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Arturo Bosque

   

¿ Quién vigilará a los vigilantes?

¿ Quién será el maestro de los que pretenden dar lecciones?

por Eliseo Bayo

Los ciudadanos que creyeron en la necesidad imperiosa de establecer leyes internacionales, de no hacer guerras criminalmente llamadas preventivas, de no torturar a los prisioneros y no usar armas masivas de destrucción, han sido convertidos ahora en un montón de cretinos y de inútiles sociales que no están a la altura de las exigencias de los tiempos modernos

 

Los vigilantes se han hecho los amos del mundo. Ya hay respuesta a la pregunta que nos hicimos hace muchos años: ¿Quién vigilará a los vigilantes? La respuesta es muy sencilla: nadie. Son los amos del mundo. De una manera sarcástica la realidad ha corregido la antigua fórmula: "toda autoridad procede no de Dios sino del cielo". Ya es sabido que Dios se desentendió de los asuntos de los hombres y se marchó muy lejos, dejando a éstos dirimir sus asuntos. ¿Es lo que hemos estado buscando, no? Quien domine el cielo dominará la tierra, y así la máxima autoridad viene de los que poseen los sistemas de navegación más perfectos, los satélites que todo lo vigilan y todo lo escuchan, los aviones que vuelan por encima de todo control ajeno a ellos, y las armas de destrucción masiva más terribles que se puedan sospechar ( las más mortíferas de las cuales no han sido usadas todavía, a la espera del último acto). El poder que las posee no tiene contestación. Jamás ha ocurrido algo así en la historia de la humanidad, pues en los Imperios antiguos cabía que las provincias más alejadas de la metrópoli se rebelaran con alguna esperanza de éxito, y era posible también mantenerse fuera del alcance de la garra imperialista.

Demostrado. Las armas sí tienen ideología. Con los impuestos de los ciudadanos, las que se han hecho dueñas del mundo fueron fabricadas en silencio por la idea política que se apropió de ellas. Otro gallo nos cantaría si estas armas estuvieran de verdad al servicio de una idea de Justicia y de Paz universal. ¿Lo están?

El presidente de los Estados Unidos declara que su objetivo de guerra es reponer la justicia y la libertad allí donde faltan. La guerra será larga. Al margen de que esos no son modos de lograrlo, porque los modos se convierten en una definición de la idea, si tuviéramos alguna duda sobre las intenciones de los americanos que para muchos, entre los que me cuento, siguen representando la Idea que animó a los Padres Fundadores, bastaría ver quiénes son sus principales aliados. El uno representa los intereses que durante casi tres siglos han dominado el mundo a su manera y conveniencia, destruyendo naciones y pueblos a través de los tentáculos nacidos en la City de Londres. El otro, en nuestra casa, se ha transformado no en un hombre de paz que pregona el fin de la injusticia, sino en un predicador violento que no da sosiego ni tregua a las razones morales, que podrían estar equivocadas en lo práctico pero no en lo fundamental. Ya no cabe ninguna duda, por estas actitudes, de que al mundo sólo le espera el sometimiento, la Autoridad llegada desde arriba, no desde las intenciones de Dios, a los que ellos quieren inmiscuir, sino con las bombas que caerán desde el cielo.

La reciente guerra de Iraq ha producido víctimas colaterales, eufemismo inventado por la propaganda militar. La guerra sólo hace víctimas, especialmente civiles. Aterrorizar a la población, bombardear objetivos civiles, destruir hospitales y mutilar niños, utilizar armas más terribles que las que han sido prohibidas por la convención hipócrita, es una práctica necesaria para ganar la guerra. Incluso algunos todavía más hipócritas, disfrazados miserablemente de humanitarios, se escudan en esos horrores para exigir no una inmediata paralización de la guerra sino una rendición que en modo alguno es amparada por la justicia.

Las víctimas sobre el terreno anuncian que habrá otras en todo el mundo, cuando les llegue el turno de las operaciones militares siguientes. El nuevo orden ha decidido que no existe otra solución a los llamados conflictos que la guerra.

La víctima universal es la Idea que ha animado las mejores conquistas de la humanidad. La Idea de la necesidad del entendimiento, del pacto, del respeto internacional, del diálogo entre naciones enemigas ha sido suplantada por su contraria. Los avances humanitarios más importantes en la antigüedad fueron precisamente los que garantizaban el trato digno de los prisioneros, las treguas y los pactos, el respeto de las fronteras, como necesidad suprema y demostrada de no prolongar las guerras más allá de un límite donde empezaba el exterminio y nacía la propia inseguridad.

Todo esto ha fenecido con la guerra de Iraq.

Ha acabado también el honor y la credibilidad de los que murieron por las ideas de libertad, de independencia, de justicia y de respeto a los pactos entre naciones enemigas, y de los que se han considerado sus herederos. Todos los ciudadanos que creyeron en la necesidad imperiosa de establecer leyes internacionales, de no hacer guerras criminalmente llamadas preventivas, de no torturar a los prisioneros y no usar armas masivas de destrucción, han sido convertidos ahora en un montón de cretinos y de inútiles sociales que no están a la altura de las exigencias de los tiempos modernos.

Ahora cualquiera que se manifiesta en contra de la guerra y cualquiera que tiene una idea de tolerancia, de diálogo y de respeto será víctima de la intolerancia de los nuevos autoritarios. Está cogido entre dos fuegos. Entre el fuego real de los que utilizan las bombas y el fuego moral que fulmina cualquier iniciativa de gran alcance en beneficio de las pequeñas políticas de cada día.

Estamos viendo a los principales dirigentes de la derecha desplazándose cada vez más hacia la extrema derecha, siguiendo el ejemplo del gobierno norteamericano, y vemos por el contrario a la izquierda acercándose más a la derecha con el pretexto de ocupar el espacio que dejó aquella al huir de él. Los partidos políticos convertidos en máquinas electorales y en instrumentos de poder para los profesionales de la política, que han hecho de ella su modo de vida, han rebajado elección tras elección la propuesta de grandes temas. Ahora no queda ni un asomo de aquella Utopía que alentó las ansias de transformación de la sociedad.

La izquierda empezó a perder el alma cuando renunció a los grandes principios, fundamentalmente al dejar a los trabajadores, los que hacen funcionar realmente el mundo por su número, por su papel en la producción y por su estructural contribución a la estabilidad social, en la cuneta. La organización política de los trabajadores fue suplantada por los políticos profesionales que fueron renunciando cada vez más a los grandes principios y convirtiéndose en meros administradores o gestores de la maquinaria del Estado, y la democracia se resintió en sus cimientos. Lo que hace grande a la democracia no es la habilidad de la burocracia en reproducirse y ensancharse, no son los partidos políticos convertidos en instrumentos de sí mismos, endogámicos, no es su identificación con la mediocridad, con las asignaturas contables, con los programas carentes de espíritu, sino los grandes sueños de transformación y de avance social en lo cultural, en lo científico, en lo tecnológico, en la insatisfacción permanente, en el desarrollo de los grandes principios.

Internacionalmente, la guerra de Iraq ha arruinado el sistema formal de la democracia. Se acabó el papel de las Naciones Unidas como árbitro internacional. Con su fin se clausura definitivamente el largo periodo surgido tras la II Guerra Mundial, se acabó el mundo de los bloques. La ONU ha dejado de existir porque no puede ser más un equilibrio de poderes, ni intervenir en los asuntos del mundo. La asamblea democrática mundial por excelencia, con el voto de cada una de las naciones, ya fue poco operativa en sus primeros pasos, pero al menos ayudó durante algunos años a mantener un cierto equilibrio y una cierta contención. Los grandes principios ya no tienen cabida en el mundo actual. No ha caído sólo el muro de Berlín. Se ha desmoronado el Renacimiento, se ha enterrado a la Revolución Francesa de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, se ha liquidado el sistema de economía política de los Padres Fundadores, de Hamilton y de los hermanos Carey. Se ha asesinado a la Libertad, al auténtico Liberalismo, en nombre de su hijo bastardo el neoliberalismo engendrado por los que nunca creyeron en la Libertad.

¿Quién puede formar ahora a la gente en las ideas morales ciudadanas? ¿Qué queda para formar la conciencia laica, independiente, verdaderamente progresista que mira a un lado y a otro, buscando la verdad dondequiera que esté sin temerla, y educa a los hombres para la transformación de la sociedad por el bien de si misma? ¿Quién conocerá y combatirá los intereses generalmente escondidos alrededor de una mesa camilla en un cuarto oscuro?

La mayoría de la gente está viviendo en la incertidumbre de su futuro económico, y sus hijos se ven sometidos a hipotecas que les acompañarán, en el mejor de los casos, toda su vida. Unos se recluyen en la evasión y en los pequeños placeres que pueda darles la vida cotidiana, y otros van hacia los movimientos espiritualistas que se ponen de moda porque interpretan la angustia de las gentes buscando otros destinos a su Destino.

Hacen falta los maestros que se han formado durante años en la lucha por su propio perfeccionamiento. Faltan maestros secretos no porque sus enseñanzas sean secretas sino porque no hacen alarde alguno de sus conocimientos y enseñan al mundo su manera de ser. Hacen falta maestros del altruismo, del rigor en el pensamiento, de la búsqueda, que practiquen la Solidaridad, la Caridad, la Justicia. Maestros que hayan vencido el orgullo, la jactancia, el afán de novedad, las vanidades del mundo, dispuestos a entregar su vida pero no a perder el tiempo. ¿Hay lugar todavía para ellos en este mundo?

Eliseo Bayo