4.- DIOS, EN LA ENCRUCIJADA.

Un largo camino a seguir

Fue José Mª Aguirre Alcalde, un navarro incorporado al curso en los años de filosofía, quien nos introdujo la afición a cantar “Rancheras Mexicanas”. Natural de Falces, un pueblecito al sur de Tafalla. Era alegre, vitalista, reflexionador y estudioso, con toda su fogosidad juvenil que buscaba “algo grande”, y no sólo para sí mismo sino sobre todo para los demás. Era un navarro de los pies a la cabeza. Digo pues, que nos inculcó la afición a cantar rancheras.

Pienso que las rancheras tienen, en general, una fuerte carga de psicodrama. En todas hay un borbotear de vitalidad, de relaciones interpersonales, de amores, desengaños, de generosidad y traición, de auténticos dramas humanos. Era como “anillo que venía al dedo” en aquella época para nosotros.

De aquellas rancheras recuerdo vagamente una que hablaba de dos hermanos enfrentados hasta la muerte del uno contra el otro por causa de “una mala mujer”, de quien estaban atrapados por su belleza y por su amor.

El uno tuvo que excluir al otro de forma trágica.

Decía algo así:

Fue Juan Ramón a una fiesta,

Con la mujer que él quería,

Téngase esto muy presente

que el año treinta corría.

Juan Ramón se llama el uno,

y el otro José Manuel,

los dos hermanos amaban

a una misma bella mujer.

..................................

Se salieron para afuera

y se oyeron dos disparos,

y en el quicio de la puerta

los dos hermanos se hallaron.

Y aquella otra melancólica y sentimental que decía:


“Sin más testigos que el viento,

 el zarzal y la laguna (bis).

Y sin más luz que la luna

alumbrando nuestro amor (bis).

Yo no quiero que ninguno,

te diga palabras suaves,

ni que te canten las aves, 

nadie, nadie, sino yo (bis).

Para ti linda riojana

traigo del campo estas flores (bis)

Impregnadas con amores

de mi gaucho corazón (bis).

Yo no quiero que ninguno...


Nos encantaba cantarlas en grupo y a dúo. Bastaba con que uno comenzase para que todos siguiéramos a coro. Era como una droga beneficiosa para nosotros.

Había otra ranchera que más o menos decía:

Cuatro caminos hay en mi vida,

cual de los cuatro seraaa el mejooor?”....

Este era el dilema al pasar del estudio de la filosofía al de la teología. Fue el momento de tomar cada uno su opción personal. Ante nosotros se abrían varios caminos, tantos como cada uno fue tomando en su vida, los que se fueron del seminario y los que nos quedamos. Naturalmente yo me voy a referir a los caminos de los que nos quedamos, y desde luego al mío, y visto desde mí percepción personal.

Ante nosotros se abría, y por llamarlo de alguna manera, el “camino existencial”, por una parte, y el “camino académico” por otra. Son dos caminos distintos, pero necesarios ambos. Los dos discurren paralelamente hasta que tarde o temprano deben converger. No quiero hacer juicios de valor, solo quiero intentar describirlos desde mi propia experiencia.

El camino existencial es el de la vida, el de la experiencia, el de las emociones, el del corazón, y el íntimamente personal.

El camino académico era el oficial, el programado para ser estudiado, aprendido y aprobado. Condición “sine qua non” para acceder al sacerdocio. Era necesario tener aprobadas todas las asignaturas programadas. Naturalmente también se tenía en cuenta el llamado camino existencial, pero cuyas condiciones, para nosotros no conocidas, y sí guardadas en “el arcano” del Rector, debían tenerse en cuenta si no querías verte cuestionado por los que tenían que dar el visto bueno a la hora de acceder al sacerdocio.

 -El Obispo (en este caso Casimiro Morcillo) el día de la Ordenación preguntaría solemnemente: “¿Juzgáis son dignos estos candidatos para acceder al sacerdocio?”.

 -El Rector del Seminario (Agustín Flores) respondería: “En cuanto la humana fragilidad me permite afirmar, juzgo que son dignos de acceder al Sacerdocio”.

 -“Pues entonces el que esté dispuesto, dé un paso al frente” (Traducción libre del Ritual).

En aquél momento los once que estábamos preparados, como un solo hombre dimos el paso adelante, sin ninguna sombra de duda y con toda firmeza (en cuanto la “humana fragilidad” nos permitía estar firmes y seguros).

Se nos mandó tumbarnos en el suelo boca abajo, para implorar la ayuda de todos los santos cantando solemnemente las letanías.

¡Eh! aquí sus nombres con un cálido recuerdo: Antonio, Gregorio, Wirberto, Roberto, José María, Ismael, Luis, Eusebio, Laureano, Manuel, y Carlos. En otra fecha o en otro lugar darían el paso adelante los compañeros de curso: Alcober, Alijarde, Aranda, Belmonte, Cabañero, Crespo, Laín, Lázaro, Martínez, y Sánchez.

En total 21 sacerdotes repartidos por las diócesis de Tarazona, Teruel, y en las Misiones de los Padres Blancos. Para estos 21 sacerdotes intervinieron en su educación en la diócesis de Zaragoza más de sesenta profesores-educadores. Naturalmente su influjo quedó gravado también, y para siempre, y a juzgar por sus comentarios en la actualidad, en general, muy positivamente para todos, sacerdotes y no sacerdotes.

Era lógico que las tres columnas o principios en los que se basaba el camino existencial fueran el de la Obediencia, la Castidad, y la Pobreza. Obediencia a la Santa Madre Iglesia, y en concreto a nuestro Arzobispo de Zaragoza. Castidad con toda limpieza de corazón en materia “carnal”, de obra y de pensamiento. Y Pobreza para no ir detrás de las riquezas materiales y “pompas” mundanas. Más adelante volveremos sobre estos conceptos una vez vividos, experimentados y reflexionados a lo largo de la propia existencia.

Fuimos nosotros los que le pedimos al profesor Carlos Castro que dedicase unas cuantas clases en el mes de Mayo de 1959 que nos hiciese una introducción al estudio de la Teología. Según los apuntes que todavía conservo decía algo así:

“Durante los cinco años de Humanidades, ¿Qué se pretendió que adquiriésemos en este período?:

- Contacto con la tierra y con el cielo por la Geografía y la Astronomía.

- Contacto con la Naturaleza por la Ciencias Naturales.

- Contacto con el orden ideal por las matemáticas.

- Contacto con la palabra humana por la Gramática y los idiomas, y con su expresión espiritual, la literatura”.

“En este grado se va saliendo del analfabetismo y entrando en el mundo de la cultura”.

“Con los tres años de la Filosofía pasaríamos al conocimiento del contenido de las palabras, es decir de las ideas, y a través de ellas intentaríamos llegar a la esencia de las cosas. Y a las que únicamente se llega por la experiencia personal. ¿Qué son las cosas?, ¿qué soy yo?. Pero sobre todo ¿qué es mi vida en el mundo?, ¿cuál es mi destino? ¿Hay en nuestra vida un ingrediente constitutivo originario: la vida sobrenatural (fe, esperanza y caridad)?”.

“¿Y qué pinta en todo ello la vocación? Y, ¿qué es la vida sobrenatural como experiencia personal?”.

La cuestión quedaba planteada y a partir de ahí hacíamos una serie de reflexiones imprescindibles para nosotros.

Por eso no nos quedamos ahí, sino que para el verano, mes de Julio del 59, pedimos se nos organizara un cursillo especial de reflexión y compromiso.

En el pueblo de Pinseque el Arzobispado tenía una finca que había sido heredada de una “Señora Principal”.

La casa (semipalacete) era más que suficiente para la veintena de muchachos que nos íbamos a encerrar durante dos semanas dirigidos por un buen sacerdote. En el Salón, a parte de los muebles “de época”, había unas pinturas murales inspiradas en la naturaleza rústica y en escenas bucólicas, muy curiosas para nosotros en aquel momento y situación anímica en la que debíamos decidir si marcharnos o quedarnos y seguir adelante en el seminario.

En la cochera y tapado con una gran funda, había un hermoso carruaje, de los antiguos, aquellos que eran tirados por caballos.

Una terraza que daba hacia el jardín en primer plano, y a continuación la extensa huerta, regada con las aguas procedentes del Canal Imperial de Aragón, donde se cultivaban toda clase de hortalizas y frutales. De cuyo mantenimiento se encargaban los hermanos de nuestro compañero Manuel Millán Senmartí, de Hijar. Manuel que llegaría a ser catedrático de la Sorbona en París, y un compañero de lo más bueno e inteligente que he conocido. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el entendimiento de los temas, y en cualquier otra cosa, a todo el que le pedía ayuda. Puedo decir que personalmente entendí ciertos temas de filosofía metafísica gracias a su explicación “de tú a tú”. No hay nada como un compañero para entender aquello que a veces se es incapaz de entender al profesor. Lo sé por experiencia. También en esto la vida vivida “junto al otro” es imprescindible para sacarle de su ignorancia. Perderíamos posteriormente su trayectoria hasta que nos enteramos que había fallecido.

No muy lejos y a través de los campos se llegaba hasta una ganadería de reses bravas y que en un descanso de la reflexión iríamos a visitar.

El cursillo fue muy intenso. La lucha entre el corazón y la cabeza era una continua guerra sin cuartel.

-“¿Estás ahora seguro de que puedes tomar una determinación y ser fiel a la misma?, me preguntaría el sacerdote ante mis dudas.

-“Estoy seguro ahora: ¡quiero ser sacerdote!”.

-“Pues entonces no le des más vueltas a la cabeza porque del mañana Dios decidirá”.

Fue mi primer paso en mi camino existencial. A partir de ahí me lo tomé mucho más en serio.

Pero no bastaría con eso, durante el curso de primero de teología, en Noviembre del mismo año unos cuantos nos encerraríamos en el Seminario de San Carlos para hacer Ejercicios Espirituales, y tal como los había concebido San Ignacio de Loyola en la Cueva de Manresa, de cuatro semanas seguidas, y dirigidos por un Padre Jesuita. Un mes en completo silencio, reflexión y oración.

Como despedida entre compañeros, -unos cuantos decidieron tomar el camino secular-, organizamos una gran caracolada en el “Palacete de la Señora”, de la propia cosecha de la propia huerta. No hay nada más indigesto que los caracoles recién cogidos de la huerta. Se pudo capear la situación gracias a un buen tinto que se nos ofreció. Personalmente nunca más he vuelto a comer caracoles.

 

 

Encuentro con la muerte.

José Mª Gracia Ochoa y yo, salíamos del seminario hacia las 11 h. de la noche. Cogimos el tranvía Nº 11 en la antigua feria de muestras, plaza del Emperador Carlos V, apeándonos en la plaza de Aragón, desde donde nos dirigimos al Hospital Provincial “Nuestra Señora de Gracia”. A ambos nos tocaba hacer guardia cuidando a nuestro compañero muy enfermo Antonio Serrano Monterde. La noche transcurría con cierta tranquilidad hasta que hacia las 6 h. nuestro compañero y amigo, el simpático Antonio dejaba de existir. Como era natural estaba también cuidándolo una hermana suya. Entre los tres tuvimos que vestirlo. Era la primera vez que yo manejaba un cuerpo desnudo sin vida, aunque todavía caliente. Amortajar al compañero fue un aldabonazo muy fuerte. Los tres llorábamos a lágrima viva. Una vez que el médico certificó su muerte, trasladamos su cuerpo a su casa de Miralbueno. Era una mañana fría, muy fría. Toda su familia salió a la calle a recibir la comitiva. Estábamos deshechos sin saber cómo comportarnos. Hicimos lo que todos: llorar y llorar sin cesar. El Rector se personó con dos compañeros que nos sustituyeron y nosotros nos fuimos a dormir lo que pudimos en aquellas circunstancias.

El funeral fue multitudinario, solemne y en un silencio impresionante y desgarrador. Supuso como un “cursillo” de la vida y para la vida. La muerte estaba ante nosotros.

(Cuando he escrito lo que precede no he podido contener nuevamente las lágrimas).

El primer compañero que murió fue Francisco Pérez Blasco (12 años). Cuando volvimos a Alcorisa para empezar un nuevo curso se nos comunicó que se había ahogado en la piscina de su pueblo, Andorra (Teruel). Un chaval menudo, alegre, juguetón, y que en nuestros juegos era escurridizo como una ardilla.

En la foto que nos hicimos al final del segundo curso de filosofía en la escalinata del Seminario de Casablanca, Tomás Pérez Remiro llevaba en su cara el presagio de una tragedia. Durante los exámenes de final de curso no paró de estudiar aún a pesar de llevar varios días indispuesto de unas diarreas que ni él ni nosotros dimos mayor importancia. Sobre todo él que era de lo más sufrido y callado. No sólo era un condiscípulo, era un amigo; cuánta bondad había en él. Durante esas vacaciones en Urrea de Jalón se le presentó una enfermedad que no pudo superar. Él eligió “el camino del cielo”.

Después irían falleciendo los compañeros: José Mª Aguirre, Javier Alonso Gaján, Ángel Celma, Agustín Gracia Millán, Manuel Millán Senmartí, Santiago Beltrán Contamina, Francisco Pérez Bascuñana y Antonio Comín Gil.

Pérez Bascuñana acudió a Alcorisa desde Madrid donde residía para celebrar juntos los cincuenta años que se cumplían de nuestro ingreso en el Seminario de Alcorisa (1951). No nos habíamos visto desde niños e hicimos esfuerzos por recordarnos. Era piloto de aviación, y en su haber tenía el hecho de haberse estrellado con su avioneta fumigando unos campos en Mallorca. Le costó reponerse, pero nos lo contaba esa mañana de octubre de 2001 en la plaza mayor de Alcorisa y antes de ascender en grato recuerdo al Calvario. Pero ya no ha podido volver a nuestras reuniones actuales de excompañeros de seminario. Murió en Madrid ese mismo año.

Antonio Comín Gil nos ha dejado en este mismo año, mayo de 2004. Los que pudimos asistimos a su entierro. “¡Antonio, has dejado algo bueno en el recuerdo de nuestras vidas!”

También de los que se hicieron sacerdotes han muerto unos cuantos de nuestro curso y del curso anterior al nuestro. Ambos cursos estuvimos durante los años de filosofía y de teología muy compenetrados.

El primero de nuestros sacerdotes en morir fue Hilario Martínez Martínez. Se preparó concienzudamente en el Seminario Hispanoamericano de Madrid para hacer efectiva la llamada del Arzobispo Casimiro, dedicando unos años de su vida sacerdotal en Hispanoamérica. Vuelto a Zaragoza, y en una mañana de primavera, estando sentado en un banco en la calle “Julián Sanz Ibáñez” su corazón, su “gran corazón” dejó de latir. Su familia vivía en la misma calle. Él se “apagó” como una vela gastada dando luz y calor.

Julio Aranda Pardos, Pedro Eraso Luri, Carlos Aizpún Ponzán, Manuel Sevillano Pelarda, Domingo Laín Sanz, y Teodoro Sánchez Punter, todos dieron lo mejor de sí mismos para los demás antes de dejarnos para siempre.

Teodoro dejó tal impacto en su barrio, el de San José de Zaragoza, que los vecinos quisieron que el Centro Cultural del Barrio llevara su nombre, el “Sánchez Punter

Sin desmerecer en nada los méritos de los demás, quiero hacer una mención a la “desaparición silenciosa” del sacerdote secularizado, casado, con tres hijos, y misionero en América Latina, Manuel Sevillano Pelarda.

Era Manolo, hombre espiritual como no había otro, trabajador, inteligente y entregado por la causa de la “Construcción del Reino de Dios y de su Justicia”. Casado con la sobrina del Obispo Ángel Morta se fueron a Bolivia donde abrieron una Emisora de Radio para desde allí informar, formar y promocionar tanto humanamente como cristianamente a todos los que pudieron. Estuvieron a tope de trabajo, pero apenas con lo imprescindible para poder vivir.

Durante la época del seminario consiguió conectar con los Hermanos Charles de Faucauld, llegando a confraternizar con ellos y con quienes tuvimos un encuentro en el seminario. Todavía poseo algunas fotografías de aquel evento.

- Faucauld, Carlos Eugenio, era natural de Estrasburgo, donde nació un 15 de septiembre de 1858, en una clásica mansión burguesa. Después de diversos avatares se fue al Sahara con el único impulso de dar ejemplo de caridad, al servicio de Dios y de los hombres en el entorno de los beduinos acampando al sur de Argelia. Posteriormente le seguiría en el mismo estilo de vida el Padre Peyriguere en Marruecos. El movimiento de militantes de la HOAC entorno a la Editorial ZYX, S.A., al cual pertenecí unos cuantos años hasta el comienzo de la transición política en España, editó un libro de bolsillo con el sugerente título “Misioneros que no colonizaron” (Madrid 1968). El título dice ya la forma cómo se presentó en aquel ambiente sahariano donde vivió dando ejemplo de humanidad hasta que fue muerto un 1º de diciembre de 1916. Los “Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús”, de Faucauld” nos hacían llegar el Boletín de Reflexión y de Oración “Jesús Caritas”. Faucauld escribiría en su retiro en Beni-Abbes, 1902: “Hacerme todo a todos, con un único deseo de corazón, el de dar a las almas a Jesús”. Su Reglamento se basaba fundamentalmente en “el deseo extremo de pobreza, humildad, y desprendimiento”-.

Manuel Sevillano fue impregnado fuertemente por esta espiritualidad y forma pobre de vivir. El Obispo Ángel Morta se lo llevó de secretario a la Diócesis de Madrid. Posiblemente harto “de la Corte de Madrid”, decidió con su esposa, irse de misioneros a donde ellos creían que hacían más falta.

 Años atrás llegaron a Zaragoza, donde se establecieron. Parece ser que la salud física y mental de Sevillano se iba resquebrajando, debido quizás a que no podía soportar la idea de no poder compaginar su estado secular con la de seguir ejerciendo su sacerdocio.

Lo que en América sí que fue posible porque allí las necesidades básicas de la gente, permitía y aceptaba que un sacerdote secularizado se dedicara plenamente al bien de los demás, aquí en Europa la formalidad sociológica, canónica y aún “teológica”, no podía permitirlo.

Su desgarro interior fue el “cáncer” que lo llevó a su extinción. Se le vio deshecho, desgarrado, vestido muy pobremente (llevaba zapatillas), con su salud totalmente rota.

Murió poco después en una Residencia de Salud en Sant Boi de Llobregat (Barcelona).

A la vuelta hacia casa de un paseo colectivo con los demás enfermos, él se quedó rezagado y un coche lo atropelló y murió. Los compañeros sacerdotes de Zaragoza lo llevaron a enterrar al Panteón Familiar en el pueblo soriano de Ágreda.

 

“El camino académico”.

Los estudios de teología se desarrollaban en aquel tiempo durante cuatro años. También se hacían coincidir con los cuatro volúmenes que “La Biblioteca de Autores Cristianos” (BAC) tenía publicados.

El Volumen 1º, o Curso 1º, tenía como temas: “Introducción a la Teología”.- De “la Verdadera Religión”.- Sobre la “Iglesia de Cristo”.- Y sobre las “Sagradas Escrituras”.

El Curso 2º, Vol.2º, trataba muy extensamente sobre “Dios uno y trino”, es decir sobre el misterio de la Santísima Trinidad.- Sobre el “Dios creador y el Dios regenerador”.

El Curso 3º, Vol. 3º, se exponía y se estudiaba sobre el “Verbo encarnado”, es decir, el Dios que se hizo hombre.- “Mariología”, o el estudio sobre la Madre de Dios, la Madre de Jesucristo, la Virgen María.- El gran tema sobre la “Gracia”, y sobre las “Virtudes Infusas”.

Y por último, el 4º Curso, Vol. 4º, que trataba sobre los “Sacramentos”, y sobre los “Novísimos”, o Postrimerías, es decir sobre el futuro, teológicamente hablando.

Como en filosofía los temas se iban alternando de manera que todos estudiásemos todo, aunque no en el mismo orden, ya que los tres últimos cursos de teología estaban agrupados en cuanto a sus estudiantes. Eran las materias que se estudiaban las que marcaban los cursos. En un año podía estudiarse por ejemplo la Santísima Trinidad el Curso 2º, el 3º y el 4º, según tocaba. Los profesores estaban especializados en sus propias materias, por lo que siempre, el mismo profesor impartía las mismas materias, aunque en años distintos.

Los exámenes eran orales ante un tribunal y siempre al finalizar el curso. Por lo que en un solo examen te jugabas todo el trabajo de un año. Era un hartazgo impresionante antes de cada examen, y que solían estar espaciados dos o tres días.

Hubo algún año, y a instancias del Vaticano, que tuvimos que hacer los exámenes orales en latín. La comprensión de los profesores hacía que hablásemos cinco minutos en latín, y después podíamos continuar en español la hora y media que solían durar como mínimo. Por eso calculábamos qué día y a qué hora nos iba a tocar examinarnos. Nosotros mismos nos íbamos avisando según la rapidez o lentitud que le daba el profesor al visto bueno o no de cada alumno.

Se comprende que en esta tensión emocional e intelectual la piscina sirviera como “baño regenerador” al terminar un examen. Limpiabas la cabeza y a continuación empezabas a llenarla con la materia del examen siguiente. Y así los cuatro años de teología.

Tan importante como obsesionante era este camino académico, que poco a poco nos “lavaba” el cerebro, llegando a concebir que era el camino académico lo más importante en nuestra vida en ese momento, y que nos hacía olvidar el otro camino existencial, el de la opción personal.

Siendo la época, quizás, de más intensidad intelectual en el seminario, y que en algún momento se le llegó a llamar “la edad de oro del seminario”, pudo tener como consecuencia, posiblemente no buscada, que lo importante era aprobar el Programa Académico, en detrimento del camino personal en la autoformación humana, evangélica y militante.

Quiero decir, y lo digo desde mi propia experiencia, como no puede ser de otra manera, que no es lo mismo ser “sacerdote liturgo”, “sacramenteador” o dispensador de los sacramentos, - para lo cual parecía que únicamente nos estábamos preparando -, que ser “sacerdote militante”, cuyo objetivo primordial es la evangelización, la construcción del Reino de Dios y de su Justicia, cuyo terreno más abonado debe darse entre los marginados, los pobres, los alejados, los enfermos física y socialmente, que son los que tienen necesidad de ser sanados, curados, evangelizados. Los hartos devalúan muy pronto los sacramentos,  signos simbólicos de salvación. Y más que sacramentos son “ritos sociales” que están muy bien vistos por la gente. Yo diría que muy a menudo más que liturgias son “paraliturgias”. Muchos preparativos, y muy costosos, económicamente hablando, en bodas y primeras comuniones. Se hace más esfuerzo quizás en el inicio del matrimonio, que en el mantenimiento diario ante las adversidades y flaquezas humanas. Hay facilidad para el divorcio, tanta como para pretender contraer el sacramento del matrimonio. ¿Puede decirse que todo es sacramento? El sacerdote está no para la liturgia (al menos en exclusiva), sino para la vida, y “vida en abundancia”, de todos los hombres, y especialmente de los más marginados. “No está el hombre hecho para el Sábado, sino el Sábado al servicio del hombre”. La liturgia, los sacramentos, son instrumentos que deben ayudar a “promocionar” al hombre, ayudarle a que él se promocione, y en la medida que él lo va pidiendo, para que se planteé su vida “a imagen y semejanza Dios”. Y desde la realidad vivida con el otro, y desde el otro, caminar hacia la “Gran Utopía”, donde el hombre llegue a “sentirse imagen divina” y partiendo de ahí conciba y luche por construir la “Gran Fraternidad” o “Reino de Dios y de su Justicia”, el “Cuerpo Místico de Cristo”. Los sacramentos requieren un tiempo, una comprensión, una aceptación y un compromiso con la esencia y fin del mismo. No es un acto de “birlibirloque”, de malabarismo; el sacramento es mucho más serio que todo eso. No tener esto en cuenta es propiciar la devaluación sacramental, aunque ello reporte algún beneficio económico.

Pero como sobre esto volveremos una y mil veces a lo largo del camino que queda por contar, no quiero extenderme más por ahora. Las consecuencias se irán sacando a medida que la vida se vaya viviendo con autenticidad ante la realidad por una parte, y el espejo del Evangelio en el que debemos mirarnos, por otra. A Manuel Sevillano, estoy convencido de ello, que la no comprensión de todo esto, le llevó a su “destrucción”. Porque, ¿qué es más importante ser “sacerdote liturgo” o ser “sacerdote militante (misionero)”?. ¿El sacerdote misionero debe realizar la liturgia única y exclusivamente al “modo vaticano”, o la liturgia que le pida la vida y al servicio de la vida? La teología decía que los sacramentos son “signos”, “instrumentos” vivos. Y si son vivos no pueden estar sujetos a formalidades salidas de “laboratorios teológicos”.

Lo primero que nos encontramos en la página 7ª del Vol. 1º de la BAC, y que fue lo que el profesor Leandro Aína, al comenzar el primer curso de teología, y así me consta ya que lo tengo bien subrayado, fue que la verdad de todo lo que íbamos a estudiar estaba ya calificada por la Iglesia, cuyos principios se podrían encasillar de la siguiente manera:

Un tema o una doctrina podría ser de fe divina, y lo que no concordaba con ello, era calificado como error en la fe.

También podía ser de fe divina y católica, y lo contrario era herejía.

Si estaba calificada como de fe divina y católica definida, la que se realizaba por magisterio infalible de la Iglesia o del Papa, lo contrario era herejía.

Si era o estaba próxima a la fe, la contraria quedaba calificada como próxima al error en la fe o herejía.

Si la calificación era de fe eclesiástica, su contraria era error en la fe eclesiástica.

Y si de doctrina católica, el que no se ajustaba a ella caía en el error en la doctrina católica.

Si la tesis era teológicamente cierta, su contraria podría llegar a ser error en teología.

Una doctrina podría ser tenida por la Iglesia, de tal manera que su contraria se podría calificar como temeraria.

Y desde luego una doctrina podría ser común y cierta en teología, por lo  que su contraria resultaba falsa en teología y temeraria.

Y por último, la doctrina podría ser probable y segura, de tal manera que quedaba manifiestamente clara, y como en alguna ocasión se llegó a decir dirigiéndose el profesor a un alumno: “Oiga”, no profundice y no maree”.

Era como el reglamento en el juego del estudio de la teología. Era establecer los límites más allá de los cuales no nos estaba permitido pasar.

De ahí que con cierta ironía a D. Leandro, además de llamarle “el Archivero”, porque lo era del Archivo Diocesano, le llamásemos también el “Apologeta”.

Sus clases eran de lo más rutinarias, monótonas, y soporíferas. Mas que entusiasmarnos en las verdades que quería explicar, hacía hincapié en aplastar a los adversarios.

Un día quiso exponernos las razones históricas sobre la veracidad de la venida de la Santísima Virgen al Pilar de Zaragoza. A los pocos documentos históricos que se tienen, y un tanto imprecisos, - y creo que ninguno antes del Siglo IV -, añadió el argumento pictórico que se encuentra en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. Hay una mujer pintada, sin determinar su antigüedad, que bien podría ser la Virgen “bajando” del cielo o “subiendo” al cielo, es decir la venida al Pilar o la Asumpción a los cielos. Uno de nosotros siguió la corriente y dijo: “si el pintor hubiera sido fiel sabríamos si era subir o bajar por la posición de sus vestidos”.

Con el “Milagro de Calanda”, “Miguel Pellicer”, a quien le faltaba una pierna,  que “hacía tres años y cinco meses que la tenía muerta y enterrada”, y que la Virgen del Pilar se la repuso, ocurrió que no lo tomamos muy en consideración. El milagro de Miguel Pellicer lo cantábamos por los pasillos con un “cierto desenfado”.

Para el que cree lo de menos es que haya muchos documentos o pocos que lo confirmen, lo cree y punto. Lo cierto es que esa idea ha sido capaz de aglutinar a los aragoneses y a través de muchísimos años, y por esa idea han sido capaces de hacer cosas que de otra manera quedarían sin hacer. “La fe mueve montañas” decía el Sr. Aína, y eso es cierto. Pero la fe no “crea” la realidad en el tiempo pasado por muy esfuerzo mental y colectivo que se haga. En todo caso la realidad puede crearse en el tiempo futuro. ¿Qué hubiera respondido, por ejemplo, D. Ramón Pignatelli cuando se hizo cargo de las obras del canal Imperial de Aragón y que las llevó a feliz término en 1790?. De ahí el nombre de la fuente junto al canal en Casablanca de Zaragoza: la “Fuente de los Incrédulos”. En todo caso “si la montaña no viene a Mahoma, basta con que Mahoma baya a la montaña” y se acabó. El que necesita de los milagros para creer, se asemeja a Santo Tomás: “has creído porque has visto”. “Bienaventurados los que creyeren sin haber visto”. Fue la respuesta un tanto quejosa de Jesucristo.

Antero, “el dulce Antero”, era otra cosa. Se preparaba muy bien las clases y le ponía todo su entusiasmo, a pesar de que su tono de voz era tan suave y quedo, que a veces parecía rutinario. Decíamos entonces que Antero era el mejor “culo” de la diócesis, en el sentido de las horas que dedicaba sentado al estudio de la teología.

Los temas los desmenuzaba meticulosamente de tal manera y con tantos detalles ambientales, humanos, y haciéndonos ver el “Escenario” de los pasajes evangélicos, que venía a ser como “papilla teológica” para nosotros. Fueron unos años muy intensos en el estudio de la teología.

Ángel Berna, el inteligente Berna, el “fuerte” y exigente Berna, de tal manera era fuerte y exigente que a veces parecía un bruto en la calificación hacia nosotros. Cuando nos quejábamos que era inmensa la materia para los exámenes, nos llamaba quejicas y que parecíamos “ursulinas”. Era el más racional y frío intelectual de todos. Estaba muy bien preparado.

Juntamente con Tomás Domingo que nos explicaba la Historia de la Iglesia, y que con él aprendimos el trabajo de investigación en el seminario que sobre historia tuvimos, - Ismael y yo lo hicimos sobre “La Disciplina en el Vaticano I-, constituían un trío muy aceptable.

De otro estilo era el profesor de la Teología Moral, D. José Mª Sánchez Marqueta. Era un hombre bueno, preparado en su materia, e inmensamente humano. Era un hombre que “se dejaba querer”.

El texto oficial era el “Compendio de Teología Moral”, de la Editorial BAC, 1958. Dos mil cuatrocientas setenta y siete páginas en latín distribuidas en dos tomos. Pero lo que realmente seguíamos era el “Vademécum”, “Epítome de Teología Moral”, porque era como un libro de bolsillo, y porque sobre todo estaba en castellano. Ochocientas veintitrés páginas en “papel cebolla”, preparadas por el P. Juan B. Ferreres, S. I. y corregidas por el P. Alfredo Mondría, S. I.

Pero hagamos algunas observaciones elementales. Cuando el “Vademécum” trata sobre los pecados en general, dedica 12 páginas, y sobre las virtudes lo hace en 16 páginas. Es decir, un 33% más de dedicación a favor de las virtudes.

Veamos la extensión que le da a los “Diez Mandamientos”:

1.- “Amarás a Dios”..., son 10 páginas de letra muy pequeña. “Yo soy el Señor tuyo... No tendrás otros dioses delante de mí”. Éxodo, 20.3.

2.- “No usarás el Santo Nombre de Dios en vano”...: 9 pags. “No tomarás en vano el nombre del Señor, tu Dios”. Exod. 20,7.

3.- “Santificarás las fiestas”...: 6 págs. “Acuérdate de santificar el día del sábado”. Exod. 20,8.

4.- “Honra a tu padre y a tu madre”. Éxod. 20,12. Páginas dedicadas: 8.

5.- “No matarás”. Éxod. 20,13. Nueve páginas.

6 y 9.- “No fornicarás”. “No desearás la mujer de tu prójimo”. Exod. 20,14 y 17. Páginas: 9.

7 y 10.- “No hurtarás”. “No codiciarás la casa de tu prójimo..., ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno, ni cosa alguna de las que le pertenecen. Exod. 20,15. 17.

A estos dos mandamientos dedica más páginas y lo hace muy minuciosamente. Son 124 págs. sobre la Justicia, el Derecho, y los Contratos. El profesor dedicaba días e incluso semanas con gran esmero. Contrastaba con la justeza en la explicación y en el tiempo que dedicaba al sexto mandamiento, y que en algunos temas llegaba a un cierto rubor ya que se le notaba mucho debido a su blancura de cara. Para él lo importante era la justicia. Aunque la obsesión del ambiente era el sexo. Y digo ambiente no solo por nuestra juventud, sino especialmente por el ambiente social. “Era la sociedad la que estaba amarrada en la lucha por conservar la pureza y la continencia en cuanto al sexo”. - Contra este ambiente vendría en los años setenta principalmente, y aún antes, el desencadenamiento de la “rebelión sexual”. ¡Cuántos revolucionarios se darían, revolucionarios “de bragueta y olla”!-, como ha quedado reflejado en anterior ocasión.

8.- “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”. Exod. 20, 16. “No levantarás falso testimonio”. S. Mat. 19, 18. Son siete páginas dedicadas contra la Mentira, la Detracción (Calumnia), la Contumelia (Deshonor). (Ver S. Mateo, 5,22). No, a todo lo que perjudique al prójimo, física, moral, psicológica, socialmente, o de cualquier manera. Y no, a los juicios temerarios. “Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario”.

Pero no obstante lo anterior a favor de la extensión dada al tratamiento de las virtudes frente a los pecados, y del tratamiento en favor de la justicia; cuando habla de los pecados contra la caridad del prójimo, lo hace sobre el Escándalo, que “es un dicho o hecho menos recto que da ocasión a otro para que peque”. Y que incluso dice que hay obligación de reparar el daño causado. Y a la hora de poner ejemplos lo hace exclusivamente sobre “el vestido y ornato de las mujeres”, “sobre espectáculos y bailes”, “libros y revistas contra la fe y las costumbres”, y la “cooperación directa o indirecta con lo anterior”.

Ladinamente distingue entre “una cooperación formal, que no es admisible”, y sí “una cooperación material, si la acción en sí es indiferente, como sería la construcción de un lupanar por los albañiles”. “No se debe servir como criado a prostitutas y concubinas”. Y, “no se puede hacer de “alcahuete” que posibilite el pecado”. En fin en todo caso recomiendo, por curiosidad intelectual, la lectura desde la página 99 a la 107 del “Vademécum”.

Pero no habla del escándalo que supone para la sociedad “el robo de guante blanco”, por ejemplo, y que siempre lo ha habido, de una manera o de otra, y sobre la “incitación a la guerra”. En todo caso aquella frase latina de “si vis pacem, para bellum”, nunca que yo recuerde se puso en entredicho. No es de extrañar que en la actualidad tengamos que “tragar” con lo de “la guerra preventiva”. Esto no constituye “escándalo”.

 

Más allá de lo académico.

Hacia el final de la escalera, bajando de las habitaciones, de la parte que ocupaba el seminario mayor, en la esquina más próxima del claustro, había un grupo de seminaristas que rodeaban y escuchaban a un misionero que había venido a darnos unas charlas, y al pasar cerca de ellos, oí que el misionero decía: “Estoy convencido de que si todas las noches, antes de acostarnos, leyésemos un poco el Evangelio, no pasarían seis meses sin que notásemos que algo había cambiado en notros”. No me detuve porque iba a hacer una gestión, pero desde aquella noche lo puse en práctica. Práctica que duraría hasta que, una vez secularizado, contraje matrimonio.

Fueron quince años consecutivos leyendo el Evangelio todas las noches. Después de dos o tres veces de leer los cuatro evangelios, continué con el resto del Nuevo Testamento. A la Biblia entera le di unos cuantos repasos. Fue una lectura tranquila, sin prisas, sin condicionantes, lectura personal, “existencialmente personal”. Entré en un conocimiento emocional del mensaje de Jesús, mi inteligencia emocional estaba al servicio de la comprensión del Evangelio.

Toda la vida se fue empapando de la comprensión global y minuciosa del Mensaje del Jesús de Nazaret. Comprendí que no era lo mismo leer el Evangelio públicamente para los demás, que leérselo para uno mismo. Era lo que faltaba para “colmar el vaso”. Me tomé la vida muy en serio y la vida como aspirante a sacerdote. De ese “empaparse del Evangelio” brotaban infinidad de ideas a la hora de llevarlo a los demás. La liturgia la vivía intensamente para mí y en la medida que tenía ocasión, en la catequesis en los barrios, para los demás. No concebía leer el Evangelio rutinariamente, le daba, le procuraba dar el tono adecuado a lo que se leía y con la intención que yo intuía en el Evangelio que debía ser. Para mí no era una “lectura litúrgica”, sino una lectura existencial. Desde entonces siempre procuré que fuese así. Lo que haría en el futuro estaba en función de lo que se desprendía en mi lectura personal del Evangelio. Incluso ahora. Lo paso muy mal cuando escucho al sacerdote leer las Escrituras como “si no le diese importancia”. No acepto la “mediocridad litúrgica”, porque no es sólo un rito, sino que es el “compromiso con la evangelización”. Por eso nunca me costó transformar la liturgia en lo que creí necesario para la interpretación provechosa por parte de los que tenía delante. “Mi liturgia” estuvo siempre al servicio de los demás. Pero de ello hablaré más extensamente y con ejemplos concretos en el capítulo siguiente: “El Dios de un cura rural”.

Los domingos por la tarde, al anochecer, teníamos lo que se llamó la “Ventana al Mundo”. El invento fue del sacerdote y periodista D. Cipriano Calderón. Eran unas charlas de lo más sabrosas. Hacía un recorrido por la prensa española, y aun extranjera, comentando los acontecimientos más sobresalientes acaecidos durante la semana. Aquello nos abría más los ojos hacia el mundo. Nos sentíamos parte del mundo. Sus noticias nos alegraban y nos entristecían según fueran de signo positivo o negativo. Despertó en nosotros una gran avidez por la lectura de la prensa. Nos “peleábamos” por los periódicos. Era la “asignatura” de la vida y para la vida.

Ángel Berna le daba el remate en una clase que se organizó de Sociología. La visión que nos daba era seria, científica, y “sentida”. Nos sentíamos, en aquel momento, parte del mundo, con el mundo y para el mundo. Recuerdo que entonces era el inició del “bung” turístico en España. El Gobierno de “Los López”, el Gobierno de Franco - Laureano López Rodó (Comisario del Plan de Desarrollo Español), Gregorio López Bravo (Ministro de Industria y de Exteriores) y José María López de Letona (Subcomisario del Plan de Desarrollo y Social en Enero de 1966, y de Industria) -, dio un impulso a la economía española. Manuel Fraga lo daba al turismo español. Berna entonces vino a decir: “si sólo nos limitamos a desarrollar la industria hostelera en las playas españolas, y no desarrollamos al mismo tiempo la industria que transforme nuestros recursos naturales para que sean consumidos y “exportados” por los turistas, terminaremos siendo un país de “castañuelas y panderetas”, un país dedicado especialmente al ocio”.

Con sus explicaciones de la Sociología nos obligaba a bajar del “empíreo teológico” en el que habitualmente nos movíamos, y nos sumergíamos en los problemas sociales. Ello constituyó para mí otro paso muy importante en mi vida. Tan importante que ha supuesto mayor continuidad que las clases de la “teología académica”, de “aquella teología” que para mí tendría “fecha de caducidad”. Lógicamente estoy refiriéndome a aquella forma de teología, no a su contenido y a su fondo. Estoy recordando aquello de San Pablo que venía a decir: “cuando era niño hablaba como niño, sentía como niño, vivía como niño..., pero ahora debo de hacerlo como adulto”. No es que me sienta más hombre. Es que soy otro hombre distinto. Vivir “secularizado” también imprime carácter, aunque ahora no estoy hablando teológicamente, sino teniendo en cuenta aquello de “Yo soy yo y mis circunstancias”. Y así es como me siento orgulloso (en la medida que la fragilidad humana me permite estar orgulloso) de todo el pasado; también me siento orgulloso del presente. No anhelo aquello, no ansío aquello, pero lo que sí deseo con todas mis fuerzas es que en el presente y en el futuro estemos bien conectados con lo que el hombre, y el “hombre más frágil”, demanda de nosotros, los cristianos, seamos o no sacerdotes, seamos o no “sacerdotes liturgos”.

Hubo también algunos educadores que en este camino existencial contribuyeron a formar nuestra personalidad. Me refiero a Luis Mª Iradiel, Victorino Ramos, Vicente Aguilar y Alejandro Fernando. Cada uno a su modo nos orientaba de una forma correcta en aquel entonces, al menos guardamos un buen recuerdo de ellos. Especialmente recuerdo aquello que decía Alejandro, refiriéndose a uno de su pueblo (hoy el Barrio Zaragozano de Villamayor) que con toda la frescura bruta de un aragonés decía: “Yo cuando meto la pata, la saco, la limpio, y a caminar otra vez”. Me la he aplicado muchísimas veces y la he repetido otras tantas a la hora de animar a los demás para que no tengan “miedo a mojarse” y digan y hagan lo que tengan que decir y hacer. Lo contrario es caer en la “pasividad prudencial”, de la que los “listos” se aprovechan para “hacer sus agostos”. A escala del planeta se ha hablado incluso “del fin de la Historia”. Cuando las clases sociales empezaron a “escribir su historia”, hizo temblar “a las fuerzas vivas de la Historia”. La Historia debe de escribirse desde abajo. Desde arriba se escribe otra cosa con fines distintos a los de abajo. Hoy en día tenemos una cierta ventaja para elegir entre aquellos que escriben de una determinada manera o de otra. Hay que agudizar el “olfato”. Hay que saber elegir, saber discernir, y/o pedir consejo a los que nos quieren y quieren lo que nosotros queremos, teniendo siempre en cuenta especialmente a los que están más abajo de nosotros.

 

 

Todavía más  libros.

Claro que no nos limitábamos a los libros de texto oficiales. Empezamos a ampliar nuestra pequeña biblioteca. Y en honor a la verdad y como pequeña muestra de lo que hoy todavía conservo, y creo que mis compañeros conservarán todavía más, quiero recordar algunos títulos. En mi cuarto trastero se encuentran convenientemente clasificados los siguientes libros y autores, además de otros de la actualidad:

- Biblia Vulgata, de Congar-Turrado. Edit. BAC.

- Sagrada Biblia, de Nacar Colunga.

- La Sente Bible, de Jérusalem. Edic. du Cerf (París 1956). También la de bolsillo de Edic. Desclée de Brouwer (1955).

- El fascinante mundo de la Biblia. Selecciones de R. Digets (1963).

- Biblia Comentada (BAC), 4 tomos. Antiguo Testamento. Profesores de Salamanca.

- Sagrada Escritura (BAC), 3 tomos. Nuevo Testamento. Profes. Jesuítas.

- De la actualidad poseo la Nueva Biblia Española, de Luis Alonso Schökel y Juan Mateos. Edic. Cristiandad (1975).

- Y otros como Marx y la Biblia, de José P. Miranda. Edic. Sígueme (1972).

- El Evangelio Beligerante, de Alfredo Fierro. Edic. Verbo Divino (1975).

- La Bible et l´Evangile, de Louis Bouyer.

- Jesucristo ideal del sacerdote. Dom Columba Marmión. Edic. Desclée de Bouwer. Bilbao, 1955.

- Vida de Jesús, de François Mauriac. Plaza y Janés (1960).

- Historia de Cristo, de Giovanni Papini. Edic Fax, 1948.

- Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador, de Julio Lois. Edic. HOAC 1995. Y alguno más.

- Suma Teológica, 16 tomos, de Santo Tomás de Aquino. BAC 1956.

- Teología Dogmática, Michael Schmaus. Edic Rialps, S.A. Madrid 1959. Ocho tomos.

- Iniciación Teológica, Grupo de Teólogos. Edit. Herder 1962.

- Teología de la Caridad (BAC), de Royo Marín, 1960.

- Teología de S. Pablo (BAC), de J.M. Bover, S.I. 1961.

- El Cristo de nuestra fe, de Karl Adam. Helder, 1958.

- Teología de la Iglesia, Charles Journet. Desclée Brouwer, 1960.

- El Problema Ecuménico, de Bernard Lambert, O.P. Edic. Guadarrama 1963.

- Los signos de la Nueva Alianza, de A.G. Martimort. Edic. Sígueme 1962.

- Teología para seglares, de Benoit Pruche, O.P. Guadarrama 1962.

- Jalones para una Teología del Laicado, Ives M.J. Congar. Edic. Estela-Barcelona 1961.

- Y en Teología Moral usábamos además La Ley de Cristo, de B. Haring, Edit. Herder 1961, dos tomos.

Creo que son unas muestras más que suficientes para hacer ver que siempre nos lo tomamos muy en serio. Y por lo que veo en la actualidad, también  mis compañeros, de una manera o de otra, siendo sacerdotes o seglares, hicieron lo mismo.

Habría que añadir algunos títulos sobre Patrología, Historia de la Liturgia, sobre la Virgen, Historia de la Iglesia, Documentos Pontificios, Documentos del Vaticano II, Encíclicas, Catecismos, etc. que se encuentran disponibles en mis estanterías.

Personalmente, y como no puede ser de otra manera, tengo unos cuantos libros sobre la Teología de la Liberación. Pero de esto hablaremos más cuando lo hagamos sobre la HOAC y sobre la JOC, el Movimiento Obrero, y la Teología desde las clases trabajadoras cristianas, y desde lo que el mundo de los marginados nos demanda. Y pensando en esta “teología nacida de la vida”, me viene al recuerdo  aquella imagen de un Ernesto Cardenal, Sacerdote, Poeta, y Ministro de Cultura de Nicaragua, arrodillado a los pies del Papa Juan Pablo II, y recibiendo humildemente su reprimenda ante el pueblo, su “pueblo”, y ante todas las cámaras de TV del mundo entero, que en ese momento de la visita del Papa a Nicaragua, estaban conectadas, y cuyo “crimen” cometido era estar metido en política, perteneciendo a un “Gobierno de Izquierdas”, presidido por Daniel Ortega. Como tampoco puedo quitarme de mi cabeza aquella otra imagen del Dictador Pinochet, recibiendo “placenteramente” la comunión de manos del mismo Papa. ¡No, y mil veces No! Una cosa es no tener suficiente información, como podría ocurrirnos en los años sesenta, y otra cosa es que teniéndola no nos rebelemos contra lo que creamos injusto, y aunque ello venga del Papa.

 

 

“Primavera del 63”.

El día había amanecido con buen sol, aunque la mañana estaba fresca. La primavera parecía como que se adelantaba al comienzo oficial. Las familias habían madrugado aquel 17 de Marzo de 1963. Esperaban charlando con “voz religiosa” por los pasillos del claustro del seminario mayor. Nosotros, nerviosos, esperábamos a que sonaran los timbres para bajar a la capilla. El Arzobispo Morcillo había llegado ya con sus acompañantes, y todo estaba preparado para dar el “gran paso”. Íbamos a ser ordenados sacerdotes once compañeros de curso; aquel “curso” que había comenzado un 29 de Septiembre de 1951.

“Los que estén dispuestos que den un paso al frente”. Después vendrían las Letanías de los Santos, la homilía del Arzobispo, la imposición de las manos sobre las cabezas de cada uno de nosotros, el beso cálido del Obispo en nuestras mejillas, la investidura de la vestimenta característica del sacerdote, la primera concelebración de la Santa Misa con el Obispo, y el reconocimiento oficial a los padres como “padres de sacerdotes”, y todas las felicitaciones y agasajos de todos los presentes. Anteriormente, el 22 de Diciembre del 62 y posteriormente, el 17 de Febrero del 63, habíamos sido ordenados de Subdiáconos y Diáconos respectivamente.

Mis padres habían llegado desde Burdeos, acompañados por el hijo del patrón y de su esposa, Pierrot y Édit Pradier. Mi padre, el anarquista, se sentía orgulloso; y mi madre plenamente emocionada. Para ella merecía la pena todos los sufrimientos habidos y por haber a lo largo de los 26 años que yo iba a cumplir el 30 del mismo mes de marzo. Atrás quedaba la separación de mi padre en la estación de tren de Caspe en un día de Febrero de 1.938, y a quien no volveríamos a ver hasta otro día de Agosto de 1954 en otra estación, la de Hendaya. Esa mañana de primavera estaba también mi hermana María, mis primos hermanos, los Serrano-Gómez, los García- Gómez, seminaristas de Albalate y diversos amigos.

Quise celebrar mi “Primera Misa Cantada” en el Noviciado de las Hermanas de Santa Ana, como reconocimiento personal a toda su labor en favor de los más necesitados, y como agradecimiento a que fueron ellas  las que me enseñaron a leer y escribir en la Escuela de Párvulos de Albalate, y a toda la labor misionera que estaban realizando por el mundo. Alguna de ellas era amiga de la infancia de mi hermana, como la hermana Mercedes, que todavía sigue “en activo”.

El día 21 de marzo fui a Albalate para ver a mi abuela Eulalia que se encontraba enferma en cama. Mi abuela tenía 96 años, y decía que no se quería morir hasta que no me besara las manos como sacerdote. Todos estaban seguros que así ocurriría. Estuve en casa, me besó las manos, permanecí todo el día con ella hasta que por la tarde me volví a Zaragoza en el coche de línea público. Pero al llegar a casa de mis tíos, los Serrano-Gómez, me comunicaron que habían llamado por teléfono desde Albalate diciendo que la abuela había muerto. El entierro fue al día siguiente. Hubo llantos, pero eran llantos un tanto especiales. Todos estábamos impresionados por la coincidencia de su muerte con el del cumplimiento de besarme las manos.

Terminado el curso académico en junio, hice otro “Cante de Misa” en Albalate, pero esta vez con el objetivo de los niños del pueblo. Se organizó una fiesta y les obsequié con una chocolatada. Tenía dinero puesto que se me habían hecho numerosos regalos y creí que era una buena forma de emplear lo que se me había regalado.

En el mismo mes fui a Tauriac le Morón, donde vivían mis padres, y donde el sacerdote de la parroquia organizó otro “Cante de Misa”. El ambiente de Francia era más secularizado y ya empezaban a escasear los seminaristas. En el pueblo no se había conocido ningún seminarista. La gente acudió con cierta curiosidad, porque iba a decir misa el “hijo del español anarquista”.

Mucho entusiasmo puso el sacerdote en la ceremonia, y en su predicación, no exenta de imaginación, puesto que le dije que se me había destinado como sacerdote a dos pueblecitos aragoneses separados por el río Ebro y sin puente que los uniera. Imagen que ellos comprendían muy bien desde su situación geográfica en la rivera del río Dordogne y próximo a su confluencia con el Garona.