TRINIDAD...
AMOR...
PAREJA...
Por José Mª
Alcover
La Trinidad es el núcleo de nuestra fe y de nuestra vida cristiana... Ya
sé que, por desgracia, para mucho eso que llamamos “El Misterio de la Santísima
Trinidad” parece un sobreañadido irrelevante y complicado, sobre el que no vale
mucho la pena romperse la cabeza... Hay que creerlo porque así lo dice la
Iglesia, y ¡ya está!.. Así piensan algunos
cristianos.
Personalmente creo que los cristianos necesitamos urgentemente ir pasando
de de la creencia en un Dios visto como “Ser Supremo”, a la vivencia de un Dios
que es Amor;... ir pasando de venerar a un “TodoPoder”, para ir viviendo en el
“TodoAmor”.
En realidad – y permitidme decirlo de un modo que puede parecer un poco
chocante - los cristianos no somos gente que cree en “Dios” : No creemos en Dios
simplemente como un Ser Supremo Abstracto... Sino que nos sabemos hijos amados
del Padre;... amados y amantes en el Hijo encarnado en Jesús;... todo ello
gracias al Espíritu Santo del amor, quien, desde dentro, en la raíz de nuestro
ser nos asocia y nos hace participar en la alegría filial de ser amados por el
Padre, y en el gozo de amar con ese amor filialmente recibido del
Padre.
= Dios no es “Ser Supremo Todopoderoso”;... sino ¡AMOR!... Amor que
impregna toda la realidad; y en particular la realidad de nuestro propio amor
humano.
¿Qué es el amor?
Puesto que Dios es Amor, parémonos un momento, y veamos qué es eso que
llamamos “amor”... Olvidémonos un instante de Dios, y veamos, aunque sea muy
esquemáticamente, qué decimos cuando decimos “amor”
:
1)
El amor es, ante todo, salir de sí mismo, para ir hacia el otro = el amor
es “amar”... // ... Pero el amor no
se agota en el “amar”:
2)
El amor es también “ser amado”, dejarse amar... También eso es el
amor...
3)
Pero aún hay más : Cuando alguien ama (es decir: sale de sí mismo hacia
el otro), y cuando alguien se deja amar (es decir: acoge al otro que se le da),
entonces es cuando el amor llega a realizarse plenamente en ese : “nos amamos”,
que les lanza el uno hacia el otro y les une al uno con el
otro.
= El amor es pues : - “amar” – “ser amado” –
“amarse”...
Dios ES Amor
A partir de eso, que es la realidad de todo amor, volvamos ahora hacia
Dios. A Dios que, según los cristianos, ES AMOR... (Lo que voy a decir, sólo son palabras
humanas, muy pobres y limitadas, incapaces de encerrar o de expresar el
insondable Misterio de Dios. Pero que quizás nos puedan servir como muletas para
entrar en ese Misterio... Como tales os las ofrezco, por si a alguno le
sirven... Si no, ¡olvidadlas!)
1)
El amor –decíamos- es, en primer lugar : “amar”... = El “Absoluto y
Eterno Estar Amando”, ese es el “Padre” : El que está eternamente amando. Ese es
y en eso consiste el Padre : en “Estar Amando”...
2)
El amor –decíamos- es también “ser amado”... = El “Absoluto y Eterno
Estar Siendo Amado”, ese es el “Hijo”: El que está eternamente siendo amado. Ese
es y en eso consiste el Hijo : en “Estar Siendo
Amado”...
3)
Decíamos también que el amor es “ímpetu y lazo”, que lanza el uno hacia
el otro, y que une entre sí al amante y al amado... = El Absoluto, Eterno, Mutuo
Ímpetu y Lazo que hace que el amante (Padre) y el amado (Hijo) puedan decir :
“Nos amamos”, ese es y en eso consiste el “Espíritu Santo” : en lanzar y en unir
en el amor al uno con el otro...
= En esa Plenitud y en esa Comunión de Amor que llamamos Padre, Hijo y
Espíritu Santo, en eso creemos los cristianos (Y no en una especie de Ser
Supremo abstracto)... Y en esa Comunión de Amor vivimos, nos movemos y existimos
(como dice San Pablo en Hch 17,28).
Estamos zambullidos en esa Comunión de
Amor
Y eso es lo maravilloso de todo este asunto : Que ese insondable Misterio
de Comunión en el Amor, no nos es ajeno... Nosotros estamos ahí. Nosotros y el
Universo entero estamos ahí... Zambullidos; englobados; integrados en esa
Comunión de Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo...
Y concretando todavía más : Nosotros estamos, precisamente, en el Hijo =
a) Como él y en él (que es el Eterno Estar Siendo Amado por el Padre), nosotros
somos amados personalmente por el Padre Dios (que es el Eterno Estar Amando);...
y porque amados, b) como el Hijo, nosotros somos capaces de amar, con el amor
que recibimos del Padre... Todo ello, gracias a la acción del Espíritu Santo del
amor, quien, - a nosotros como al Hijo -, desde dentro, desde la raíz de nuestro
ser, nos lanza, nos abre, nos une al Padre Amante. Nos asocia al Hijo y nos hace
participar en su alegría filial de ser amados por el Padre, y en su gozo de amar
con ese amor filialmente recibido del Padre.
Los cristianos no somos mejores ni más amados que los demás... Pero hemos
tenido la suerte de descubrir la profundidad del misterio de nuestro ser... Todo
ser humano está zambullido en esa Comunión de Amor Trinitario... Los cristianos
tenemos la suerte de haber caído en la cuenta de ellos, gracias a Jesús... Y por
consiguiente, tenemos la suerte de poderlo vivir conscientemente, con mayor
gozo, y con mayor intensidad...
Todo nuestro ser y todo nuestro vivir está impregnado por esa realidad de
la Comunión de Amor Trinitario, en la que estamos
englobados.
Todo nuestro ser y todo nuestro vivir... Y muy especialmente vuestro ser
y vuestro vivir en pareja como matrimonio.
Permitidme decir también unas palabras muy esquemáticas sobre este
aspecto particular : Y es que en vuestra pareja, en el amor que vivís como
pareja, vivís el misterio de la Trinidad...
Amáis,... englobados y llevados por la
Trinidad
1º =
Amando a tu pareja, tú estás siendo cauce del amor con que el Padre Dios la está
amando; tu amor es transparencia, manifestación, encarnación del amor con que el
Padre Dios la está amando... Eso y no otra cosa significa el decir que vuestro
amor es “sacramento” : signo visible de la realidad
invisible...
2º =
Amando a tu pareja, tú la estás haciendo ser, la haces vivir, la estás como
engendrando,... a al manera como el Padre está engendrando al
Hijo...
Por eso me atrevo a decir que vuestro primer y principal hijo, no son los
hijos que figuran en vuestro libro de familia o en el registro civil. Vuestro
primer y principal hijo es vuestra pareja...
3º =
Tu amor a tu pareja – como acabo de decir – es reflejo y cauce del amor del
Padre Dios; ese amor, siendo como es “encarnación” del amor del Padre Dios, está
engendrando y filializando a tu pareja... Pues bien, eso es posible porque,
desde la raíz de tu propio ser, el Espíritu Santo del amor es quien está
haciendo posible y fecundando tu propio amor : ese amor que le tienes a tu
pareja...
= Así que el amor con que amáis a vuestra pareja está siendo llevado y
está integrado en el Amor Trinitario que es Dios...
Sois amados,... englobados y llevados por la
Trinidad
Por otra parte, también ese amor con que estáis siendo amados por vuestra
pareja está impregnado por el Amor Trinitario.
1º =
Acogiendo el amor de tu pareja estás acogiendo el amor que te tiene el Padre
Dios; disfrutando de ese amor estás disfrutando del Amor del Padre Dios... ¡Ahí
es ná!... Pero ¿te has enterao?...
2º =
Acogiendo gozosamente el amor de tu pareja estás participando en el gozo y la
alegría del Hijo, quien es puro gozo y pura alegría de saberse amado por el
Padre Dios...
3º =
Todo eso, gracias al Espíritu Santo, que está ahí, constantemente con vosotros,
abriendo vuestro corazón a todo ese amor que recibís, para que lo acojáis y lo
viváis gozosamente...
Es verdad que vivir el amor de pareja a esta profundidad, no siempre es
fácil ni evidente... Pero ahí está el Espíritu Santo, quien, desde la raíz más
profunda de nuestro ser, nos va “trabajando” poquito a poquito; y nos va
resituando constantemente, a pesar de nuestros fallos, para que esa nuestra
realidad más profunda y auténtica se vaya haciendo efectiva en nuestro vivir de
cada día.
El Espíritu Santo (: ímpetu y lazo de amor) está trabajando desde dentro
de nosotros mismos, para que, como el Hijo, podamos vivir la alegría de ser
amados, y el gozo de amar,... acogiendo el amor del Padre y regalando ese amor,
en y a través de todo nuestro amor humano... Y de un modo muy particular, en y a
través de vuestro amor de pareja...
Todo nuestro ser y todo nuestro vivir están englobados, están integrados,
participan de esa Comunión de Amor que llamamos Padre, Hijo, y Espíritu Santo...
La Trinidad no es un simple dogma abstracto que hay que “creer” sin tratar de
entender. Al contrario : La Trinidad hay que “vivirla”, ya que es la verdad más
profunda de nuestro propio vivir; la realidad más auténtica, en la que estamos
zambullidos y por la que estamos llevados...
Y perdonad si en esta charla sólo he sido capaz de aburriros... Lo
aburrido no es la Trinidad; lo aburrido soy yo, que no he sido capaz de
transmitiros toda su belleza... Ojalá al menos a alguno le entren ganas de
entrar en este Maravilloso Misterio, que es el núcleo de nuestro vivir
cristiano.
José María Alcober
De los Misioneros de África PB
OTRAS
REFLEXIONES SOBRE LA TRINIDAD
(a partir de algunos textos
de Pagola)
Dios Comunión de Amor... desde nuestra vivencia del
amor
A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han
escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente
el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo
importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» (en el sentido de “sapere”:
“saborear”) algo del amor.
La razón es
sencilla : Dios es Amor.... No “Ser Supremo”, no una realidad fría e impersonal,
no un ser (por muy “supremo” que sea) triste, solitario y narcisista. A Dios no
hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo.... DIOS ES
AMOR, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión
de personas.
A ese Dios que
es Amor, lo tocamos, (mejor: lo vivimos) cuando experimentamos y vivimos la
realidad del amor... Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados,
siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos
compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida,
estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros
proviene de él.
Por eso, el
mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan
de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos
jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos
esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que,
incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe
nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se
escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio
interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de
Dios?... Quizás pueda tener “creencias” con respecto a un “Ser Supremo”; pero
poco sabrá del Dios que se nos revela en Cristo como AMOR.
Por otra parte, quien vive el amor desde Dios Comunión de Amor, aprende
también a reconocer y a acoger con
alegría el amor que se le regala, aprende a dejarse amar gozosamente;... y
aprende también a amar gratuitamente a quienes no le pueden corresponder, sabe
dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños,
puede entregar su vida para construir un mundo más amable, más humano, y por
consiguiente más digno de Dios. Y lo puede, porque se sabe llevado por esa
Comunión de Amor que es Dios.
Dar. Acoger. Intercambiar vida y
amor.
Desgraciadamente, la Trinidad
no representa nada realmente decisivo en la vida de muchos
cristianos.
Su fe gira en torno a dos
polos: Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o
invoca en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del
que hablan los evangelios.
Si por un imposible, la
Trinidad fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su
corazón ni en su vida.
La Trinidad les resulta una
idea extraña y oscura. Una especie de "teorema” religioso para entretenimiento
de teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida
práctica.
Sin embargo, es el Dios
trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta
la estructura más profunda del hombre.
Dios es Padre, es don,
comunicación, fuente de vida.
Dios es Hijo, es acogida,... y
respuesta agradecida, amorosa.
Dios es Espíritu, es
intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.
Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor. Ese es Dios... Y por eso, esa es
la realidad más profunda que se encierra en el ser humano, “imagen y semejanza
de Dios”.
Siempre que amamos con ternura
y hacemos nacer la vida a nuestro alrededor,... siempre que somos amados con
respeto y acogemos en nosotros ese amor o amistad,... siempre que compartimos e
intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota nuestro
verdadero ser.
Lo sepa o no, el hombre, para
ser plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la
vida.... Es decir : Necesita Vivir la realidad de la Comunión de Amor
Trinitario.
Por ello, quien viva sólo para
sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará
nunca a ser humano.... Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse
a sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.
Pero las consecuencias son
todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad
o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos
deshumanizando... Y por consiguiente estamos traicionando nuestra fe en la
Trinidad, Dios Comunión de Amor;... traicionamos nuestra fe, por mucho que
sigamos confesando que creemos en Dios uno y trino
Cuando vivimos en actitud
paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a
nuestro alrededor una vida verdaderamente humana... Y por consiguiente estamos
traicionando nuestra fe en la Trinidad : Dios Comunión de
Amor...
Confesar la Trinidad como
fuente última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y
acogiendo vida, en una actitud de intercambio amoroso y
creador.
El Padre (: Eterno “Estar Amando”) es el misterio insondable de amor que,
amando, hace ser, da origen a todo lo que vive. Amando, Él es la fuente oculta
que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso.
En Él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre no sabe sino darse y darse
gratuitamente y sin condiciones. Él es así... Eterno “Estar Amando”... Y amando,
Él está conduciendo todo a plenitud, a la victoria definitiva de la
vida.
Creer en un Dios Padre es saberse acogido. Saberse amado... Dios me
acepta como soy... Sólo quiere mi vida y mi dicha total. Mi plenitud como
persona... Puedo vivir con confianza y sin temor. No conoceré la experiencia más
terrible e insoportable para un ser humano: sentirse rechazado por todos, no ser
aceptado por nadie. Dios es mi Padre. Nunca seré un extraño para Dios, sino un
hijo, un amado.
El Hijo existe recibiéndose totalmente del Padre. Él es “Eterno Estar
Siendo Amado”... Él es así. Pura acogida... Acogida del amor con que está siendo
amado por el Padre,... amor acogido con el que puede responder amorosamente al
Padre. Respuesta perfecta al Padre; y reflejo fiel del amor que recibe y acoge del Padre... Por
eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre
nosotros y la creación entera... El Hijo es nuestro hermano mayor, en quien
nosotros somos hijos participando de su propia filiación (de su propio “estar
siendo amado por el Padre”)... Encarnado en Jesús, es el que nos revela el
rostro verdadero del Padre y nos enseña a ser hijos como y en
Él.
Creer en un Dios Hijo es saberse y vivirse como amado;... acoger el amor
que nos es regalado gratuitamente por el Padre,... acogerse y vivirse a sí mismo
como amado y acogido... Saberse acompañado (estamos en el Hijo; el Hijo está en
nosotros). No estamos solos ante Dios, perdidos y desorientados, sin saber cómo
situarnos ante su misterio. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir
acogiendo y difundiendo el amor del Padre. Enraizados en él, que está
Resucitado, no conoceremos la experiencia destructora de la soledad... Quien no
sabe recibir amor, no sabe lo que es vivir. Quien no sabe dar amor, se muere...
Ser hijo es acoger el amor y dar ese amor acogido..
El Espíritu Santo es comunión de amor del Padre y el Hijo, abrazo
recíproco de amor, amor compartido, compenetración mutua. Él es así.
Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo
transforma todo.
Creer en Dios Espíritu Santo es saberse habitado por el amor. No
estamos vacíos y sin núcleo interior, indefensos ante nuestro propio egoísmo.
Nos habita el dinamismo del amor. Nuestro propio deseo de ser amados, y nuestra
propia capacidad de amar están siendo fecundados por el Espíritu Divino del
Amor... El Espíritu nos mantiene en comunión con el Padre y con el Hijo... A
nosotros, como al Hijo y en el Hijo, Él nos hace vivir la alegría de ser
amados;... y Él nos hace capaces de
amar gozosamente, como el Hijo y en el Hijo... De amarnos serenamente a nosotros
mismos, de amar al mundo y a la vida, de amar a las personas que la vida va
poniendo en nuestro camino, de amar al mismísimo Padre Dios... como el Hijo y en
el Hijo... De amar comprometidamente en este mundo, para hacer de este mundo un
mundo más fraterno, más humano,... impregnado e integrado en esa Comunión de
Amor que es Dios Trinidad...
Dios Comunión de Amor =
El ¡TodoAmor¡...
no el “TodoPoder”
Si por un imposible, la
Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia
de muchos creyentes? Probablemente, no.
Por eso queda uno sorprendido
ante la confesión del P. Varillon: «Pienso que si Dios no fuera Trinidad, yo
sería probablemente ateo... En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no
comprendo ya absolutamente nada».
Personalmente, yo tengo la
impresión de que la inmensa mayoría de los cristianos todavía no nos hemos
enterado de que al adorar a Dios como Trinidad, estamos confesando que Dios, en
su intimidad más profunda, es sólo amor, acogida, ternura... Sólo, única y
exclusivamente Amor...
Es quizás la conversión que
más necesitemos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios
adorado gozosamente como Amor... Más aún: necesitamos pasar de algunas de
nuestras “creencias” sobre Dios, para vivir conscientemente integrados en esa
Comunión de Amor Trinitario que es Dios, “en quien vivimos, nos movemos y
existimos” (Hch 17, 28) .
Dios no es un ser «omnipotente
y sempiterno» cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano
destructor, un dictador arbitrario. Una amenaza para nuestra pequeña y débil
libertad.
¿Podríamos confiar en un Dios
del que sólo supiéramos que es Omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien
infinitamente poderoso. Es mejor desconfiar, ser cautos, salvaguardar nuestra
independencia.
Pero Dios es Trinidad.
Comunión de Amor. Dinamismo de Amor... Y su omnipotencia es la omnipotencia de
quien sólo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es
omnipotente... En cristiano, decir que Dios es omnipotente es decir que nada ni
nadie le puede impedir ser y seguir siendo amor. Que nada ni nadie le puede
impedir seguir amándonos. Que siempre, en todo lugar y en cualquier
circunstancia estamos siendo llevados por esa Comunión de Amor que es
Dios.
Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito.
Dios sólo puede amar. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del
amor, nos fabricamos un Dios falso, una especie de Júpiter extraño que no
existe.
Cuando no hemos descubierto
todavía que Dios es sólo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el
interés... o desde el miedo... Un interés que nos mueve a utilizar su
omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase
de medios para defendernos de su poder amenazador.
Pero una religión hecha de
interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe
cristiana.
Sólo cuando uno intuye desde
la fe que Dios es sólo AMOR y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino
COMUNIÓN DE AMOR, presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida,
comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del
que lo único que sabemos en Cristo es que no puede no
amarnos.
Dios, discreto y humilde, porque sólo y exclusivamente
AMOR
La fiesta de la Trinidad nos
vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez : Dios sólo es Amor... y su
gloria y su poder consiste sólo en amar.
En otros tiempos, "Dios" fue
una palabra llena de sentido para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más
los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae
malos recuerdos. No interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de
Dios.
¿Cuál es la raíz profunda de
este «ateismo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que,
incluso, se llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios
como alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender
nuestra libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la
felicidad.
Aún con el riesgo de
escandalizar a alguno, me atrevo a decir que tienen razón al desear matar y
borrar de su corazón a este Dios indeseado,... y en realidad, gracias a Dios,
¡inexistente!... Y los cristianos tendríamos que alegrarnos de ello... Si lo
rechazan (insisto : con toda la razón del mundo) es porque están secretamente
convencidos de que es un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando
nuestra libertad.
No saben que ese Dios tirano y
dominador contra el que, (a veces inconscientemente pero con toda razón), se
rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad.... La clave para recuperar
de nuevo la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es
amigo humilde y respetuoso.
Dios no es un ídolo satisfecho
de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista que se goza y se complace
en su omnipotencia. Dios no grita, no se impone, no coacciona. Dios no se
exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que se quejan de que Dios es
demasiado invisible y no interviene espectacularmente en nuestras vidas, ni
siquiera para reaccionar ante tantas injusticias... No han descubierto todavía
que Dios es SÓLO AMOR... Y por consiguiente, discreto, y respetuoso hasta el
final de la libertad de los hombres.... AMOR, no en un “allá arriba” abstracto;
sino activo y presente en nuestro propio amor
humano...
La fiesta de la Trinidad nos
vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor,... y su
gloria y su poder consiste sólo en amar.
Para nosotros, la gloria
siempre es algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo,
triunfo sobre los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es
otra cosa. Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino amar. Dios
no puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a
nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos... «La gloria de Dios
consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo. La gloria de
Dios Amor, somos nosotros cuando somos amor a imagen y semejanza suya, llevados
y vivificados por esa Comunión de Amor que es Dios según los
cristianos...
Muchos hombres y mujeres
cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una
«degradación lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y
respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe
ni puede hacer otra cosa que querernos. Un Dios quien, integrándonos en su
Comunión de Amor, se hace visible en este mundo en y a través de nuestro amor
humano. “A Dios nunca le ha visto nadie; pero si nos amamos unos a otros, Dios
vive en nosotros y su amor se hace realidad en nosotros” (I carta de Juan 4,
12).
Los gestos simbólicos pueden
ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera
distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo
significado vital.
Así sucede con frecuencia con
esa cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros
mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el
espíritu que ha de animar nuestra vida entera.
Esa cruz es "la señal del
cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios
cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el
camino. Nos asegura la victoria final en Cristo
resucitado.
Pero ese gesto tiene un
significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta
el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra
frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios
Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra
vida.
Esto es lo que queremos: que
los pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra
boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un
hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo".
El gesto nos anima así a
superar la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para
vivir desde una confianza total en el Padre, siguiendo fielmente al Hijo
encarnado en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en
nosotros.
Al mismo tiempo, este gesto
realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de su
grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de Dios,
origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias por el
don misterioso de la vida.
El creyente vive envuelto por
este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir la
bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al
empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría
ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra
vida.
En esta fiesta de la Trinidad
hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la
reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También un
humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su
corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad,
agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor
insondable.
J.
A. Pagola
Creer en Dios no
es simplemente imaginar una Potencia admirable y lejana de la que depende todo.
Ni elaborar intelectualmente un gran ídolo que explique lo que nos parece
inexplicable.
Para el
cristiano, creer en Dios es aprender con Jesús y desde Jesús a vivir ante la
Realidad última que nos sostiene, nos acoge y nos espera. Descubrir con gozo que
no estamos solos. Que hay Alguien que nos defiende de irnos perdiendo sin
remedio. Alguien que nos posibilita el llegar a ser ése precisamente que
aspiramos poder ser desde lo más profundo de nuestro ser y en cuyo empeño
fracasamos constantemente.
Pero, ¿cuál es
el rostro de ese Dios, origen y destino último de todo nuestro ser? ¿Cómo dar
contenido vivo a ese nombre de «Dios» que hemos escuchado desde nuestra
niñez?
Los cristianos
creemos que todos los caminos que recorren apasionadamente los hombres en su
búsqueda de Dios pasan por uno: Jesucristo. Y es desde Jesucristo desde donde
descubrimos que Dios es trinidad.
Dios, en su
realidad más profunda, es una vida de comunidad. La comunión de tres personas
que comparten la vida en plenitud.
Dios no es un
ser solitario, vacío, frío, impenetrable, impersonal. Dios es vida compartida,
amor comunitario, comunión de personas. Dios, en lo más íntimo de su ser, es
apertura, diálogo, entrega mutua, donación recíproca, amor a otro. Dios es
pluralismo en la unidad.
Creer en la
Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es
el amor compartido en comunidad. Estamos hechos a imagen y semejanza de este
Dios. Y no descansaremos hasta que podamos disfrutar ese amor compartido y
encontrarnos todos en esa sociedad en la que cada uno pueda encontrar su
personalidad y felicidad plena precisamente en la entrega y solidaridad total
con el otro.
Por eso,
celebrar a la Trinidad no es pretender penetrar en la inmensidad de Dios y mucho
menos resolverla con el «triángulo» divino. Celebramos a la Trinidad cuando
descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios Comunidad y
cuando, por tanto, nos sentimos llamados desde lo más radical de nuestro ser a
buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir y en la
solidaridad.
Celebramos a la
Trinidad siempre que los hombres nos esforzamos, mucho o poco, por construir una
sociedad en la que las personas vayamos aprendiendo a convivir, compartir y
dialogar.
J.
A. Pagola
Son bastantes
los que, llamándose cristianos, tienen una idea absolutamente triste y aburrida
de Dios. Para ellos, Dios sería un ser nebuloso, gris, «sin rostro». Algo
impersonal, frío e indiferente.
Y si se les dice
que Dios es Trinidad, esto, lejos de dar un color nuevo a su fe, lo complica
todo aún más, situando a Dios en el terreno de lo enrevesado, embrollado e
ininteligible.
No pueden
sospechar todo lo que la teología cristiana ha querido sugerir acerca de Dios,
al balbucir desde Jesús una imagen trinitaria de la
divinidad.
Según la fe
cristiana, Dios no es un ser solitario, condenado a estar cerrado sobre sí
mismo, sin alguien con quien comunicarse. Un ser inerte, que se pertenece sólo a
sí mismo, autosatisfaciéndose aburridamente por toda la
eternidad.
Dios es comunión
interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dinamismo de amor que circula entre
un Padre y un Hijo que se entregan sin agotarse, en plenitud de infinita
ternura.
Pero este amor
no es la relación que existe entre dos que se exprimen y absorben estérilmente
el uno al otro, perdiendo su vida y su gozo en una posesión exclusiva y un
egoísmo compartido.
Es un amor que
requiere la presencia del Tercero. Amor fecundo que tiene su fruto gozoso en el
Espíritu en quien el Padre y el Hijo se encuentran, se reconocen y gozan el uno
para el otro.
Es fácil que más
de un cristiano se «escandalice» un poco ante la descripción de la vida
trinitaria que hace el Maestro Eckart: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre
le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer,
ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las
personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu
Santo».
Y sin embargo,
este lenguaje «hiperbólico» apunta, sin duda, a la realidad más profunda de
Dios, único ser capaz de gozar y reír en plenitud, pues la risa y el gozo
verdadero brotan de la plenitud del amor y de la
comunicación.
Este Dios no es
alguien lejano de nosotros. Está en las raíces mismas de la vida y de nuestro
ser. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17,
28).
En el corazón
mismo de la creación entera está el amor, el gozo, la sonrisa acogedora de Dios.
En medio de nuestro vivir diario, a veces tan apagado y aburrido, otras tan
agitado e inquieto, tenemos que aprender a escuchar con más fe el latido
profundo de la vida y de nuestro corazón.
Quizás
descubramos que en lo más hondo de las tristezas puede haber un gozo sereno, en
lo más profundo de nuestros miedos una paz desconocida, en lo más oculto de
nuestra soledad, la acogida de Alguien que nos acompaña con sonrisa
silenciosa.
J. A. Pagola