ponían en Roma mayoritariamente eran las que en mi interior yo había intuido. Y me puse con más ilusión que nunca a la obra' evangelizadora. Puse la reforma litúrgica que aprobó el Concilio en marcha. Aquí empezaron mis primeros choques en serio. Los curas de la zona se me echaron encima. Hasta el arcipreste me acusó de "tirar la sangre de Cristo por las baldosas". Fueron unas épocas de incomprensión tremenda, de zancadillas, de calumnias... ¿Que por qué? Mira, ellos eran de diferentes edades y menta­lidades. De cura de pueblo se está muy bien si no te preocupas nada más que de decir misa y rezar el rosario; pero si intentas cambiar algo más en favor del pueblo... Ten en cuenta que los feligreses, las gentes del pueblo no son tontas y se daban cuenta de quienes estaban de su parte y quienes hacían del sacerdocio una cómoda profesión”.

«Mis ideas fueron madurando con el Concilio, con los primeros choques y sobre todo con muchas lecturas. Recuerdo un libro que me hizo mucho bien y me impresionó. Se titulaba: "Sincero para con Dios"

«Pero no creas que yo era un cura revolucionario o algo por el estilo, no. Tampoco era ya como cuan­do salía del seminario, tampoco. Pongamos que era un reformista, a secas. Eso sí: con un gran espíritu práctico y con unas inmensas ganas de servir al pueblo.»

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

La opresión del pueblo fue la que definitivamente me convirtió.

 

«Parece que mi entrega pastoral en el pueblo de Gallocanta gustaron al arzobispo y "en premio" me ascendió. Me nombró párroco de este pueblo de Fa­bara... Mi espíritu crítico encontró pronto ocasión de saltar. ¡Figúrate que cuando el arzobispo me llamó para anunciarme el nombramiento de párroco no sabía ni mi nombre, ni los habitantes del pueblo, ni dónde estaba exactamente! ¿Puede un pastor go­bernar a sus ovejas si no sabe ni cuántas tiene ni dónde están siquiera? Eso sí, me hizo mucho hinca­pié en que aceptara ir de párroco a Fabara porque "tenía una casa para el cura muy confortable, muy confortable». Esto me lo repitió muchas veces. Figú­rate: sólo sabía del pueblo eso, que la casa del cura tenía muchas comodidades.»

«Ya el año 68 estoy aquí. Y es aquí, en Fabara, donde descubro en toda su realidad y crudeza la vi­rulenta opresión del pueblo rural, la miseria del pue­blo campesino y la manipulación y el caciquismo contra ese pueblo. En esta comprensión me ayu­daron mucho las gentes del pueblo que no son tontas, repito, y se daban cuenta de qué curas estaban de su parte y qué curas hacían del sacerdocio una cómoda profesión.»

“Y en esta comprensión tambien me ayu­dó mucho la J. A. R. C., que funcionaba bastante bien en este pue­blo. Estas juventudes agrícolas me hicieron ver a las claras el sufrimiento, el desprecio en que vive el mundo rural. Y fue entonces cuando descubrí con toda claridad el poder adormecedor de la Iglesia entre estas gentes sencillas y sufridas. La opresión del pueblo fue la que definitivamente me convirtió. Y como veía eso y como, por otra parte, el espíritu revanchista de la postguerra se vivía intacto en Fa­bara, es por lo que abandoné el reformismo del que te hablé para tomar otras concepciones y posturas más radicales. Pero, ojo, que entonces sí tenía muy claro que el capitalismo era muy nefasto, pero nada más. Aún no tenía nada que poner en lugar de ese capitalismo. Del socialismo tenía ideas vaguísimas. Puedes suponerte que en el seminario... Sufrí mu­cho en esta primera etapa. Y sufría porque veía a mi pueblo sufrir y no veía la forma de sacarle de ese sufrimiento.»

 

 

El arzobispo se puso del lado  de los poderosos y nos engañó.

 

«Mequinenza, su presa, la forzada expulsión de sus gentes fue el hito de mi vida. Ahí encontré la so­lución que no había descubierto contra la opresión de mi pueblo.»

La empresa hidroeléctrica E. N. H. E. R, tenía un proyecto según el cual las aguas del pantano que construía debían cubrir el pueblo de Fayón y Me­quinenza. Para ello construyó un pueblo nuevo al que debían irse a vivir sus habitantes. El pueblo nuevo tenía multitud de deficiencias. Eso sí, la igle­sia y la casa del párroco eran un primor. Figúrate que los Tribunales, varios años después, han dado la razón a estas pobres gentes contra la empresa. Ya era demasiado tarde. Las aguas cubrieron los dos pueblos y las gentes tuvieron que emigrar por ahí...

Sí, si, algunos se fueron a vivir al pueblo nuevo.

¡Pero en qué condiciones! La empresa les compraba las casas del pueblo viejo a precios irrisorios y les hacía comprar las casas del pueblo nuevo a precios mucho más elevados. Negocio redondo. Además que el pueblo moderno, en cuestión de urbanismo, deja­ba mucho que desear. Y sobre todo hay que fijarse para ver esta injusticia en toda su virulencia en que las tierras que el agua ha cubierto tenían minas, agricultura... Y donde les han hecho ir a vivir... ¿Es que iban a trasplantar también las tierras fér­tiles y las minas? Ya te digo, una injusticia clarísi­ma. Además, los Tribunales dieron la razón a estas gentes, aunque tarde. Lo que demuestra que lo que pedíamos en aquellos días de follón era justo y muy justo.»

---Regnacio, dile a tu cura ése que esto va defini­toso. Dile que venga o nos ahogan. Teniendo un cura al lado, al menos moriremos confesados. Y ¡hala, al cielo empapados, pero al cielo!

 

La empresa hidroeléctrica E. N. H. E. R, seguía implacable su plan de expansión. ¿Que los vecinos de Mequinenza se oponían? Bueno, ella no tenía tiempo de entretenerse en esas «minucias». Y que anduvieran con ojo en sus protestas: ¡soltaban la presa en plena noche y se acabó! La cuestión no planteaba problemas especiales: teniendo prepara­dos unos pontones, unas barcazas... Y que en pija­ma, los que lo tuvieran, saltaran desde las ventanas.

Pero en Mequinenza no les fue tan fácil como en Fayón y como ellos preveían. Allí estaban cuatro curas dispuestos a morir con el agua al cuello. Pero junto a su pueblo. Lo del agua al cuello no es ironía, no. Ya lo veremos más adelante. Entre esos cuatro curas estaba Wirberto Delso, el párroco del pueble­cito cercano: Fabara. Wirberto, que cuando las co­sas casi se iban a «arreglar», lo enfollonó todo, para desgracia de la empresa E. N. H. E. R. ¡Y cómo lo enfollonó!

«Bueno, sobre el follón, como tú lo llamas, de Mequinenza hay muchísimo escrito, pero ya (que te empeñas te daré una brevísima versión. Al ver que la empresa hidroeléctrica E. N. H. E. R, no daba ga­rantías a estas gentes de buscarles trabajo, aloja­mientos dignos y en justa compensación, etc., tres curas y yo decidimos usar el poder de la iglesia y ponerlo de parte del pueblo que estaba siendo en­gañado. Y nos decidimos: nos encerrarnos en las de­pendencias parroquiales de Mequinenza... Sí, la pre­sa la iban a soltar un día de esos. Pues si la soltaban, allí moriríamos ahogados cuatro curas; pero nuestra muerte habría servido para dar una llamada de aten­ción en prensa, etc., de la injusticia que se había cometido. Además, esperábamos que antes de hacer esa masacre la Empresa pactara con los vecinos del pueblo unas condiciones que favoreciesen a estas pobres gentes.»

«Por de pronto ya conseguimos algo: que retra­saran unos días la suelta de la presa. Nosotros se­guíamos encerrados, sí. Y también conseguimos que la prensa nacional y sobre todo la internacional se hicieran eco de aquella injusticia que estaba a punto de cometerse... Esa carpeta es de recortes de prensa. Sí, el revuelo que se armó en la prensa y opinión fue grande. Pero es que conseguimos algo más impor­tante y que era lo esencial para nosotros: que la Em­presa se aviniera a negociar con los vecinos y a fir­mar un pacto. Nosotros, los cuatro curas encerra­dos, seríamos los testigos de esas conversaciones en­tre el pueblo y la Empresa. Y en estas conversaciones fue donde vi claramente los mecanismos de opresión que usa el capitalismo para hundir un pueblo sin mirar los medios... La Empresa nos prometía que si salíamos del encierro ellos pactarían con el pueblo. Nosotros les decíamos que pactaran antes de salir del encierro porque no nos fiábamos de ellos. Y lue­go se vio que teníamos razón. La Empresa,* sin que­rer negociar con el pueblo, nos amenazaba de múl­tiples Formas. Nos daba infinidad de argumentos a cual más engañoso y falaz. Nos atacaba en todos los frentes: "Sí salen del encierro, les daremos un che­que para los pobres del pueblo"; Si salen del en­cierro habrán demostrado que no son unos ingratos, porque ustedes no nos pueden hacer a nosotros esto después que les hemos reconstruido catedrales y se­minarios"; "Ustedes deben obediencia a su arzobis­po y deberán salir si él se lo manda."»

Todos ustedes lo han leído: ha salido la palabra «arzobispo». Tomen nota de en qué momento apa­rece en escena, quién lo saca a escena, que no es otro que una Empresa, y qué argumentos se dan para que salga en escena: debe subordinar a sus sacerdo­tes al bien de una Empresa. Si hago este paréntesis es porque de aquí arrancará el «caso Fabara», que, por cierto, todavía queda por estallar. .

«En esas conversaciones con la Empresa todo eran engaños y opresión... Sí, sí, nosotros seguía­mos encerrados en las dependencias parroquiales. Y la Empresa comenzó a soltar la presa... La presa, sí. El agua la ascendían y bajaban de nivel para asustarnos y que cediésemos... Miedo, miedo... Algo, pero personalmente no creí que nos lanzaran toda el agua de verdad. Ten en cuenta que televisión y pren­sa extranjeras estaban dando bombo al asunto. ¡Y asesinar a cuatro curas ante las narices de los periodistas...! Por fin la Empresa se aviene a nego­ciar con el pueblo. Las negociaciones se llevarían en el pueblo. Y a ellas asistiría el arzobispo. Pero te­níamos un plazo de desahucio en el encierro. Mira tú por dónde ponen las negociaciones en el último día. Y para colmo, el arzobispo dice que no puede venir a las negociaciones y que tenemos nosotros que ir de testigos a Zaragoza, donde se van a llevar a cabo. La trampa era clarísima: si nosotros íbamos a Zaragoza y abandonábamos el encierro, significaba que dejábamos las manos libres a la Empresa. Y ha­ría lo que gustara sin firmar el pacto. Así que nofuimos. El arzobispo firmó el pacto directamente con la Empresa. ¡En el hotel más lujoso de Zarago­za, el Corona de Aragón!,— Bueno, champán yo no sé si correría. Lo cierto es que el arzobispo firmó sin que el pueblo estuviera presente y firmara. Pues en realidad lo que pretendíamos, y lo justo, era que firmaran el pueblo y la Empresa... ¿Millones? ¡Qué dices! El pacto se firmó sin que el pueblo sacara absolutamente nada. Nada, El pacto decía simple­mente esto: que el arzobispo se comprometía a exi­girnos que saliéramos de las dependencias de la parroquia y a cambio la Empresa inundaba el pue­blo, eso sí, "portándose bien", El arzobispo decía que se fiaba de la Empresa y esperaba que cumplie­ra ese compromiso. ¿Pero a qué se había compro­metido la Empresa? ¿Cómo pudo fiarse el arzobispo de una Empresa que tenía tras sí el desastre del pue­blo de Fayón inundado? El arzobispo cerró el caso "esperando" que la Empresa diera buenas condicio­nes de vida a las gentes del pueblo; pero no especi­ficó ni cuáles eran esas condiciones, ni fechas, ni nada.»

Y lo demás... Lo demás vino por añadidura. Co­lorín, colorado: los curas fueron expulsados de las dependencias parroquiales por la fuerza pública, las gentes vieron su pueblo inundado y los que pudieron emigraron y los que no..., viven en míseras covachas junto al pantano, bajo el cual «duerme», ahogado, su pueblo. Todavía queda, como monumento a la in­justicia, la torre de la iglesia. Lo que no me acabo de explicar es por qué el arzobispo no mandó tirarla para que los que la vean no recuerden tan negra in­justicia asociada a su nombre: PEDRO CANTERO CUADRADO, ARZOBISPO DE ZARAGOZA.

Hace poquísimo, este mismo año, en octubre de 1976, la prensa ha publicado: «... La Administración exige a E. N. H. E. R. el cumplimiento de lo pactado.» Más claro, el agua que ahogó a Mequinenza. Resulta que los tribunales dieron la razón a los vecinos. Y resulta que, para colmo, la Empresa ni hace caso de lo que los Tribunales dictaminaron ni CUMPLE LO PACTADO. ¿Quién llevaba razón? ¿CANTERO CUA­DRADO, ARZOBISPO DE ZARAGOZA, que se fió de la Empresa, o los cuatro curas encerrados, que de la Empresa, ni un pelo? Los cuatro curas encerrados tenían razón al decir después: «El arzobispo ha trai­cionado al pueblo de Mequinenza por no indisponer­se con los peces gordos, pues él bien sabía que lo pactado no se iba a cumplir.» Lo de peces gordos no va por los que juegan ahora entre las casas su­mergidas de Mequinenza.

 

 

La desobediencia se paga muy cara.

 

Inundado el pueblo de Mequinenza, el arzobispo Cantero Cuadrado se dispuso a hacer limpieza a fondo. Había que deshacerse de esos cuatro curas rebeldes que tuvieron la osadía de contradecirle, cri­ticarle, de mojar sus nalgas por defender al pueblo. ¡Intolerable! De tres curas se deshizo rápidamente. De Wirberto... Había que esperar la ocasión más propicia. ¿Ven cómo el «caso Fabara» es interesante y largo de contar? ¡Figúrense que todavía no ha es­tallado!

 

 

 

El otro coprotagonista: Pedro Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza.

 

El «caso Fabara» tiene, como todos saben, dos protagonistas: Wirberto Delso, párroco de Fabara, y su arzobispo Cantero Cuadrado. De Wirberto ya sabemos algo y le dejamos, por ahora, haciendo aguas en el pantano. No es cachondeo. Si este «affaire Fabara » no se toma un poco a broma, «no hay Dios que nos entienda», parafraseando una fra­se del arzobispo Cantero Cuadrado.

 

Vengamos a conocer un poco al otro intérprete estelar: el arzobispo. No vamos a remontarnos a épocas muy remotas en su vida. Nos limitaremos a conocer algunos hechos suyos (por los frutos los co­noceréis), hechos que protagonizó en fechas muy inmediatas al estallido «Fabara» y como titular de su arzobispado estrictamente. Todos estos hechos de su «autoridad» son ciertos, comparados y testificables.

Destitución del vicario episcopal don Antonio García Cerrada; destitución, con amenazas de pro­cedimiento civil y eclesiástico, de don Félix Cardiel, elegido por los sacerdotes para el Consejo Presbite­ral; boicot sistemático al Consejo Presbiteral; fal­seamiento de datos sobre la economía del Arzobispa­do; supresión expresa de ponencias y acuerdos en los Plenos de la Asamblea Conjunta Regional; des­autorización de información pública sobre la Asam­blea Conjunta Obispos-Sacerdotes que se celebró a escala nacional en Madrid; abandono masivo del se­minario por parte de los seminaristas como protesta por el autoritarismo y directrices tridentinas del arzobispo; expulsión de veinte seminaristas en blo­que por idénticas razones; dimisión del rector del seminario por idénticas razones; reestructuración de los estudios filosóficos eclesiásticos suspendida; pu­blicación de normas restrictivísimas para los semi­naristas; negativa para poner consiliario a los jóve­nes obreros católicos; negativa a recibir una comi­sión de obreros parados; expulsión de don Mario Cuartero de Hermandades del Trabajo; sistemática represión contra la Juventud Agrícola y Rural Ca­tólica; sustitución de Misión Obrera por Apostolado Social; pronunciamiento arzobispal de la siguiente frase: «A los movimientos apostólicos los dejaremos a un lado»; negativa de ordenar sacerdote a don Luis Alberto Sarasa por «hacer trabajos manuales impropios de un clérigo»; prohibición de ordenación sacerdotal a los señores Lahoz, Hernández y Guillén por trabajar; expulsión del sacerdote obrero José Ignació Sanmiguel; negativa a asistir a una asam­blea de tres sacerdotes obreros «díscolos»; excusa para no asistir a una asamblea de sacerdotes obre­ros: «tener que a esa misma hora bendecir una fá­brica»; propuesta de expulsión de la parroquia a don Jesús Molinero por ser peón de albañil; amena­za de suspensión «a divinis» a los padres Benito, Larrubia y Rubio por ser sacerdotes obreros; difi­cultades a la revista de pastoral «Eucaristía»; des­titución del director de medios de comunicación so­cial por publicar opiniones contrarias a la marcha del seminario; suspensión de la Asamblea Juvenil Zaragozana, que causó grandes protestas en medios universitarios; expulsión del padre Morán; PROHI­BICION DE QUE EL OBISPO MONSEÑOR OSES, DE HUESCA, FUERA DIRECTOR DE UNA TANDA DE EJERCICIOS ESPIRITUALES; demora de la aprobación de los estatutos del Centro Pignatelli; reforma litúrgica liquidada en Santa Engracia; po­lémica ENTRE EL PROVINCIAL JESUITA DE ARA­GON Y EL ARZOBISPO ANTE LA PETICION DE ESTE DE DESTITUCION PARROQUIAL AL JESUI­TA CARMELO MARTINEZ; destitución del padre Riba -Riba- como responsable de la Juventud Agrícola y Rural de Zona; destitución del padre Del­gado Jerez sin explicación alguna -este «detalle» se da en todas las destituciones; el señor arzobispo re­conoce públicamente recibir informes de la policía; cierre de la residencia obrera de la calle Cartagena de Zaragoza; uso de cartas privadas, previamente recogidas de las papeleras y pegadas con celo las que estaban hechas migas, por parte de una emplea­da que se las entregaba posteriormente al señor arzobispo; uso de cartas privadas y confidenciales contra don Jesús Gil; autorización sin dificultad alguna para el procesamiento del diácono Ricardo Hernández; polémicas declaraciones a la televisión holandesa; prohibición de ateneos sobre formación obrera; prohibición de homilía a don Daniel Ortega sobre la Ley Sindical; prohibición de que la Semana Nacional de Obreros Católicos se celebrara en Za­ragoza; prohibió..., negó..., suspendió..., rechazó...

 

 

Cascada de vertiginosos e increíbles acontecimientos.

 

Volviendo al hilo de los acontecimientos, tenía­mos que el arzobispo de Zaragoza, Pedro Cantero Cuadrado, se deshizo de tres sacerdotes «rebeldes» que osaron encerrarse en las dependencias parro­quiales de Mequinenza. Sólo un sacerdote de aque­llos quedaba sin recibir aún los rayos de su ira: Wir­berto Delso, párroco de Fabara.

Pero el arzobispo, no me explico por qué, se armo de relativa paciencia. «Ya picará», debió pensar. Y echó la caña.

«Ya te he dicho que el asunto de Mequinenza fue un hito en mi vida. Allí vi los mecanismos de opre­sión y represión que usa el capitalismo. Esta expe­riencia del pantano y mis continuas lecturas y mi reflexión sobre el Evangelio fueron radicalizando mis posturas e ideas. Por el momento, el arzobispo todavía no dejó caer su castigo sobre mí. Sí lo hizo con los otros tres sacerdotes. Yo seguía como párro­co de Fabara. En mis homilías, en mis catequesis fui cada vez hablando un lenguaje más evangélico, es decir, más claro, a favor del oprimido. A la par, co­mencé una especie de resistencia pasiva ante las es­tructuras de poder político: me negué a rezar un rosario por José Antonio, me negué a decir una misa ex profeso por la muerte de Carrero. Ah, sí, ponlo: tampoco cantaba el "Cara al Sol" en los funerales políticos... También seguí criticando, y ahora más convencido, si cabe, a las empresas que daban traba­jo de tricotar o coser balones en las casas particula­res por la injusticia que ello representa el no afiliar a la Seguridad Social, paro encubierto, etc. También critiqué los negocios que se hacían en los colegios. Con la enseñanza del pueblo no hay que comerciar, digo yo.»

«'Todo esto me iba indisponiendo con las fuerzas vivas de Fabara y con los capitalistas. La misma Guardia Civil me controló y registro en mas de una ocasión... No, nada de eso. Ya te dije que en mi caso, en lo que los periodistas llamáis "asunto Fabara", jamás hubo implicaciones políticas estrictamente; jamás he sido sancionado por la autoridad civil, ni multado, ni encarcelado, ni nada parecido. Mi caso es totalmente eclesiástico y la represalia a que aún estoy sometido es únicamente eclesiástica. Ahí es donde está la tragedia de este caso. No sé si los se­glares podéis comprenderlo en toda su hondura y profundidad. En mi caso, el arzobispo se saltó a la torera el Esquema XIII del Vaticano II, se saltó a la torera la colegialidad del mismo Concilio, se saltó a la torera las normas evangélicas sobre corrección Fraterna, yo que se lo que se saltó. Todo.»

«Bueno, sobre eso quiero que quede muy clara una cosa: no todo el pueblo estaba conmigo, esa es la verdad. Ya te dije: las fuerzas vivas. Sabes a lo que me refiero. Pero la inmensa mayoría de este pue­blo sí estaba conmigo o, mejor, con mi doctrina; o mejor aún: con la vivencia evangélica que hacía optar por un bando, el de los oprimidos. Casi toda la juventud estaba de mi parte; esta tarde puedes dedicarla a entrevistar a las gentes que quieras, por la calle, sí. Verás cómo después de aquella comedia, pasados ya dos años largos, la gente todavía está conmigo. Y está conmigo porque yo estaba y estoy de parte de la justicia, de Cristo»

 

 

Y lo que tenía que suceder sucedió.

 

En la comarca de Caspe, donde se enclava el pue­blecito de Fabara, Wirberto iba siendo ya toda una instancia y una institución. Las autoridades políticas lo sabían. Y, cómo no, el señor arzobispo Pedro Can­tero Cuadrado. Aquello era demasiado follón en una comarca, si bien en otrora tiempo predominaban los anarquistas... Pero eso pasó a la historia, «a Dios gracias». Ahora eran otros tiempos; muy otros. ¡Va­ya que sí! Y por si quedaba duda...

El día 14 de junio de 1974 el arzobispo destituye el párroco don Wirberto Delso, sin escuchar la opi­nión de todos los feligreses y mucho menos aún la del propio párroco. ¿Causa? Fue destituido por «las ideas, actitudes y hasta el léxico de usted». ¿Cómo se enteró de eso el señor arzobispo si hasta hacía poco desconocía hasta el número de habitantes del pueblecito? «Por diversos y autorizados conductos», dice él mismo, en su carta-decreto destitutorio. ¿Qué autorizados conductos fueron esos? Nadie jamás lo supo, aunque todos lo suponían. La palabra «autori­zados», daba una pista.

El 22 de junio se celebra una asamblea de feli­greses, en la que tras manifestar apoyo al párroco destituido, envía una carta al arzobispo exigiéndole diga claramente qué cargos hay contra su párroco.

Ese mismo día, Wirberto, el párroco, escribe una carta al arzobispo pidiéndole un juicio público ecle­siástico en el que sea acusado y en el que pueda de­fenderse. Igualmente dice que se siente difamado y recusa la forma autoritaria con que ha sido desti­tuido.

El día 26, en una sola hora, se recogen 515 fir­mas a favor del párroco destituido. El pueblo cris­tiano está con su párroco. La gente comienza a in­tuir por qué «conductos autorizados» le llegó la in­formación al arzobispo.

El día 27 es la clave en todo este asunto Fabara. Recordemos que el párroco don Wirberto jamás fue condenado ni denunciado por las autoridades civi­les o políticas. Estas autoridades permanecían al margen del «cotarro», pues todo era un asunto in­traeclesial. Estaba más que claro. Pues bien, ese día 27, don Leoncio Figueras, sacerdote coadjutor de Fabara, y el mayor terrateniente del pueblo, lee el famosísimo «bando» ¡desde los altavoces del ayun­tamiento! : «Por mi decisión desautorizo a los que recojan firmas y que han incurrido e incurrirán en los delitos incluidos en los cánones 2.331 y 2.337 y que debido al Concordato con la Santa Sede y el Estado Español pueden ser sancionados por las AUTORIDADES CIVILES y eclesiásticas.» El mari­daje se consumó: La Iglesia llamó en su ayuda al brazo secular para castigar a un hijo suyo. Y es aquí cuando la Guardia Civil, metralleta en mano, patru­lla el pueblecito, prohíbe recogidas de firmas a fa­vor del párroco, toma matrículas de coches, vigila...

El coadjutor que leyó la «proclama» fue auto­máticamente ascendido por el señor arzobispo a re­gente de la parroquia. Méritos de «guerra» no le faltaban. Más adelante tendremos ocasión de cono­cer su opinión de todo este asunto.

El día 28 una comisión de feligreses se entre­vista con el arzobispo para decirle que el pueblo está con Wirberto, excepto una minoría muy signi­ficativa por su status social y político, incluido el coadjutor. El arzobispo se despachó a gusto: «Lo hecho, hecho está... No es mío el problema, sino del pueblo ése... No sólo Dios cuenta, sino también mi autoridad... Si en este asunto todos quieren opi­nar, aquí no hay Dios que gobierne... No tengo por qué hacer públicas las acusaciones contra el párro­co, pues el juicio público que él me pide no convie­ne...» Quizá el señor arzobispo, sin quererlo, había pronunciado la palabra mágica del «caso Fabara»: «autoridad». Como el lema tan querido: «Si la auto­ridad y los superiores se equivocan, Dios se aviene a esa equivocación y la acata. Tú, también. Por eso debes obedecer.»

El «caso Fabara» es el monumento a la intransigencia más absurda, es el máximo exponente del autoritarismo más neuróticamente megalómano.

El día 29 hay en Fabara una gran concentración de fieles y sacerdotes de la provincia, solidarios con el párroco destituido. Hay concelebración eucarísti­ca donde se plantea ya la dimisión en bloque de mu­chos sacerdotes como protesta y solidaridad- La Guardia Civil, metralleta en mano, vigila la iglesia y los caminos de acceso al pueblo; bueno, del pue­blecito.

La prensa española, muy tímidamente, da a co­nocer el «hecho». La prensa, radio y televisión ex­tranjeras dan al hecho escandaloso todo el relieve que se merece.

Ese mismo día el arzobispo contesta a Wirberto. Se reafirma en el decreto de destitución. En esta carta, cl arzobispo mienta de nuevo sus puntales: «Autoridad..., facultades otorgadas a los obispos.. _ Negación de un juicio público eclesiástico.»

El 5 de julio otra bomba: Dimiten de sus car­gos 29 sacerdotes de la diócesis de Zaragoza como protesta contra el arzobispo y en solidaridad con Wirberto. Las razones que aducen son claras: .'... Es­te hecho de autoritarismo expresado fundamental­mente para ahogar poco a puco a un sector de la iglesia diocesana, que trata de comprometerse en la liberación de los oprimidos...»

Al día siguiente, el arzobispo contesta a los sacer­dotes dimitidos una carta, que lejos de mostrarse serena, humilde, reconciliadora, se mantiene infle­xible en sus posturas y razones: «... Mi deber en el gobierno..., cumplimiento de mi oficio.... promulga­ción del decreto .., su dimisión va contra el presti­gio pastoral de la autoridad de su arzobispo y está sancionada canónicamente en el código y los decre­tos de la Santa Sede..., no puedo anular el decre­to... Y que nuestra Madre Inmaculada nos ilumine a todos.»

Sin comentarios.

Ahora la prensa sí va aireando el «asunto Fabara» a los cuatro vientos. Por doquier hay polémicas, adhesiones a uno u otro bando. Como un escalofrío recorre el urbe católico la posdata que el arzobispo puso en su carta: «In excomunionen speciali mo­do Sedi Apostolicae reservatam, ipso facto incu­rrunt...» ¿Se proponía el autoritario arzobispo ex­comulgar a 30 sacerdotes de golpe y porrazo?

El arzobispo se negaba a todo diálogo fuese con quien fuese. Las excomuniones pendían de un hilo. ¡La autoridad es la autoridad, caray!

El «caso Fabara» había llegado a una situación límite. Bueno, eso creía la prensa y los católicos que seguían de cerca el hecho. Luego veremos que hubo mucho más aún. El caso es que el estallido Fa­bara había escindido las comunidades cristianas de España y fuera de España. Había un peligro cierto de dividir la Iglesia en dos bloques irreconciliables. La polémica incendiaba a parroquias, prensa, sacer­dotes, seglares... Wirberto y su comunidad cristia­na de Fabara recibían infinidad de telegramas y car­tas en las que venían a coincidir: «La decisión del arzobispo es autoritaria en el modo, autoritaria en la forma, sin diálogo con la comunidad cristiana, es difamatoria, es política por hacer caso sólo a las autoridades civiles, es contra la paz y unidad de la Iglesia... a favor del pasado y en contra del futu­ro... » Federaciones católicas, nacionales e interna­cionales hacían llover sus protestas al arzobispo' y sus adhesiones al párroco destituido y a los sacer­dotes dimitidos.

El arzobispo todavía no llegó a recibir ni una sola adhesión. Al menos en público, constatable his­tóricamente, no recibió ni una. Más tarde, luego lo diremos, sí recibió dos, y muy significativas.

El «caso Fabara» torna derroteros nuevos, en es­calada creciente: La Nunciatura. El día 12 y 13 de julio una comisión cristiana de Fabara expresa al Nuncio del Papa su preocupación extrema. El Nun­cio pide un diálogo sincero entre el arzobispo y los curas dimitidos, el destituido, y la comunidad cris­tiana del pueblo. Igualmente el Nuncio les indica que tienen la vía libre para recurrir a Roma direc­tamente. Este fue el primer golpe, el primer gran golpe que recibió Cantero, el arzobispo. Cierto es que el Nuncio no lo había desautorizado expresa­mente, pero todos sabían que un Nuncio es ante todo diplomático. Y el que pidiera un diálogo sin­cero entre arzobispo y bando contrario no era sino exigir que el arzobispo se aviniera a los diálogos que los sacerdotes y comunidad le pedían desde muchos lías atrás.

El día 16 la comunidad cristiana de Fabara escri­be nuevamente al arzobispo pidiéndole una entre­vista para dialogar, según manifestara el señor Nuncio.

El arzobispo se aviene a recibir «sólo una comi­sión». Algo es algo, se dijeron los feligreses de Fa­bara. Y allá que fueron. Los comisionados, en un. in­tento conciliatorio, llegaron a «rebajar» sus peticio­nes hasta límites «poco ventajosos». Propusieron que su párroco se marchara del pueblo, pero con la condición de que el arzobispo le diera otro cargo pastoral en otro lugar. ¡Ni por esas! El arzobispo dijo que nones: «Lo hecho, está. hecho. Don Wirber­to debe de salir de inmediato del pueblo y no podrá ejercer cargo pastoral alguno en parte alguna de la diócesis.»

El día 21 el arzobispo dirige una carta a los sacer­dotes de la diócesis, en la que mantiene sus tesis y sus razones: « ... sin el ejercicio de la autoridad no es posible el gobierno... Non Possumus..: La disci­plina eclesiástica...». En esta larguísima carta el arzobispo arremete contra el boletín del obispo de Huesca por tratar del «caso Fabara». Lo llama «in­jerencia». Resulta que el boletín episcopal de Hues­ca había dado una mera nota cronológica de los he­chos, sin tomar postura por nada ni por nadie. Pues ni eso veía bien el arzobispo de Zaragoza. Estaba dispuesto a que de ese «desastre» no se hablara fue­ra de su diócesis. Uno se explica fácilmente por qué Cantero no quería que tan «edificante» asunto sa­liera del «Ebro que baña el Pilar». Había que salvar su «autoridad».

Ante la postura cerrada del arzobispo, los feli­greses de Fabara hacen nueva visita al Nuncio el día 24 de julio. Tuvieron escasos resultados. El Nuncio dio buenos consejos, pero se inhibió. Volvieron muy decepcionados.

A todo esto, miles de octavillas regaban las ca­lles de los pueblos limítrofes a Fabara. La mayor parte de esas octavillas eran muy ofensivas para el párroco de Fabara, Wirberto. Nadie dudaba de qué bando provenían; pero entre la gente sencilla crea­ba desconfianza y dudas. El «calumnia, que algo queda».

Por esta época le llegó al párroco Wirberto la fa­mosa «carta de Carrillo», de la que hablaremos en otro lugar.

El día 4 de agosto, en emotivas cartas y con emo­tivas ceremonias litúrgicas, los 28 sacerdotes dimiti­dos se despiden de sus respectivos feligreses. Aquí termina, echado un negrísimo telón, el primer acto del «asunto Fabara».

Tras esta dimisión en bloque, sin que el arzobis­po dialogara con los sacerdotes, una ola de-indigna­ción corrió por todas las naciones donde había cris­tianos concienciados. El clero de la diócesis de Zara­goza, el clero de la ciudad de Zaragoza, «no respon­dió como se esperaba», dicen los dimitidos. En ge­neral, también se inhibieron. Les llovieron muchas más adhesiones de otras diócesis españolas y, sobre todo, del extranjero. Aunque los sacerdotes dimiti­dos comprenden esta postura fácil del clero zarago­zano por la sistemática represión a que se vio some­tido por el arzobispo, cual se describió anterior­mente

Pero este primer acto del «caso Fabara» no podía acabar así. Todavía quedaba el « toque final », la pues­ta a punto del golpe teatral maestro. Ya dijimos que el «caso Fabara» era más que tragedia, una tra­gicomedia. Pues bien, el despliegue escenográfico final lo dio el arzobispo, cual correspondía a su «autoridad»: «Acabado este "asunto" se retiró a dis­frutar las vacaciones a su pueblo natal, donde su­pervisó los trabajos que se hacían en el lujoso mau­soleo que se mandó construir para cuando muera. R. I. P. Amén.»

 

 

Segundo acto con represalias mantenidas y aumentadas.

 

El día 10 de septiembre del 74, a los tres meses escasos del estallido del «caso», Wirberto y los sacer­dotes dimitidos escriben al Papa. En la carta le rue­gan mediación entre ellos y el arzobispo. También muestran su fidelidad al magisterio de la Iglesia; pero recalcan que también deben fidelidad a Cristo y a los pobres. El Papa no les contestó.

Y así transcurrió un año. El arzobispo seguía manteniendo su postura intransigente. Y los sacer­dotes dimitidos y el destituido comenzaron a ejercer su ministerio sacerdotal en casas particulares, don­de sus comunidades celebraban las Eucaristías y es­cuchaban la Palabra de Dios. Todos los sacerdotes comenzaron igualmente a trabajar. Para vivir y para dar testimonio de lo que predicaban.

Wirberto Delso, el párroco protagonista, siguió en Fabara porque su comunidad cristiana se lo pi­dió. Eso sí, no podía ejercer de sacerdote en la pa­rroquia. Había otro párroco. Celebraba sus eucaris­tías en su pobre casa. Y se colocó a trabajar de lo que le salía: Granja, agricultura, coser balones... El pueblo de Fabara quedó radicalmente escindido: «Los seguidores del hijo puta porquero», así le lla­maban sus contrarios porque trabajaba en una gran­ja de cerdos y los seguidores del arzobispo. Había familias en que la escisión era verdaderamente lace­rante: Padres e hijos militaban en diversos bandos. Todavía hoy perdura esta división, aunque algo más mitigada.

Pero en otro apartado ya vimos que el arzobispo nunca vio bien que los sacerdotes trabajaran. Y me­nos bien veía que cl párroco dimitido siguiera en el pueblo, aunque no ejerciera de párroco. Y le mandó llamar en una carta, en la que expresaba «deseo de anhelada reconciliación en este Año Santo de la Re­conciliación». Era el 6 de junio de 1975.

Y allá que acudió esperanzado Wirberto. El 10 de junio le recibe el Vicario Episcopal: Mal comienzo, muy mal comienzo, porque el Vicario le dijo que qué tal iba de su grave enfermedad de nervios que padecía de seminarista. Wirberto, conteniéndose como pudo, le dijo que jamás en su historial de se­minario ni después ni ahora recordaba haber estado enfermo y menos de nervios, que el señor Vicario debía confundirle con otro. Este asunto de los «ner­vios» es muy socorrido por ciertos obispos, como veremos en otras historias de sacerdotes represa­liados.

 

Bien, tras esta escaramuza desalentadora del Vi­catorio, Wirberto pasa a consulta, perdón, a audien­cia con el señor arzobispo. Wirberto reconoció des­pués que había caído en la trampa. Bien, el arzobis­po, en la conversación cuasi monólogo reconoció que los motivos para destituirle no estaban en el decre­to suyo. Wirberto le apuntó cosas y casos que pu­dieran ser la causa de su destitución. El arzobispo contestaba a todos: «No es eso, no es eso.» Wirberto, un poco más intrigado, le rogó le dijera de una vez qué había contra él y de quién partían las acusacio­nes. El arzobispo se negó en redondo. Más aún: le confesó que los informes provenían de una minoría del pueblo y que sabía que la mayor parte de los feligreses estaban con él. Wirberto no se mordía las uñas, pero sí roía la manga del jersey de entretiem­po. El arzobispo fue endureciendo sus palabras y acusó a Wirberto de cismático. Siete veces intentó Wirberto exponer sus razones y otras siete fue cor­tado por el arzobispo. Por fin el arzobispo, en un pronto, da una solución: que se vaya de Fabara y a cambio le da un cargo pastoral en Alcañiz. Wirberto respira satisfecho. Por fin se arregló el asunto. Le devuelve su ejercicio sacerdotal y con ello se reco­noce que su línea no era antievangélica. Pero Wir­berto se hizo en un instante demasiadas ilusiones. Propuso al arzobispo consultar con la comunidad cristiana esta propuesta arzobispal. Negativa redon­da de Cantero Cuadrado. ¡Y lo que faltaba! Iría a Alcañiz y allí sería vigilado por varios sacerdotes más de parte de] arzobispo. Wirberto no se contuvo y dijo:

-Total, que lo que Vuestra Excelencia desea es que yo salga del pueblo y así queda a salvo su auto­ridad. ¿No es eso?

-Eso es -respondió el arzobispo.

Wirberto quiso responder, pero el arzobispo cortó:

-Disculpe. La conversación ha terminado. Tengo que recibir a una comisión de farmacéuticos.

Aquella «conversación» tuvo en vilo a Wirberto durante días. « ¡Debe ser posible el diálogo, debe ser posible! », repetía una y otra vez a sus feligreses. Y el día 24 de junio le ruega al arzobispo continuar el diálogo que se cortó anecdóticamente por la visita de unos farmacéuticos. Ese día le escribe una carta. Le pide una entrevista, ojalá que la definitiva para bien de todos.

Y el arzobispo le contestó. ¡Y qué contestación! ¡Con la suspensión a divinis! Sobre este sacerdote cayó la ira total, el mayor castigo que puede impo­nerse a un sacerdote, salvo la excomunión.

El regente de Fabara, el sacerdote que leyó la proclama desde el ayuntamiento, se apresuró a leer, ahora desde el altar, el castigo canónico que el arzo­bispo imponía a Wirberto.

Wirberto ya ni podía celebrar eucaristías en su casa particular, con su comunidad cristiana. No po­día celebrarlas canónicamente. Porque de otra «for­ma» sí las podía celebrar. Y las celebró y las cele­bra. Su casa seguía siendo iglesia-catacumba para todos aquellos que te pedían Eucaristía. El no se podía negar. Ante Dios y ante su pueblo seguía sien­do «Sacerdote in Aeternum»

 

 

Tercer y último acto de la tragedia Fabara en do autoritario sostenido.

 

Hace unos meses, a los dos años de comenzar este «sucio asunto», Wirberto y los sacerdotes dimi­tidos publican un documento en el que intentan dar una solución, de una vez por todas, al «caso Fabara». El documento se titulaba: «Hacia una pastoral de misión en la diócesis de Zaragoza». El arzobispo no tardó en contestar. Y lo hizo... Como siempre. Bue­no, más duro que siempre, pues los años no pasan en balde: «.., Juicio equivocado..., hechos insosteni­bles..., fidelidad e integridad a las normas.... espí­ritu de crítica amarga..., presa de un partido..., sec­tarios...,”

Y así está el «caso Fabara», tras dos largos años desde su comienzo: un párroco destituido y suspen­so “a divinis”, 28 sacerdotes dimitidos y aceptada su dimisión por el arzobispo, la comunidad cristiana de Fabara muy dividida, la comunidad cristiana univer­sal muy escandalizada.

Y todo con un agravante: El arzobispo de Zara­goza, Pedro Cantero Cuadrado, deja su arzobispado en febrero próximo. El mismo lo ha dicho. ¡Menudo pastel que deja al sucesor!

 

 

Opina el cura suspendido a “divinis”.

 

Llegué una fría noche a Fabara. Carretera estre­cha, tortuosa. Atrás quedaba Caspe, protagonista de otro «affaire». Unos perros ladran contra mi coche. Calles empinadas, bien pavimentadas y muy mal ilu­minadas. Las calles rezuman historia; las casas, hu­medad. El pequeño pueblo descansa ante unos tron­cos hogareños encendidos.

-¿Que dónde vive Wirberto? Yo misma le acom­paño... Usted vendrá en son de paz, ¿verdad? Sí, por eso se lo he preguntado: el pobre, teme. Ya ha teni­do muy desagradables incidentes... ¡Ah, periodista! Vienen muchos como usted. El otro día estuvo aquí filmándole la televisión de Alemania, creo. Yo soy de sus incondicionales. Aquí o estamos contra él o estamos con él. No hay término medio en el pue­blo. Hemos llegado. Cuidado, que hay un escalón... ¡Wirberto, que tienes visita de Madrid!

Cruzo un amplio zaguán de medio cemento y tierra. Hay mucha humedad. Subo una escalerilla de baldosas rotas. Oigo murmullo. Me detengo un poco. Wirberto, pantalón de pana, pobre jersey, barba ce­rrada y negra, bajo de estatura, gafas y unos brazos abiertos y una cara tan grande como su sonrisa, me invita a pasar. Unos cuantos de su comunidad cris­tiana están preparando la Eucaristía, que celebran todos los sábados. No quiero interrumpir. Dicen to­dos a una que no interrumpo. Son hombres y muje­res y jóvenes del pueblo; curtidos sus rostros, sus manos encallecidas, sus vestidos pobres y limpios.

La Eucaristía es breve, sentida, evangélica. Digo yo que algo parecido a esto serían las eucaristías de los primeros cristianos en las catacumbas. Todos comentan el Evangelio en coloquio de gran altura ideológica y de sencilla y espontánea voluntad.

Terminada la Eucaristía ellos se marchan por­que «Wirberto querrá hablar a solas con usted». Wir­berto se deshace en atenciones: «¿Has cenado? Dormirás aquí, en mi casa; no puedes ir a estas horas a Caspe; no lo permitiría... Madrid está lejos, ya lo creo. Por eso cenaremos algo y a dormir. Mañana, cuando estés descansado, enchufas ese aparato y te digo lo que desees saber. ¿Te parece?»

La cena fue pobre, muy pobre. Hubo un instan­te en que me arrepentí de no quedarme en Caspe a hacer noche. Tenía un hambre endiablada. Mi fal­sa educación burguesa me impedía decir a Wirber­to, a quien era la primera vez que veía en mi vida, que me quedaba con hambre. El se deshacía en aten­ciones para que comiera más «foie-grass». No había otra cosa. Vino, sí. Y bueno. Cariñena no está tan le­jos. De postre sólo había un kaki, Mi educación pro­testó mucho, pero me lo terminé comiendo yo. Me vino de perlas. Pan... Pan comí hasta atiborrarme. Y así es cómo esa noche me quedé con un hambre feroz, pero comí con un hombre fuera de serie, cu­yas cenas, por lo visto, son así siempre de frugales. Quizá sea una cena muy evangélica: pero...

Tras la «cena» fuimos al «salón». Es una peque­ña estancia que hace de salón, librería-biblioteca, comedor, capilla, sala de estar... Tiene mucha hu­medad. Unas hueveras pegadas a las paredes quie­ren disimularla, pero no pueden. Nos sentamos y dia­logamos un poco. Su cara irradia un no sé qué que me hacía sentirme incómodo. Yo estaba acostum­brado a dormir en hostales no muy buenos, pero... A comer no como un obispo, pero... Y mis ojos es­cudriñaban y yo no veía dormitorios ni camas que echarme al cuerpo. ¡Y él vivía así! ¡Y siempre!

Por más que protesté tuve que dormir en su cama, una pobre cama instalada en un cuartucho, y él durmió sobre unas mantas en el suelo.

Wirberto no quiso despertarme. Era domingo y las campanas de la parroquia, la única iglesia de Fa­bara, se encargaron de hacerlo. Me lavé, «desayuné» un poquito «foíe-grass» con pan y vino. Y fui a misa para olfatear un poco; 52 personas, de las cuales, 12 eran niños, asistían a la misa que celebraba don Leoncio Figueras, actual regente de Fabara y ascen­dido a ese puesto tras la destitución de Wirberto. En la homilía habló de las maravillas que Dios había hecho en la Inmaculada Concepción. Finalizada la misa hablé con él.

Pero volvamos al protagonista, a Wirberto. Su altura intelectual es asombrosa. Domina las cuestio­nes políticas, teológicas, morales, haciendo de ello un alarde de conversación tal que en poco tiempo has aprendido más que leyendo varios libros sobre la materia. Esa impresión me dio. Tiene tal poder de síntesis y de engarce. Y es que, como él dice, «todo va ligado en la historia de la colectividad y en la historia personal ».

«... Ya te conté anoche algo de mi vida en el se­minario, en Gallocanta. También lo de Mequinenza y el follón de mi destitución. Ahí llevas toda la do­cumentación que creo vas a necesitar... De lo de­más, hay poco que contar ya... Sí, yo celebro Euca­ristía, ya lo viste: A pesar de estar suspenso a divi­nis. No puedo privar a las gentes que me piden la Palabra de Dios... Dios y las conciencias no tienen tantas leyes... Trabajo como eventual en lo que hay; me tiro temporadas sin trabajar; hay falta de traba­jo en estas comarcas... Mira, yo tomé la opción por los pobres y ya soy uno de ellos. soy feliz, dentro de lo que un pobre y oprimido puede serlo... Eso es en ratos libres o en días que no tengo trabajo; sí, me lleva mucho tiempo, pero hay que concienzar a la gente que el Bajo Aragón es una zona totalmente deprimida y oprimida; tenemos recursos naturales de sobra para que la gente viva bien, pero hay que explotarlos, hay que saber administrar, hay que re­partir equitativamente, hay que hacer una justicia social, hay que rehacer las estructuras de forma to­tal... Si, a ésas me refiero: a las estructuras sociopo­líticas. Este mundo rural está explotado, muy explotado. El Bajo Aragón está marginado por comple­to... »

«... La jerarquía católica no está con el pueblo; el arzobispo y la parroquia van por un lado y el pue­blo por otro; por eso no me preocupan las represa­lias que me han hecho; Cristo y el pueblo es lo único que me importa. A ellos es a los que debo fidelidad... Más autoridad que el arzobispo tiene Cristo, que hizo de mí un sacerdote para servicio del pueblo; para redimir a este pueblo de su esclavitud moral, cultural y de todo tipo... El pueblo necesita pan y cultura, y eso exige unas transformaciones y unos riesgos por parte de los que hemos consagrado la vida al pueblo por amor a Cristo...»

«Bueno, ya no me molestan tanto: me dejan vi­vir... Cierto que tengo incondicionales, como tú di­ces; pero no por amor a mí, sino porque ellos tam­bién han hecho opción por el pueblo y por la lucha de sus libertades... han asumido el Evangelio en todo su poder liberador... No, aquí donde me ves no me siento solo. Al contrario, me siento muy uni­do y acompañado por tantos otros que luchan en todo el mundo por el pueblo y con el pueblo.»

 

 

Opina otro intérprete de esta tragedia en do cómico sostenido.

 

Don Leoncio Figueras Satué es el actual regente de la parroquia de Fabara. El era coadjutor cuando don Wirberto fue destituido. El fue el que leyó el pregón desde el ayuntamiento amenazando con penas civiles, no sólo eclesiásticas, a los que recogieran firmas en favor del destituido. El, dicen, absoluta­mente todos, es el mayor terrateniente del pueblo; él dice que esas tierras son de él, pero también de su familia. El es el que se quejó de que no se hicie­ra un recibimiento más ostentoso y apoteósico al señor arzobispo en su visita pastoral. El, en fin, ocu­pa el ministerio que en su día ocupó Wirberto.

«... No, no, no. No quiero hablar con periodistas. Nada. Que nada. Que luego ustedes dicen las men­tiras que quieren y todo al revés... Eso ya pasó y no tengo nada que decir... Ese sí que sufrió. ¡Pobre señor arzobispo! Le han hecho la vida imposible.

¡Obediencia es lo que nos falta! Cristo murió por obediencia... Y no me pinche más, porque no quie­ro hablar del asunto... El lo que tenía que haber hecho es salir del pueblo y obedecer al señor arzobis­po. La Iglesia es monárquica y jerarquizarte. Y eso significa que tiene que haber mandos. Y los demás, pues a obedecer. Y él no obedeció... Patrañas, patra­ñas, mis tierras no son mías solas, sino de mi fami­lia. Entonces yo puedo decir que todo el mundo es mío porque Adán y Eva tenían todo el mundo... No las doy porque no son mías... Bueno, son mías; pero de mi familia también... Unos comediantes contra el señor arzobispo... Otra patraña; si la Guardia Ci­vil salió con metralleta al pueblo era porque iban a hacer una manifestación, creo que con una pancar­ta... No, ahora ya no quedan en el pueblo los guar­dias civiles que estaban entonces... ¡Yo qué sé! ... El, que es un desobediente al arzobispo, a quien de­bemos obediencia... No, no le saludo por la calle ni tengo por qué... Que se vaya del pueblo y así obede­cerá al señor arzobispo... Me insultó... Sí, me llamó cabezota... Bueno, sí, eso sí se lo dije; pero si yo le dije marxista, él me insultó más al llamarme cabezota; comprenda que soy más viejo que él, y eso está muy mal, muy mal.. _ Además, figúrese usted que no sabía arreglar la calefacción de la parroquia; pero a dónde vamos a parar... Y le presté tres mil pesetas para la estufa de la casa de la parroquia... No, la estufa está ahora en la casa parroquial por­que era de la parroquia... Claro que dejo la parro­quia si el nuevo arzobispo le vuelve a poner de pá­rroco; con él no, porque es un desobediente al se­ ñor arzobispo... Yo lo sabía, ya que él era uno que tenía muchos complejos. Todo viene de ahí: El tie­ne complejo de que es pequeño y corto de luces. Es el querer engrandecerse... Es más político que otra cosa, sí... Hasta creo que Santiago Carrillo le envió tina felicitación cuando no obedeció al señor arzobis­po... No, yo no la he visto; lo dice la gente... Bueno, usted ha visto poca gente en la iglesia hoy porque... Sí, ahora viene menos gente que antes; pero eso sucede en todo el mundo, ¿no? Cada vez la gente se aparta más de Dios... La Justicia humana es un desastre, por eso tiene que haber una justicia divi­na, tiene que haberla... Sí, sí, le han hecho mucho sufrir al señor arzobispo, mucho.»

 

 

La teniente de alcalde opina.

 

«Sí, creo que recibió un telegrama en francés de Santiago Carrillo..., en francés, sí... No lo he visto, no; la gente lo dice... A mí me ha hecho mucho mal Wirberto, mucho... Nos daba teorías de religión y se­xualidad muy raras... Me obligaron a dimitir de la comisión de festejos... Sí, me obligó Wirberto y los suyos... Se mete mucho contra las empresas que dan trabajo a domicilio... Tuve algunos enfrentamientos con él: Recuerdo que en una ocasión le dije que en lugar de citarnos a Carlos Marx, que era extranjero, nos podía citar en su lugar a José Antonio, que era español y le entendíamos mejor... Me decepcionó mucho, siempre se oponía a todo lo que fuera del Régimen; ya le habrá contado el señor Alcalde lo de la misa por Carrero... Pero cuando dijo el fune­ral por los muertos de una fábrica de Zaragoza bien que aprovechó para despotricar contra el capitalis­mo... Claro que sí: obligaron a la gente a que firma­ran, y hasta firmaban menores, chicos pequeños; fueron quinientas quince firmas las que recogieron y muchas obligadas y de pequeños... Nos decía cosas muy raras como que el catecismo no había que aprenderlo de memoria.. , se metía mucho en lo so­cial,»

 

 

Opina el  señor Alcalde, don José Masdeu Balaguer.

 

«Como ciudadano, don Wirberto no me ha dado ningún problema. Es un ciudadano como los de­más; trabaja, vive... No da problemas. Como Alcal­de, no tengo quejas de él. El trabaja, él cumple... Sí, eso sí, critica mucho a las empresas que dan tra­bajo a domicilio, como las tricotosas o coser balo­nes... Bueno, mire, yo, como Alcalde que debo mi­rar por el bien de los ciudadanos, si veo que esas empresas se van del pueblo y dejan a las gentes sin trabajo, quizá tendría que tomar cartas en el asun­to... Hombre, esas empresas pueden tener algo pe­queño no muy legal, como lo que dice Wirberto de la Seguridad Social, pero lo que yo quiero es que los vecinos de este pueblo, a los que debo servir, no emigren. Y si estas empresas les dan trabajo, eso es bueno... Creo que le debe pagar un partido polí­tico para que esté en el pueblo, porque si no, no me explico por qué se ha quedado; además, con lo que gana no tiene ni para la gasolina del coche con los viajes que hace... Sí, se conoce que algún partido político le ha dicho que se quede aquí... Algo de eso debe haber. Yo no lo he visto, pero creo que es una carta de Santiago Carrillo felicitándole... Pues si el nuevo arzobispo le pone otra vez de párroco, pues bueno, es una cosa que a mí como Alcalde no me debo meter; lo único que haré será no encargarle más misas por los muertos de la patria, ¿para qué? Sí, eso puede que sea así. Aquí en los pueblos ya sabe usted que no tenemos mucha cultura y sus ideas eran un poco avanzadas para nosotros... Puede, pue­de que llevara razón y fueran buenas, pero  nosotros no estábamos preparados para ellas.,. No, como Al­calde ya le he dicho que no tengo queja de él.»

                                                                                                                                                                                    

 

 

 

Opina don Raimundo Llop, Secretario de la Hermandad de Labradores.

 

«Como sacerdote era un hombre bueno. Sus ho­milías eran de buena doctrina cristiana..., su vida actual es sencilla y normal... Sí, creo que Santiago Carrillo le felicitó por aquellos hechos... No, yo no la he visto... No sé... La Guardia Civil salió con metralletas porque podían hacer una manifestación después de misa y hasta podían sacar una pancarta u dos... Como persona es muy normal, normal,,. Si el obispo le echó de aquí, ¿por qué sigue?... Segu­ro, yo creo que algún partido político le debe dar dinero para que esté aquí. Debe recibir consignas de algún partido.»

 

 

Opina un grupo de personas de "las de Wirberto".

 

«Este y éste y yo recogimos las firmas en favor de Wirberto. Y afirmamos, y todo el pueblo es tes­tigo, que no forzamos a nadie en absoluto. Más aún, la gente firmaba deseando. Y si no recogimos más fue por varias razones que son éstas: primera, se jugaba el partido de fútbol entre Argentina y Ho­landa, que ganó Argentina por uno a cero, y no quisimos entrar en los bares para no distraer a to­dos los que estaban viendo el partido; segunda, cuando el sacerdote leyó el pregón desde el Ayun­tamiento diciendo que caíamos en penas civiles los que recogíamos firmas ya no pudimos seguir reco­giéndolas porque la Guardia Civil nos lo prohibió... ¿Menores de edad? Todos son testigos de que las firmas eran todas de mayores; no dejamos que firmaran los menores... Sí, eso es cierto, firmó un me­nor, pero fue porque el padre no sabía firmar. y dijo al hijo que firmara por él... Claro que nos acorda­mos de quién era ese que hizo firmar a su hijo por no saber hacerlo él, se llama Francisco Montalbán y es vecino de este pueblo... iYa salió lo de la carta de Carrillo! Usted debe saber ya que por esas fechas los pueblos de la comarca fueron regados con cartas y anónimos contra Wirberto. Y esa carta se ve a la legua que no es de Carrillo por varias razones, como éstas que se me ocurren a la primera: es una carta postal, una tarjeta postal, quiero decir, abierta y enviada desde San Sebastián. ¿Iba Santiago Carrillo a ser tan tonto de enviar una tarjeta abierta para que todos la leyeran en Correos y por ahí? Es un truco muy claro de algún derechista para despresti­giar a Wirberto; además, otra razón es que lo que dice esa tarjeta postal no coincide con la línea de Santiago Carrillo en política, pues él no es tan duro en ideas y en esas frases... Eso, la prueba definitiva la puede hacer usted o quién pueda comprobar la forma de escribir y la firma auténtica de Carrillo. Aquí nosotros tenemos una fotografía de la postal...

Ah que ya tiene el original. Pues eso es mejor: us­ted se la lleva y las compara con la letra y firma de Carrillo... Wirberto no tiene dinero, eso lo sabemos todos los que nos juntamos con él... El otro día llevé el coche a Zaragoza y al volver le dejé el depósito lleno de gasolina... Yo lo he usado varias veces y siempre he pagado la gasolina... Tres veces le he prestado yo dinero... Sí, sí, la explicación yo la veo muy sencilla: Wirberto vino a este pueblo con unas ideas nuevas que chocaron a muchos y- en especial a algunos. Wirberto nos explicaba la religión en plan muy moderno y que lo entendíamos muy bien. Pues no le parezca raro; quizá por ser moderno le enten­ díamos mejor. Menos entiendo esos galimatías de misterios que te explican otros curas. Bueno, pues hay que reconocer que lo que jorobó a algunos es que Wirberto hablara de cosas sociales y de dinero y contra los capitalistas... Por eso, yo creo que todo viene de cuando Wirberto se encerró en Mequinenza para que la E. N. H. E. R. no hiciera aquella injusti­cia del pantano... ¿Cosas comunistas? Nunca nos citaba los partidos políticos ni cosas de esas... ¡Cla­ro que en charlas citaba a Marx y a Cristo! ¿Es que cuando se habla de injusticia o de economía no se puede citar a Marx? Wirberto podía citarlo cuando hablaba de explotación a los obreros; pero Wirberto era y es un sacerdote de cuerpo entero. Cuando él estaba de párroco era cuando iba más gente a la iglesia en este pueblo. Eso lo pueden testimoniar to­- dos. Usted es que habrá creído lo que dicen de esa carta de Carrillo y de lo que dicen algunos: que es comunista. Pero usted debe saber que a todos los que hablan un poco criticando lo que sea, te lo co­gen y te lo llaman comunista... Como sacerdote, estoy de acuerdo en que era maravilloso. Nos hizo ver que no podíamos amar a Cristo si no amábamos al pueblo, sobre todo a los oprimidos. Wirberto es un hombre que siempre tiene en la boca la palabra Cristo y pueblo; eso lo puede usted comprobar... Yo con él aprendí a vivir la religión. No crea usted que yo no iba a misa; sí iba. Pero como de rutina, quien dice. Pero luego él me hizo ver que había que tomar un compromiso serio y no creer por creer o ir a misa por ir. El nos decía que ser cristiano era una cosa muy seria, y hasta que tenía riesgos si nos comprometíamos con nuestro cristianismo... ¿Que yo sé mucho de religión y que me expreso muy bien? Bueno, mire: no sé si Wirberto le habrá dicho que al venir él al pueblo ya funcionábamos, y muy bien, un grupo de Juventud Agrícola y Rural Católica. Y hasta creo que le ayudamos a Wirberto a que comprendiera la opresión en que vivía y vive el cam­pesinado de esta zona. Bueno, y creo que de toda España... Como sacerdote, fue un nuevo aire para el pueblo. Si no le hubiera echado el arzobispo po­dría haber hecho mucho bien... No, ya no piso la iglesia. He visto que todo es una mierda, están con los de arriba y mienten mucho... No, ni a las euca­ristías de Wirberto voy ya; aunque a Wirberto, como persona, le veo excelente y a favor del pueblo. Estoy de su lado por completo; pero que no me hablen ya de iglesia ni nada de esas cosas... La pregunta es difícil; no sé, no sé. Pero yo creo que los dos culpa­bles del "caso Fabara" , son el capitalismo y la Iglesia. »

Entre ladridos de perros abandono el pueblo de Fabara.

Día y medio de conversaciones. Abundante docu­mentación en mi coche. Tengo la sensación de que sé demasiadas cosas. Hay hechos históricos de un peso tal, de una trascendencia tal, que uno cuando entra a ellos...

Curvas y más curvas hasta llegar a Mequinenza. Mequinenza. Todo comenzó en Mequinenza. Mi co­che pasa junto al pantano. Allí, bajo las aguas del Ebro, yace un pueblo y muchas angustias: Mequi­nenza. Todavía queda, mudo testimonio de una tra­gedia, la torre de la iglesia. La Iglesia en la que se encerraron cuatro curas en protesta por la injusticia que se iba a cometer y que se cometió contra un pueblo. Esos curas, esos cuatro curas, hoy han pa­gado el justo castigo a tanta osadía.

Curvas y más curvas. Voy ensimismado. Es de noche. Atrás, muy atrás, queda el pueblecito de Fa­bara. Y allí, a estas horas, habrá un hombre que ce­nará foie-grass sólo, con un poco de pan, con un poco de vino. Me viene a la mente que esa puede ser la Eucaristía de Fabara. No sé por qué me viene a la mente que Cristo esta noche dormía en Fabara. Wirberto Delso, sacerdote suspendido «a divinis» desde una rutilante ciudad, desde una ampulosa ca­tedral. A Cristo le reconocieron sus discípulos en la forma de partir el pan. ¿Será mucha metáfora y osa­día decir que yo le reconocí comiendo foie-grass?

 

NOTA: Hechos los estudios grafológicos oportunos, doy fe de que la postal que recibió Wirberto Delso desde San Sebastián y escrita a bolígrafo y firmada por Santiago Carrillo no se corresponde con la letra y firma del antedicho señor Carrillo.

 

 

Portada del libro

Soy seglar. Y muy alejado de la Iglesia. Mucho. Estudié a fondo las antiguas religiones. Cristo me sorprendió. Un fuera de serie. Un hombre excepcional.

Estudié a fondo la historia de la iglesia. Sentí vértigo.

Me acerqué a estos sacerdotes y no pude menos de exclamar: ¡Qué buenos vasallos si hubieran tenido buen señor!  (Fernado Gutierrez).

 

Información:

 

Autor: Fernando Gutiérrez

Editor: Akal

Año de publicación: 1977

Edición: 1ª, 1ª Reimpresión

País: España

Idioma: Español

ISBN: 84-7339-257-4

 

Más información sobre Wirberto en:

http://www.atrio.org/?p=1720#more-1720

 

Y aquí:

http://www.atrio.org/?p=1713#more-1713

 

Artículo de Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, en el diario El País:

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Iglesia/resistio/franquismo/elpepiopi/20090515elpepiopi_5/Tes