2. DIOS, EN EL SEMINARIO.

Ambiente, profesores, alumnos.

 

Alcorisa era un pueblo tranquilo, apacible, pero inquieto. Se sentía protector del seminario. A las afueras, en la margen izquierda del río Guadalupillo, en dirección hacia Andorra, estaba construido un viejo casarón, antiguo colegio de los Paúles. Una plazoleta con grandes árboles daba acceso a la iglesia, "Esta casa, es casa de oración", dice un letrero sobre la puerta. A la derecha se abría la puerta para recibir a los "veteranos" seminaristas, y a los nuevos "picholos" que por primera vez pisábamos aquel lugar.

A la izquierda, la escalera principal por la que se accedía a las dos plantas que constituían, constituyen, principalmente el edificio. Justo, en frente, en la primera planta, se encontraba el despacho del Rector.

El dormitorio de los picholos, en la segunda planta, era el más amplio. Había que acoger el mayor número de alumnos.

Ese curso ingresábamos 74 chavales, dispuestos a adentrarnos en un mundo nuevo para nosotros. A medida que se avanzaba en cursos, disminuía el número de alumnos. La gente se iba quedando en la cuneta del camino. Media docena de compañeros se agregarían posteriormente a este curso que comenzaba, por repetir curso o por venir como vocaciones tardías.

Los más mayores dormían en el dormitorio llamado "La Siberia". Era la tercera planta en un extremo del edificio. Su nombre indica el frío que hacía en invierno. Recuerdo que en el cincuenta y cuatro llegamos a estar a 12 º bajo cero. El agua en las palanganas que recogíamos y guardábamos debajo de la cama para asearnos a la mañana siguiente algunas veces llegó a helarse.

 

Desde mi visión personal del seminario, o desde mi deseo personal sobre cómo debería ser el seminario en aquel entonces, llegaba a concebir a los demás, tanto compañeros como profesores, poco menos que ángeles constituyendo una gran fraternidad. Lógicamente me llevé un gran chasco. Observé la miseria humana, producto de los tiempos de escasez y de rencores contenidos.

En el centro del patio que formaba el pequeño claustro había, todavía está, un pozo de agua con su cubo y su cuerda para sacarla. Aunque no era necesario, porque en los dormitorios había agua corriente, y en los lavabos que cada dormitorio tenía anejos. Y a lo largo del comedor y cocinas, se extendía un patio-recreo, vallado, que lo disfrutaban los de los cursos 3º y 4º. Nosotros estábamos con los de 2º en el patio de entrada al edificio, recordándonos el letrero de la puerta de la capilla, que aquello era "casa de oración". A nuestras misas venían las personas piadosas que vivían más próximas a nosotros. Un huerto nos permitía recolectar algo de hortalizas. Y en el sótano, antiguas bodegas, antigua cárcel, se había habilitado un escenario y unas sillas para teatro y para charlas dominicales para toda la comunidad.

Especialmente las charlas del Rector se basaban en la Urbanidad y Reglamento para seminaristas de la Archidiócesis de Zaragoza. Años 1930 - 1945. Los compañeros de curso que nos solemos reunir en la actualidad la hemos reeditado en el año 2002, para recuerdo y solaz nuestro. Era una urbanidad, por supuesto para eclesiásticos, pero que coincidía, en lo sustancial en cuanto a los protocolos de actuación para con los demás, con lo que hace unos años recordaba el Marqués de Santo Floro, el Sr. Figueroa.

En alguna ocasión se nos llegó a decir, y ante la proximidad de las vacaciones de verano, no había otras, que tuviéramos muchísimo cuidado en el trato con las chicas, porque "tened en cuenta que una prima nos es igual que una silla". "Si alguna mujer intenta daros la mano, procurad llevar siempre un periódico o un libro, y responderle: ¡qué!, lo quieres?, y así os evitareis tocarle la mano". ¡Qué tiempos!

No es de extrañar que mi querida Mari Luz de Albalate preguntase a mis primas que si no me dejaban hablar con las chicas. Mari Luz, nunca te he olvidado y siempre te he llevado en mi corazón. Perdóname por lo que te hice sufrir sin darme cuenta. Recuerda que cuando te volví a ver, siendo los dos, personas adultas de unos cincuenta años, y en medio del fragor de los tambores de Semana Santa, el abrazo que nos dimos resumió en una, las dos largas vidas, recorridas por separado.

 

El Dios que se estudiaba, y el que se vivía.

Había que estudiar y estudiar mucho y en condiciones, para el modo de vivir de hoy, muy penosas. No había calefacción. Los inviernos en Alcorisa eran muy crudos. No recuerdo haber visto durante los cuatro años que duró mi estancia en Alcorisa ni una sola estufa. El fuego lo veíamos cuando íbamos de excursión y encendíamos alguna hoguera. Únicamente percibíamos calor cuando pasábamos delante de la cocina. El único calor que se experimentaba, era el calor de la amistad y el que emergía de nuestro propio movimiento. Posiblemente supuso aquello un hábito para reaccionar activamente ante las dificultades. Fue una educación opuesta a rendirse ante el fracaso. Claro, esto se daba en los que sobrevivían. Los que no podían más fingían alguna enfermedad para ser instalados en la enfermería. Casos hubo que al salir de la enfermería abandonaban y se iban a casa "arrojando la toalla". Aunque siempre eran excepciones. La comida era escasa y pobre. Las postguerras, civil y mundial, juntamente con el bloqueo que se hizo a España, no permitían mayor "alegría" en el abastecimiento.

Se decidió salir a pedir aceite, patatas, legumbres, etc., por los pueblos cercanos. "Los pobres se compadecían de los pobres". Siempre la solidaridad se da especialmente en los de abajo. En los de arriba lo que se da es la competencia, el progreso individual o de grupos concretos, el ¡"sobreviva el mejor"!. Si trasladamos estas ideas al momento actual podremos sacar algunas conclusiones provechosas. No se trata, por ejemplo, de que a alguien le toque la lotería, se trata de que la lotería de la justicia social toque a todos los habitantes del planeta.

En esas condiciones íbamos ampliando nuestros conocimientos. Naturalmente eran conocimientos dosificados y muy bien orientados según las consignas políticas del ambiente dominante de España.

Los textos, las charlas, la orientación espiritual, todo era encaminado en el mismo sentido. Nada de mentalidad crítica, sí de aceptación doctrinal, y sobre todo de la razón y razones de los que habían ganado la guerra en España. ¡Qué barbaridades habían cometido los rojos!... Es lo que se nos decía en las intervenciones de algún cura de los pueblos de los alrededores. Yo escuchaba, tragaba y sufría. "Yo era el hijo del exiliado de guerra". Exiliado, que no prófugo, como se calificó en las listas oficiales a los que "emigraron" hacia Francia y desde allí hacia otros países. Esto era parte de la educación que recibíamos, y que en el reencuentro con mi padre en agosto del 54, me pasaría, nos pasaría factura, a mi padre y a mí.

Pero también había muchas cosas buenas e importantes, como es por ejemplo la educación musical. Nuestro curso llegaría a ser uno de los más promocionados en este sentido de la música y del canto.

¡Cuantos buenos ratos nos proporcionaba el desahogo del cantar en grupo. Bastaba con que uno comenzase una canción para que todos los demás le siguiéramos formando un coro improvisado y polifónico. Para mí esto era un gran alivio.

Entre las cosas que tuve que dejar en el pueblo al ingresar en el seminario fue a mis compañeros de orquesta. D. Manuel Gazulla, profesor de música, estaba preparando a un grupo de compañeros de Albalate para constituir la nueva orquesta del pueblo.

El primer fin de semana que yo pasé en el seminario, mis compañeros de música debutaban públicamente ante las gentes de Albalate. El amigo íntimo del alma, Miguel Alcaine Soro, tuvo la delicadeza y el gesto solidario de enviarme sus DIEZ pesetas de jornal que recibió ese día. Miguel, ¡que gran trompetista podrías haber llegado a ser, si hubieras tenido ocasión de que alguien te hubiera promocionado! Tenías potencia y gusto. La vibración que tu cuerpo transmitía, a través de tus manos y de tu boca, al sonido de tu trompeta daba la interpretación en "trémolo" a las piezas que tocabas. "Te removía por dentro". Y eso que tu primera trompeta fué de segunda mano, porque no había para más. Creo que después, y por exigencias de la orquesta te pasaste al trombón de pistones. Me acordaba en el seminario de todos vosotros: el Serón, el "Bochiga", Nicolás, Enrique, Emilio, Salvador, etc.

La educación espiritual en esta época tenía "un tinte" muy marcado de miedo al pecado, al infierno, de negación de lo natural en beneficio de lo sobrenatural, y de todo aquello que no estuviera en las coordenadas: Dios y yo; yo y la Iglesia.

Iglesia como Jerarquía a la que se le debía plena pleitesía, dedicación y obediencia.

Obediencia, castidad y pobreza al servicio de la Iglesia. Tendrían que pasar veinte años para comprender que es más importante obedecer al mensaje del Jesús de Nazaret (la construcción del Reino de Dios y de su Justicia), que a la "iglesia" y a las personas constituidas como poder. Obediencia, castidad, y pobreza, en función de la libertad personal para la construcción de ese Reino de Dios y de su Justicia. Ello significa que no puede haber ninguna cortapisa en la dedicación y en el desprendimiento absoluto, de nada, ni de nadie, para dedicarse a esa tarea.

En Alcorisa hubo dos profesores a los que creo que se les debe de hacer un reconocimiento especial. Fueron Jesús Imaz, fogoso todo él y sincero, y José Mª Díaz, humanista, literato y especialmente poeta. Fue nuestro inicio de lo que después vendría a ser nuestro entusiasmo por la literatura del siglo XX.  

Cuando en el pantano de Gallipuén, entre Alcorisa y Molinos, descendían las aguas, se producía en la cola izquierda del pantano, según se mira a la presa, una gran explanada llana de arena, y nunca mejor dicho pantanosa, que nos permitía organizar unos buenos partidos de fútbol. Era un placer jugar en aquel suelo fuerte pero suave, comparado con el mallacán de la "Era de Andorra", el campo de fútbol del pueblo. Era como jugar en un buen césped de hierba. 

La consigna había corrido de boca en boca, "después de comer nos juntaríamos allí para el partido sin que los profesores se enterasen". Era un día de excursión y ellos estarían charlando haciendo su digestión. El secretismo respondía al hecho de que íbamos a estrenar nuestros pantalones cortos (azules) y la camiseta del equipo (blanca), que clandestinamente habíamos traído de Zaragoza. Estaba prohibido jugar con pantalón corto. Nosotros estábamos hartos de jugar con la misma ropa de calle. No nos parecía higiénico, ni encontrábamos razones suficientes para tal prohibición. ¡Fue una rebelión en toda regla!

Naturalmente el hecho llegó a los Superiores, y creo que constituyó una gran discusión ante nuestras Autoridades Religiosas en la capital aragonesa. Inaugurar el nuevo Seminario de Casablanca en Zaragoza, al cual nos incorporaríamos al año siguiente, supondría que definitivamente se permitiera realizar el deporte y la gimnasia con la ropa adecuada: "pantalón corto azul y camisa blanca con puños y cuello azul, con medias (calcetines) hasta la rodilla". Creo que aquí empezó en el seminario "la modernidad", a la que después seguiría lo que vinimos en llamar "la Edad de Oro del Seminario de Zaragoza".

(Sobre el tema leer en: Subpórtica, La revista electrónica de los alumnos del Seminario de Alcorisa que empezaron su primer curso en 1951-1952. Recuerdos: http://personales.mundivia.es/abosque/curso.htm ).

 

Viaje a Francia al reencuentro con mi padre.

El tren "Topo" que circulaba entonces, no sé si también ahora, desde San Sebastián hasta la frontera de Irún con Francia nos dejó, a mi madre y a mí, cerca del viejo puente internacional de Hendaya sobre el río Bidasoa.

Desde mitad del puente se ve la plaza de la estación y a su izquierda la propia estación del ferrocarril que nos habría de llevar hasta Burdeos. Desde allí la mirada ansiosa de mi madre divisó a un hombre que estaba paseando por la acera de entrada a la estación. La exclamación rápida y tajante fue: ¡"Ese es tu padre"!. Lloros, abrazos, y unos ojos abiertos como platos, los míos. Escenas parecidas se habían producido anteriormente y se producirían más tarde en sucesivos reencuentros con distintas familias. Eran los primeros días del mes de Agosto de 1954.

Las maletas se quedaron en consigna y al atardecer fuimos a cenar a un restaurante al otro lado de la plaza. La primera noche la pasamos en un hotel. A la mañana siguiente cogeríamos el tren para Burdeos. 

Cenamos en una terraza con el sonido de fondo de música de acordeón. Fue la primera sensación que recibí de "la dulce Francia". Me llamó la atención que tanto las fachadas de las casas como los toldos de los comercios eran de colores muy vivos, especialmente el rojo y el amarillo.

 

En España era todo "más gris". Al lado de nuestra mesa, había un grupo de jóvenes cenando y charlando alegremente. De reojo miraba con gran curiosidad sin poder deducir quienes eran chicos, y quienes chicas. Sus cabelleras largas y sus blusas amplias me impedía sacar conclusión alguna. Aquella escena no se parecía a lo que yo estaba acostumbrado a ver.

El tren era eléctrico, silencioso y muy rápido. El olor que desprendía era a limpio y a húmedo. Lo mismo que las sábanas de la cama en la que dormí. Para mí era un mundo nuevo y distinto al que estaba acostumbrado a vivir en aquella época. St.Jean-de-Luz, Biarritz, Bayonne, Dax, Guétary, Bordeaux, fue el itinerario. En un autobús llegamos hasta la Propiedad llamada "Maison Neuve". Se encontraba entre los términos de La Lustre y Tauriac le Morón.

Entrando a la derecha estaban las bodegas con sus grandes cubas, a modo de depósitos, las prensas y garrafas, botellas, etc. Ya no se producía el vino aquí. Se hacía en la cooperativa donde todos llevaban su producción de uvas. El olor de las bodegas era un olor a viejo, rancio, agridulce y húmedo. La humedad era la característica más común. Lo que sí se producía para el consumo familiar y amigos era el famoso "L´eau de vie", una especie de "Aguardiante", hecho de ciruelas, uvas y otras frutas. Se tomaba especialmente por las mañanas con el café a modo de un buen "Carajillo". Era muy fuerte, 60º. "Al que no lo mataba, le daba vida. También se hacía champagne de vino tinto, del mejor vino tinto de la cosecha. Era delicioso, "sabroso", casi se podía cortar con cuchillo; llevaba yemas de huevo, azúcar, etc. Venía a ser como un buen reconstituyente. A la izquierda había otro grupo de edificios que componían el hangar, cobertizo para la paja, alimento de las vacas y para su camada, y a continuación las viviendas. La mejor estaba reservada para el patrón, la otra era para mi padre y mi tío (su cuñado) que trabajaba con él.

En el centro unos algarrobos y castaños con un pozo de agua de 27 metros de profundidad. Se sacaba el agua mediante unos grandes cubos, y una cuerda adherida a una polea. Hacia la cima de la suave montaña, y a derecha e izquierda se extendía la plantación de la viña. En la cima había un gran castaño, frondoso en verano con la frescura de la hierba, el paisaje era todo verde, y la gran producción de castañas para el octubre. Desde allí y mirando hacia el sur se divisaban infinidad de pueblecitos de la campiña del Dordogne. Entre el Dordogne y el Garone se extendía un polígono de tierra en cuyo ángulo se estaba construyendo una gran Central Atómica. Por la noche se veían bien sus luces y los resplandores de los soldadores que iban acoplando pieza por pieza todo el sistema productivo de energía eléctrica. Mirando hacia la derecha se veía la confluencia de los dos grandes ríos formando una especie de brazo de mar hasta el Océano Atlántico. En el encuentro con el Océano, en Ptª de Grave le Verdon y Royan había establecido un servicio de Ferrys, a modo de puente flotante para pasajeros y vehículos de todo tamaño. Para mí era todo un espectáculo hermoso, toda aquella visión desde mi "marronnier". Al atardecer, y después de haber ayudado a mi padre en algunas labores agrícolas, me subía hasta el castañar para leer, rezar mi rosario y tocar con mi "pipeau" las melodías más comunes cantadas en el seminario. Era el recuerdo nostálgico de mi otro mundo de origen. Los vecinos preguntaban a mi padre quien tocaba la flauta al anochecer cuyo sonido se extendía por todo el valle. Eran canciones españolas, pero también francesas, italianas y rusas, que especialmente componían nuestro repertorio habitual. El romanticismo era evidente en un joven "enjaulado" durante todo el año en un seminario..

Mi padre era un hombre de 45 años, fuerte, trabajador, chistoso, y habitualmente hablaba en voz queda. Era la suavidad del lenguaje que le rodeaba. Las dos guerras, el campo de concentración de acogida francés y las nuevas costumbres que veía, le habían pulido muchísimo y venía a ser un hombre más culto de lo habitual que el de Albalate para aquel tiempo. Él me estudiaba y yo también a él. En este primer encuentro todo fue perfecto. Las discusiones vendrían después, cuando la confianza iba aumentando. Tarde o temprano tendrían que salir las diferencias ideológicas entre su vida y la mentalización muy bien dirigida de la mía. La visión de la Guerra Civil Española no coincidía, no podía coincidir. Lo que a mí se me había inculcado en el seminario de la visión de los ganadores, era imposible que fuera igual que la de los perdedores. No quiero descender a detalles, pero había relatos sobre lo que hicieron los rojos, que contados por mí a mi padre, producían violentos "ataques" de rabia. Casi destrozamos nuestra familia. ¡Lo siento!, ¡lo siento mucho! Pero tenía que ocurrir. También en este sentido afectivo e ideológico sufrí las consecuencias de la guerra fraticida. Tan espeluznantes eran las cosas que se nos decían en los primeros años de la década de los cincuenta como producidas por los rojos, como lo son las que nos cuenta nuestro amigo Julián Casanova en su libro La Iglesia de Franco, en el 2001. Creo que me siento, a través del sufrimiento de mi familia y del amor desplegado entre mis padres, en condiciones óptimas para comprender ambas partes. Creo sinceramente, que hasta que los eclesiásticos no sean capaces de leer el libro de Casanova, sufrirlo y superarlo, no estaremos, los cristianos, capacitados para evangelizar el inmenso mundo que existe fuera de nuestras murallas ideológicas, éticas y morales católicas. También creo que estas "murallas" deben de ser superadas por los de la otra parte.

Lo que más me llamaba la atención del comportamiento de las personas con las que nos relacionábamos, era el respeto por la propiedad ajena. El dinero del periódico, del pan, de la leche, se dejaba en un cesto en la puerta y cada uno cogía lo que le pertenecía. Si alguien se encontraba algo perdido, lo dejaba a un lado, recogido, para que cuando viniera el dueño buscándolo, lo encontrare en perfecto estado de conservación. La gente era tolerante y humanista. Cuando mi madre y yo íbamos a misa el domingo al pueblo, la gente nos miraba y nos hacía un saludo inclinando ligeramente la cabeza. Por supuesto el Cura esperaba en la puerta y saludaba a las personas que entraban a la iglesia.

Yo tenía que cumplir con mis obligaciones piadosas: misa y comunión diaria, y confesión semanal. En el primer viaje yo no sabía francés, por lo que hube de hacer la confesión en latín, lengua que se supone que todo sacerdote católico debe de saber. Cuando el primer día me clavo en el confesionario y digo: "Pater, quaeso te dicas mihi in lingua latina". Frase dicha con mi acento baturro produjo en el hombre, que no se lo esperaba, tal ataque de risa que todo el confesionario se movía. Lo que sudó para contestarme improvisando a lo que yo sí que me había preparado. Pero el hombre me cogió mucho cariño, ya que él no tenía ningún seminarista en el pueblo, y siempre me trató muy delicadamente. En Agosto de 1963, yo aportaría mi "cante de misa", una vez hecho sacerdote, para lo cual él organizó una gran fiesta parroquial.

 

Del seminario de Alcorisa al de Zaragoza.

En la carretera hacia Andorra se encontraba el campo de fútbol del Club Deportivo de Alcorisa. Es donde organizábamos partidos con los del pueblo que aprovechaban para entrenarse antes de jugar con los pueblos limítrofes. Allí estaba "El Peseta", José Luis Roca, que llegaría a desempeñar un alto cargo en la dirección del deporte aragonés, y todos los demás del equipo. Era un campo muy duro porque el suelo era puro mallacán. Las caídas eran de escorchones y escozores. Más allá, en la misma carretera se encontraba la "Balsa del Regatillo" que acumulaba agua para el riego de los agricultores del pueblo. Era nuestro destino habitual en nuestras salidas de esparcimiento. En uno de aquellos inviernos tan crudos que hacía se había helado completamente con un espesor tan consistente que nos permitía hacer patinaje a todos los del curso.

Los juegos de "basquet", "ajo", y pelota de frontón eran los más habituales durante los recreos entre clase y clase. Otros nos entreteníamos de otra forma. Recuerdo que una vez estábamos escalando la tapia del corral de los cerdos y gallinas, cuando al compañero Comín se le ocurrió el grito de "¡Seminaristas oprimidos, uníos!". Yo no sé de donde lo sacó. Yo no lo había oído nunca, ni tampoco comprendí entonces por qué se armó tanto revuelo entre los Superiores que sigilosamente nos llamaron a declarar de uno en uno. Desde luego que entonces no pensé que yo era hijo del "exiliado político".

El ambiente era muchas veces de excesivo "celo" por parte de nuestros educadores. Recuerdo aquel principio que se solía decir: "Nunquam duo, saltem tres", pensando que así se evitaría las posibles muestras de cariño entre dos muchachos. Porque las amistades "particulares" entre dos chicos constituían un factor de riesgo que deslizaban hacia el pecado. Entonces se imponía "el Dios del sexo, sobre el Dios de la justicia". Hoy, el tabú del sexo se ha superado, pero no por eso se ha impuesto el Dios de la Justicia, justicia social y distributiva. Más, si se me apura quizás diría que se ha usado el "ancha es Castilla" en lo sexual para distraer a la gente de la injusticia que se está dando junto a nosotros constantemente, y especialmente se nos distrae de la injusticia que ejercen los fuertes sobre los débiles. ¿Cuantos "revolucionarios de bragueta no han habido en la lucha reciente por la conquista de esta "democracia"? Revolucionarios de "bragueta y olla", quien más y quien menos en las derechas, izquierdas y en todos los que se consideren del centro. Y perdón si exagero...

Desde luego entonces se conocía poco "aquello de la psicología evolutiva del niño". Queriendo hacer bien al reprimir las tendencias homosexuales, lo que hacían era darle más morbosidad. Por otra parte nunca comprendí aquellos antecedentes "graffiteros", que se pintaban en las paredes de los wáteres: "Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuando". Sin comentarios. Las duchas con agua caliente cada quince días eran bien esperadas por todos. Las instalaciones no daban para más. Pero eso sí, los ciclos se cumplían inexorablemente. Hiciera frío o calor, se tuviese ganas o no, la ducha caía sobre nosotros y su efecto beneficioso tanto físico como psicológico se producía siempre.

Pero poco a poco el ambiente se iba abriendo cada vez más. Llegamos a visitar las minas de carbón de Andorra que entonces estaban en pleno apogeo. Nunca he vuelto a bajar a una mina. Fue nuestro primer contacto con el mundo del trabajo. Solo conocíamos el mundo agrícola o el de la capital, y lo que llevaba aparejado el mundo del campo rural y urbano. Bajar a más de cien metros de profundidad fue toda una experiencia. Ver la valentía de los mineros trabajando en aquellas condiciones, a algunos nos fortalecía más y nos empujaba más hacia nuestro objetivo.

Objetivo que comprendería más y perfilaría más hacia el año 1968 en el que entré en contacto con la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica, que puso en marcha el catalán Gillermo Rovirosa en 1948). Pero de ello hablaremos en el capítulo propio.

Desde Molinos, en la provincia de Teruel, subíamos andando barranco arriba, el de Baticambras, hasta un recodo donde a mitad da la montaña, a la derecha del barranco, se abría un boquete, pequeño agujero, por el que nos deslizábamos reptando como culebras hacia el interior de las "Cuevas de las Baticambras". Cuevas para espeleólogos bien preparados y que nosotros íbamos recorriendo ayudados por cuerdas y candiles de carburo de los que empleaban los mineros para su trabajo. Éramos guiados por un experto del pueblo.

A estas cuevas, las primeras que fueron descubiertas por un pastor en busca de una cabra perdida, las podríamos llamar de "cuevas de aventura". Descubiertas posteriormente las "cuevas de cristal", magníficas por su belleza y su vistosidad, que son las que se han promocionado hacia el turismo, eclipsaron a las "Baticambras". Pero nosotros exploramos las únicas que se conocían entonces. Si tuviéramos que hacer una comparación, aunque a lo pobre, sería con las cuevas de Bétharran, que se encuentran en el pais vecino francés cerca de Lourdes.

Una vez superábamos la prueba "del tubo" por donde entrábamos, nos reuníamos en una "gran sala" ante un mundo lleno de estalactitas y estalagmitas. El guía nos preguntó: ¿hacia donde creéis se encuentra la continuación de las cuevas?... Nadie respondió con seguridad. Ahora decidme, ¿por donde tendríamos que salir? El desconcierto fue general. Habíamos perdido toda noción de referencia. Apabullante.

Rehechos del susto, continuamos hacia un pequeño rincón que se encontraba a nuestra izquierda. Hubo que atravesar otro paso casi tan estrecho como el de entrada. Se extendían sucesivamente nuevas salas con nuevas estalactitas y estalagmitas, y hacia nuestra derecha profundos desniveles del terreno. Avanzábamos lentamente en un continuo "caer y vuelve a caer". En un continuo "¡dame la mano y te la daré!". Nos necesitábamos constantemente unos a otros. Era toda una experiencia.

Después de un buen rato de caminar en aquellas condiciones, que nos pareció eterno, llegamos hasta una profunda sima con agua, similar a la sima San Pedro de Oliete. Los nativos decían que aquello era "un brazo de mar". Estuvimos allí un buen rato cavilando si continuarían más las cuevas. Pero hasta entonces nadie había avanzado más. Cuando volvimos al pueblo, el cura D. Pascual Martínez Calvo, nos preparó una pequeña fiesta de bienvenida con sus dulces y productos naturales y artesanales. Por cierto Mosén Pascual ha escrito en el año 2000 la Historia del Seminario Diocesano de Zaragoza y la Evangelización. Una parte importante del libro lo dedica al Seminario Menor de Alcorisa, que entonces pertenecía a la Archidiócesis de Zaragoza.

El 18 de Junio de 1955, nos despedíamos de Alcorisa, acabado el 4º curso de Humanidades, pues en Septiembre deberíamos incorporarnos al nuevo Seminario de Casablanca en Zaragoza.

Atrás quedaban cuatro años vividos paso a paso, pulso a pulso. Los recuerdos y vivencias se agolpaban en nuestras mentes y en nuestros corazones. El olor de la Capilla perfumada con tomillo desparramado por el suelo para la Semana Santa, los cánticos a la Virgen de los Desamparados, que presidía la iglesia, las misas, los sermones, el canto gregoriano, las máximas de D. Juan Más, el padre espiritual, con su "Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío", sus tabúes, miedos, aprensiones, "ni una gota de agua antes de comulgar", la Santa Bula que dispensaba algunos días de la abstinencia de comer carne en la Cuaresma, Etc..

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Pero ¿cómo se estudiaba el tema de Dios en el seminario? El texto era el de Remigio Vilariño, que al no estar en mi poder en este momento, haré referencia a otro similar que estudiamos en el primer curso en Zaragoza. (El 5º de Humanidades). Se trata de La Verdad Cristiana, Compendio de Teología Fundamental y Dogmática, (1948), de Eugenio González González.

Comenzaba tratando sobre la revelación sobrenatural y de la fe que exigía tal revelación. Y en concreto sobre Cristo como fundador de la Iglesia cuya misión divina era demostrada por el testimonio del Antiguo Testamento y por el testimonio del mismo Cristo que era confirmado por sus milagros, sus profecías y su resurrección. Para demostrar la veracidad de la resurrección se pasaba a machacar inexorablemente a los adversarios de la doctrina católica. Los que decían "que si había sido un fraude"; que "si Jesús no murió"; que "si había sido una alucinación de los Apóstoles"; que "si el amor ciego de María Magdalena que deseó tanto verlo, que efectivamente lo vio"; "que los apóstoles con su fe crearon la supervivencia de Jesús, como proyección exterior de su idea"; "que si lo que ocurrió es que el cuerpo de Jesús fue echado a la fosa común"; "que si no se dejaron doblegar los apóstoles ante el fracaso de Jesús y comenzando por Pedro empezaron a ver de nuevo a su Jesús, cual en otro monte Tabor"; "Continuó después Santiago y el día de Pentecostés lo vieron 500 personas", etc. etc. etc.

A partir de ahí se desarrollaba toda la doctrina sobre la Iglesia de Cristo. Las fuentes de la revelación eran la Sagrada Escritura, la Tradición divina y los Dogmas de la Iglesia. Lo que seguía era teología pura: "Dios, uno en esencia y Trino en Personas"."Creación y Orden Sobrenatural". "Fin del mundo y el destino del hombre". "La Encarnación y la Redención". "La Gracia Divina". Y "los Santos Sacramentos".

Entre las hojas del libro de religión he encontrado unos apuntes sobre Mariología. Cinco tesis se desarrollan esquemáticamente:

"La Beatísima Virgen María desde el primer instante de su concepción fué preservada de toda mancha de pecado original por un singular privilegio mediante los méritos de Cristo".

"La Virgen María es Madre de Dios y Madre de los hombres".

"La Virgen María es verdaderamente mediadora".

"La Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María terminado el curso terrestre de su vida fue subida a la Gloria Celeste en cuerpo y alma".

"La Virgen María es realmente Reina y Reina de misericordia".

La forma de estudiar los temas era siempre la misma: Explicación de los términos. Rechazar los adversarios. Aportar la Doctrina de la Iglesia. Desarrollar unas pruebas y unos argumentos racionales según el común pensar de la Iglesia, dogmatizando los enunciados expuestos. Por ejemplo se recuerdan los dogmas definidos sobre la Santísima Virgen: 1) Inmaculada (Pío IX, 1854). 2) Sin pecado (Concilio de Trento, 1545-1563). 3) Siempre Virgen (León Magno en la "Carta Magna", Calcedonia, 451). 4) Madre de Dios (Tercer Concilio Ecuménico de Éfeso, Celestino I, 491). 5) Asunción de la Virgen (Pío XII, 1950).

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En este primer año en Zaragoza seguimos haciendo excursiones que además de distraernos del estudio, ampliábamos conocimientos de la vida real. Por ejemplo cuando fuimos a visitar las Minas de Sal de Remolinos. Fue una sorpresa, las paredes blancas de sal cristalina y los labios muy salados. Visitamos el Valle de Ordesa hasta la Cola de Caballo y pisando nieve como nunca habíamos pisado. El castillo de Loarre fue también uno de los mejores recuerdos.

Pero lo que sí normalmente hacíamos es ir a los "cantemisa" de los nuevos curas en sus pueblos. La Schola Cantorum no podía faltar nunca. Recuerdo cuando cantó misa nuestro amigo Félix Felipe en Villarreal de Huerva. A la hora de dormir nos distribuyeron por las casas del pueblo. Fui a parar a la casa de la hija del alcalde, recién casada, y que todavía no habían estrenado la casa. Dormí sobre dos gruesos colchones de lana. Qué maravilla. La sorpresa fué cuando hubo que hacer uso del excusado. Las gallinas se movían por debajo. El nerviosismo acompañó aquel momento íntimo.

Se estaba terminando de construir el ala derecha del edificio del seminario para poder traer al Seminario Menor que todavía continuó un par de años en Alcorisa. Nosotros lo observábamos todo. Por cierto que el Rector destinó a un compañero a vigilar y contabilizar los camiones de materiales que venían para las obras. Había veces que entraban por una puerta y sin descargar salían por otra.

Desde mi ventana se veía la recién construida "Casa Grande", el gran hospital de Aragón. A la izquierda estaba la antigua Feria de Muestras y a la derecha el gran colegio para huérfanos de magisterio. Hoy el IES "Miguel Catalán". En medio eran todos campos de cultivo. Más tarde construirían el Campo de Fútbol "La Romareda".

En octubre de 1956, estalló en Hungría un alzamiento popular anticomunista, que fue aplastado por las tropas rusas al servicio del nuevo Gobierno de Janos Kádar, durante el mes de noviembre siguiente. Los tanques rusos invadieron Budapest (Diccionario Enciclopédico de Espasa-Calpe, S.A. 1957). El impacto en España fue impresionante. En el Seminario de Zaragoza también. Tal es así que el compañero de curso José María, el de Muel, se arrancó en una arenga animándonos a alistarnos cual "Segunda División Azul". Naturalmente fue un fervor, no podía ser de otra manera. Pero creo que de alguna manera era bien visto por nuestros profesores. Entrábamos de lleno en la consigna de ¡Franco sí, comunismo, no! A partir de aquí empezamos a pensar de una manera más global. Después veremos hasta donde nos ha ido llevando a cada uno de nosotros el destino. Supuso nuestra primera rebelión contra este acto de Dictadura Rusa. Pero la cosa no quedaría por parte nuestra así, porque en general hemos sido poco amigos de soportar dictadura alguna.