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Arturo Bosque |
La quiebra de la racionalidad |
Por Arturo Bosque |
Juan (nombre enmascarado), un excompañero de estudios, anda, para mí, perdido por los vericuetos de las filosofías orientales. Cada vez que nos encontramos físicamente o a través del correo tradicional surge el debate. Yo, anclado a la terca realidad que nos va definiendo la Ciencia y él, flotando en un sin fin de conceptos imposibles de experimentar. El diálogo es difícil y llegar a puntos comunes, imposible pero la bonhomía que ambos practicamos hace que, una y otra vez, nos crucemos escritos o abramos debates sin fin.
Estos me dan ocasión de vez en cuando de escribir un artículo para El Escéptico Digital así que no son debates inútiles.
En su último escrito afirma que “la intuición, como medio de conocimiento, es tan válida como la razón y los sentidos físicos”. Aceptada esta frase como axioma, enumera seis evidencias que le llevan a justificar sus actuales creencias. Sin embargo a un racionalista que cree en el método científico como el mejor camino para aproximarse a la realidad, la premisa le chirría y no la acepta y, aún menos sus evidencias. Para no hacerme largo, más adelante tocaremos dos de ellas ya que las cuatro restantes son de la misma índole.
Lo malo es que esta forma de pensar no es un caso excepcional. Cada vez uno se encuentra con más gente que cree cosas, a veces estrambóticas, y cuando los acorralas con razonamientos salen, si no, con afirmaciones como la de arriba, con otras del mismo corte. Esta gente no necesariamente es inculta. Pueden ser universitarios de cualquier rama. He encontrado ingenieros, médicos o licenciados. Es sorprendente, pero es una realidad. Como en la mayoría no hay intención de engañar, los podemos agrupar en un término: crédulo. Aunque a veces sus razonamientos a partir de falsos axiomas es impecable y el concepto de crédulo se queda corto. No podemos definirlos tampoco como cándidos, confiados, incautos, o ingenuos (aunque, a veces, podemos encontrar algunas pinceladas de uno o varios de estos adjetivos). Así que a estas personas, a falta de mejor palabra, las seguiré llamando crédulos.
Volviendo al tema principal, intuición, para mí, es aquel supuesto saber que no procede directamente de la experiencia ni de la razón. Es como un fogonazo intelectual que, de vez en cuando, nos proporciona nuestro cerebro llegando a conclusiones sin haber experimentado los caminos intermedios. Es una herramienta muy importante para la ciencia. Sirve para plantear hipótesis o trazar líneas de investigación. Sin embargo, para aceptar lo que nos proporciona la intuición como conocimiento verdadero se deben experimentar todos los pasos intermedios y la intuición en sí misma.
En ningún momento en el escrito al que me refiero se usaba el concepto vulgar del término como un vago conocimiento referido a sucesos futuros (premoniciones, corazonadas, “tengo la intuición de que va a ocurrir...”). Se insistía en que era un medio de adquirir conocimiento al mismo nivel que los sentidos o la razón.
Explico mi concepto de intuición porque no hay unicidad de
significado ni en la Filosofía ni en los Diccionarios. La primera acepción de la
Real Academia dice “Facultad de comprender las cosas
instantáneamente, sin necesidad de razonamiento” y en su
segunda “Fil. Percepción íntima e instantánea
de una idea o una verdad que aparece como evidente a quien la
tiene”. María Moliner habla de
“Acto intelectivo que proporciona el conocimiento de las
cosas por su sola percepción, sin razonamientos”.
La intuición sensible de
Aristóteles con la que comienza todo conocimiento y la intuición
intelectual de Platón, por la
que se conocen las realidades únicas, eternas, inmutables (el mundo de las
Ideas) son muy diferentes. Para Descartes intuición es un concepto de la mente
pura, fácil y distinto de tal manera que no queda duda de lo que pensamos. Para
los empiristas ingleses no hay nada en el pensamiento que no haya pasado por los
sentidos. No cabe más intuición que la intuición sensible de Aristóteles
mientras para Kant las formas de intuición son independientes de la experiencia.
Creo que fue Ortega y Gasset quien dijo que intuición es el “estado mental en el
cual el objeto al que se refiere nuestro pensamiento está presente, en persona,
ante nosotros”.
Al crédulo seguro que le disgusta la segunda
acepción de la Real Academia; menos, la de María Moliner; que acepta de buen
grado a Platón y Descartes y no le hacen gracia ni Aristóteles ni los
empiristas ingleses; que le encanta Kant y la definición de
Ortega.
Al afirmar, la Real Academia que
“que aparece como evidente a quien la
tiene” trae como consecuencia que NO necesariamente
es un conocimiento objetivo. Puede ser, por ejemplo, una paranoia del sujeto. Y
eso contradice la afirmación axiomática del crédulo al que nos referimos.
Le disgustará
menos la de María Moliner porque la afirmación “proporciona el conocimiento de las
cosas por su sola percepción, sin razonamientos”
contiene un escape. Para un crédulo, una percepción puede ser
“extrasensorial” con lo que su
tesis funcionaría. Para él la
verdadera intuición es la intelectual, dando a este adjetivo un contenido de su
propia cosecha. Así que no aceptará a Aristóteles ni a los empiristas y se
alineará con Platón, Descartes y con parte de Kant.
Por supuesto que le encantará “el objeto al que se refiere
nuestro pensamiento está presente, en persona, ante nosotros” de Ortega. Aunque
no le debería encantar demasiado porque la frase está precedida por “estado
mental en el cual”. Ese estado mental no es
conocimiento. Los que sufren paranoia tienen esos estados mentales con mucha
frecuencia.
Igualar cualquiera de sus intuiciones (para él evidencias), con cualquiera de los nueve axiomas de Euclides o de sus cinco postulados es forzar el significado a extremos no permitidos. Tomemos, como ejemplo, los dos primeros axiomas euclidianos: “Las cosas que son iguales a la misma cosa son iguales entre sí” y “Si se suma lo mismo a cantidades iguales los totales son iguales”. Y veamos dos de sus intuiciones que tienen, para él, valor de conocimiento: “Sé que existe un mundo suprafísico” y “Sé que existíamos antes de venir a esta Tierra en esta vida, y que seguiremos existiendo cuando nos marchemos de aquí”. Los axiomas de Euclides son evidentes pero las intuiciones del citado crédulo sólo lo son para el que las tiene. La primera intuición (dejo para los filósofos la discusión sobre de dónde surge la evidencia de los axiomas) no se me presenta como evidente ni tampoco tengo ningún dato para poder afirmar la existencia de un mundo suprafísico. Menos, si cabe, para la segunda intuición.
Llegados a este punto, se puede comprender la dificultad de avanzar en el debate. Si el crédulo parte de “axiomas” que le muestra su intuición y que yo no reconozco como tales, difícilmente podemos seguir. No necesita demostrarme que el mundo suprafísico existe porque ÉL SABE que sí. No le interesa que le recuerde que mucha gente, que cree en su primera intuición, no cree en parte de la segunda. Todos los creyentes basados en la Biblia, creen en la vida futura pero no en la anterior. Esto no le basta a mi amigo porque SABE.
Es un problema de quiebra de la racionalidad. A partir de aquí se puede llegar a cualquier sitio.
Arturo Bosque
29/09/05
Publicado en El Escéptico Digital.