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Arturo Bosque

El Invierno

Por Enrique Gómez

Ayer (10-2-04), a las dos de la tarde me salí de paseo. Atmósfera limpia. Cierzo encalmado. Sol suavecito. Están los almendros en flor. Se afanan las  abejas. Hay trabajadores modélicos en la Naturaleza. Apuntan las sementeras .Casi todas las viñas están podadas y los sarmientos, recogidos. Sólo vi a un agricultor, un extranjero, recogiendo sarmientos. Los pájaros en invierno buscan los abrigos y los barrancos.

Llegué hasta el pinar. Había algunos nidos o capullos de procesionaria. Casi los preparan tan bien como los gusanos de seda. En su interior esperan los huevos a que llegue la primavera, para que ellos puedan salir y atacar a las hojas de los pinos. En el pinar todavía quedaban restos de la intensa escarcha. El hielo y la nieve purifican la tierra durante el invierno.

Subí a la cumbre del pinar y de Algairén, y me bajé a la antigua dehesa de dos familias encinacorberas. Me encontré con un pastor. Me dijo que era del vecino Codos, que había arrendado esta dehesa y que llevaba 350 reses; casi todas, ovejas.

- Este invierno no sé qué pasa. Ya se me han muerto siete

-El invierno -le respondí yo- es muy duro para los viejos y para los débiles.

Cogido por las patas, llevaba pendiente un corderito. Su madre al lado, pendiente de él. Si lo dejaba en el suelo, ya se tenía en pie y acudían otras ovejas como queriendo atenderlo. Sus crías habían quedado en el redil.

- Ha nacido esta tarde. Ella es primeriza. ¡Cuánto los quieren!

Me lo dijo así, en plural. Se saben ganado, se saben conjunto, se saben madres. Cerca había una cabra con un braguero imponente.

- Me parió ayer dos cabritillos, me explicó el pastor.

Por cierto, se llama Pascual y me dio recuerdos para su primo José, que hace muchísimos años se vino a Encinacorba, donde se casó.

- Sólo dos veces he llegado hasta aquí. Mi madre me decía, que, de moza, venía aquí para arrancar lentejas. Fíjate ¡Tenían que levantarse a las dos de la mañana para llegar al tajo al amanecer y andando! Y al mediodía, volver andando a Encinacorba. ¿Y qué cobrarían de jornal?, le recordé yo.

- El trabajo era penoso. Yo mismo he visto esas cuadrillas de mujeres y de críos. Tengo ya sesenta años.

Los dueños de la dehesa sembraban cereales y legumbres. Hoy está yerma. En sendos rediles cobijaban el ganado durante el verano.

Me despedí de él. Le dije que sería muy difícil que volviera a verme por aquellos parajes. Eran las cinco.

- Tienes para hora y media de camino hasta Encinacorba, terminó él.

- Pero una vez suba ahí, a la cumbre, ya será todo bajar, terminé yo.

Subiendo y bajando me acordaba yo de las cabrillas (corzos) del pinar de Encinacorba. No pude ver a ninguna. Yo nunca he visto a ninguna. Los cazadores de jabalí las ven alguna vez. No las pueden matar. Está prohibido.

Estamos en el invierno climático y algunos condiscípulos, en el invierno existencial.

Esperemos todos un invierno existencial que purifique nuestra vida. Yo, concretamente, me preparo para una buena muerte: morir en paz conmigo mismo y con todos que me han conocido o me pueden y me podrán conocer. Más aún:morir en paz con todo que me rodea, con mi circunstancia, que diría Ortega y Gasset. Me será fácil. No tengo descendencia y ya no quiero más vidas. Con ésta he tenido y tengo bastante.

Enrique Gómez Lázaro