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A PROPOSITO DE JOSE TOMAS |
Por José-Luis Félez Soriano |
Seguro que en estas últimas fechas (otros, antes) todos han oído hablar de José Tomás, el torero de Galapagar que en cuestión de tan solo diez días, ha cortado siete orejas en la Plaza de las Ventas, de Madrid, el más importante coso taurino del mundo y donde más cuesta conseguir trofeos, habiendo salido a hombros por la puerta grande en la primera ocasión, no pudiéndolo hacer en la segunda porque tuvo que ir de urgencia a la enfermería con tres heridas por asta de toro, una de ellas de carácter grave, heridas que le infligieron los dos astados que le correspondía matar.. Sus dos triunfos se han catalogado como el del arte el primero y el del valor el segundo.
Y una vez más, la polémica ha saltado al ruedo externo, a la calle, en donde el aficionado goza el arte y sufre el valor del torero grande. Allá donde la incomprensión lucha ferozmente con la admiración, donde la emoción se sobrepone al temblor, donde parte del estrés que recién ha acabado de soportar el torero lo ha traspasado al aficionado, que lo ha recibido con ensoñación.
Hace tan solo unos días oí a un doctor especializado en medicina taurina explicar las características que singularizan al torero y decía que tenía razón la opinión popular cuando dice que los toreros están hechos de otra pasta. El estrés que sufren antes del inicio de la corrida es bastante más alto que el de cualquier persona en circunstancias máximas, cuyo corazón no podría soportarlo. En el inicio de la corrida sienten una aceleración mucho mayor que la del examinando minutos antes de empezar el examen, sosegándose una vez están enfrentados, ambos, torero y alumno, a la fiera. Pero el drama para el torero no para ahí: es en el comienzo de la segunda faena, cuando su corazón se siente más estresado. Hubo un torero, (no recuerdo su nombre) que se prestó a la experiencia y fue controlado desde la habitación del hotel en que se vestía para ir a la plaza, hasta la vuelta a la misma habitación para quitarse el traje de luces, sin dar gracias a Dios y besar repetidamente a las tradicionales e innumerables vírgenes a quienes se encomiendan sus colegas, porque dice no creer en eso, y descansar un rato.
¿Y qué tiene de particular José Tomás para armar semejante tumulto, semejante afán por verle en vivo y en directo, como para llegar a pagar por una entrada (¡qué bestialidad, Señor!) la increíble cantidad de 3.000? Mi afición por los toros no llega a esa aberración, ni aunque mis posibilidades me lo permitieran (a otras puedo acceder y no lo hago por la misma razón, aunque hablemos de 300). Pues tiene, fundamentalmente, dos cosas que ya han sido nombradas más arriba, pero ellas en grado sumo, rozando lo indescifrable, lo imaginable: Un arte muy fuera de lo común y un valor muy por encima del valor de los demás compañeros de profesión (aunque para ponerse delante de un morlaco de 550 Kg. hace falta mucho, muchísimo valor, aunque se tenga poco arte). No sé cuál de las dos cosas pesa más en él, tan enclenque y poca cosa como es, pero también estimo que le falta una tan importante como éstas: la sabiduría. Sabiduría para saber hasta dónde se le puede conceder al enemigo que tiene delante, para estar por encima de él en todo instante, para no dejarse prender con tanta facilidad y frecuencia, para apreciar bastante más su vida, sin que por eso hubiera de restarle nada de emoción. La gente, el aficionado de verdad, no goza con la vista de la sangre; y aunque soporta la del toro, que para eso está hecho, le resulta insufrible la de su contrincante, el torero. Queremos que triunfe siempre la inteligencia sobre la fuerza, que nunca ocurra al revés. Un torero de leyenda, Pedro Romero, dijo en cierta ocasión que si el torero es herido por el toro, ha sido, siempre, por falta de magisterio. Y el enorme Marcial Lalanda dijo que a él le gustan los toreros que se arriman, pero le gustan más los toreros que torean. No queremos héroes, queremos toreros, artistas. De la misma manera que no quiero un alpinista que intente coronar el 8.000 que tiene a su alcance solo por esa razón, sin contar con las adversidades climatológicas, ni el amigo del submarinismo que baja a cotas donde pone en riesgo su oxigenación, ni Jorge Lorenzo corriendo como lo está haciendo ahora con los dos tobillos rotos. Eso ni es deporte, ni es valor, ni debe ser aplaudido más de la cuenta.
Pero todo esto no debe alimentar el espíritu antitaurino, ni provocar sonrisa alguna con tono despectivo, acompañándola de un ¿ves? ya decía yo que es una salvajada. Pues mira, no, no lo es. Y no lo será nunca mientras iluminemos las naves de las gallinas en la granja, completamente hacinadas, para que pongan más huevos; ni electrocutemos a los cerdos para saborear su jamón y embelesarnos con su chorizo ibérico o pata negra; o empapucemos a los patos para obtener ese tan suculento paté; ni permitamos que haya pescadores que, solo por divertirse que ni siquiera para comerlos, hacen pasar una crueldad a los pobres peces. Y en todo esto, no hay ni arte, ni cultura, ni explotación ganadera, ni multitud de puestos de trabajo
Pero, no nos salgamos del tema. Aún más, terminémoslo: Maestro José Tomás, cuídate mucho, aprende sobre todo del toro, de su vida y de sus posibles reacciones, que no te hiera tanto; domínalo hasta ese extremo, engáñalo con arte, que la tienes toda, sigue poniendo en la arena el valor que te adorna. ¡Pero que no te mate el toro! ¡No tienes derecho a privarnos de ti, de tu arte, de tu valor! Y cuenta con mi oración, aunque a ti no te haga ni fu, antes de cada tarde que te vayas a poner delante de un toro.
JOSE LUIS FELEZ SORIANO
Zaragoza, junio, 2008
A los dos días de explayarme conmigo mismo hablándome de este fenómeno, viene en la prensa la concesión del Premio Paquiro (al que no pudo, obviamente asistir) y no me resisto a la tentación de transcribir un párrafo que en su discurso hizo el Ministro de Cultura:
Cuando oigo hablar del respeto al toro el respeto del torero al toro, quiero decir-, siempre recuerdo ese momento de la Ilíada en el que Aquiles derrota a Héctor, ata su cuerpo al carro y lo arrastra extramuros. Después el rey Príamo acude a Aquiles para suplicar el cuerpo de su hijo, y es en ese momento cuando Homero pone en boca de ambos ese respeto del que hablo. Aquiles ha matado a Héctor, al que admiraba profundamente, y Príamo admira a Aquiles (se parecía a los dioses, llega a decir) a pesar de haber acabado con la vida de su hijo.
Pues bien, cuando veo a José Tomás cruzar la plaza entre aplausos mientras se llevan al toro, siempre recuerdo ese momento sublime de la Ilíada. El torero, con su mirada, se conduele con su noble adversario en la lucha. Ha vencido a la muerte, pero el trofeo se lleva una parte de sí mismo
Y desde la cama del Hospital donde se recupera de su grave cogida, José Tomás les dijo:
Para mí torear es vivir. Y vivir para mí es torear. Me siento vivo porque he toreado como yo siento, he vivido en torero y he sentido el toreo poro a poro, destilándose en mi cuerpo día a día. Y soy feliz por ello . Para mí ha sido un sueño cumplido. Por eso quiero acabar con una letra de Camarón de la Isla: Vivir y soñar, vivir y soñar Sólo voy buscando mi libertad