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Arturo Bosque

La muerte

Por Laureano Molina

La experiencia.

Serían las tres de la madrugada cuando alguien golpeaba en la puerta de la Casa Parroquial. Naturalmente yo me encontraba sumido en un profundo sueño. Esperé que nuevamente golpearan la puerta para saber que se me llamaba a enfrentarme con la realidad. Los familiares de la Señora María habían pasado el Río Ebro con el pontón del “pescatero” para que les acompañara y diese la Extrema Unción. Durante el trayecto me instruían para que lo hiciera de tal manera que ella no se enterara y para que no se asustara. Le había dado una embolia cerebral. Personalmente no estaba muy convencido en dar la Unción “de tapadillo”.  Yo tenía veintisiete años y una ilusión de cura recién estrenado. Me puse al lado de la enferma, le hablé al oído, le dije quien era, y que su familia, toda su familia, estaba junto a ella. Yo quería aportarle mi cariño, y el cariño de Jesucristo. Por eso estaba allí. Le dije que tuviera confianza en todos y en sí misma, y que no pasaba nada, pero sí que estaba muy enferma Mientras la ungía con el Santo Öleo se echó a llorar y nosotros con ella. El llanto la hizo “desahogarse”, y de tal manera que la Señora María se repuso y vivió unos cuanto años más.

El Señor Jorge se quiso confesar y comulgar porque estaba gravemente enfermo por una pulmonía que había contraído a raíz de estar en los calabozos de la Guardia Civil. Le achacaron el robo en una “casa rica” del pueblo, y le obligaron a confesar lo que él nunca hizo. Me hice solidario con él, sufrí con él, y le acompañé hasta que murió. “El cura estuvo a su lado”, al lado del presunto “ladrón”. Todavía recuerdo la “confesión” del verdadero autor del robo a pesar de haber pasado cuarenta años. Frecuentemente me sigo haciendo esta pregunta: “¿puede el secreto de confesión amparar la injusticia, la falsedad y la mentira?. Y lo que es más todavía la condena del inocente?.

El Señor Román, portero del Seminario de Zaragoza, durante tantos años rodeado del bullicio de los seminaristas, murió completamente solo en el Barrio de Casablanca, donde vivía después de jubilarse. Su esposa había fallecido con anterioridad. Se encontró su cadáver después de llevar más de un mes muerto en su casa.

Cuando volví de la calle, allá por los años cuarenta, mi abuelo había muerto y estaba ya amortajado. Era el abuelo con quien yo me había criado a falta de mi padre, exiliado en Burdeos por causa de haber perdido la guerra. Mi admiración por él era inmensa. Mi madre me dijo si quería darle un beso de despedida. Se lo di y quedé extrañado de que estuviera tan frío. Murió rodeado de los suyos. Lo recuerdo con la misma admiración y agrado que cuando estaba vivo.

Mi madre y mi suegra quisieron morir en casa desechando los cuidados técnicos del hospital. Nosotros estuvimos de acuerdo con ello y sus muertes fueron lo menos traumáticas posible. Mis hijos, pequeños entonces, estuvieron presentes y  despidieron a sus abuelas antes de ser llevadas al cementerio.

Cuando nuestro compañero Félix Cardiel moría su mujer lo tenía cogido de la mano. Después puse mi mano sobre su frente, todavía caliente, deseando recibir su última energía, la energía de un luchador incansable por la libertad y la justicia.

No hace muchos años leí el libro del Círculo de Lectores “Cómo morimos” de Sherwin B. Nuland, de New Haven, Junio de 1993, que recomiendo su lectura y del que pretendo sacar algunas ideas.

... “la muerte tiene diez mil puertas distintas para que cada hombre encuentre su salida”, Jhon Webster: “La duquesa de Malfí, 1612.

Acepto plenamente la visión de Arturo y la tengo presente al hacer mis reflexiones. Acepto especialmente su visión realista de la vida. Más aún, necesito su visión realista y científica de la vida.

Pero, ¿después de la muerte qué?. Pues lo primero que cabe pensar es que lo mismo que antes de la vida. Si antes de la vida, de nuestra vida, no tenemos conciencia, es de suponer que después tampoco la tengamos. Solo sabemos de quien procedemos, porque así se nos ha dicho, y quien nos sustituirá porque así lo estamos viendo.

Por lo tanto “no solo no somos insustituibles, sino que debemos ser sustituidos”. Frente a las fantasías de inmortalidad y de la eterna juventud, están los intereses de nuestra especie y la continuidad del progreso de la humanidad, y de los intereses de nuestros propios hijos. “Los viejos deben morir, o el mundo se agotaría y solo volvería a engendrar el pasado”, Tenyson. La frase parece fuerte pero así es la vida y así es el progreso dialéctico de la humanidad. Unos mueren y otros siguen viviendo. Debemos desdramatizar la muerte, nuestra muerte, en función de más vida y de más vidas.

Decía Michel de Montaigne (S. XVI): “Vuestra muerte es una parte del orden universal: es una parte de la vida del mundo... Es la conclusión de vuestra creación”.

“Haced sitio a otros como otros os lo hicieron”.

La muerte será más fácil si durante la vida pensamos en ella. Hay que preparase y aprender a morir... “La utilidad de la vida no está en su duración sino en su uso: alguno ha vivido largo tiempo y ha vivido poco”.

Hay muchas puertas para morir. Unas nos las abre la propia naturaleza en el sentido que Arturo nos explica, y otras nos las abren los demás, y las menos son abiertas por voluntad propia. Muerte natural, muerte por accidentes, suicidios, eutanasia. Muertes violentas, homicidios, asesinatos, guerras, hambres. Por voluntad de los Poderes Gobernantes. Muertes por temeridad, irreflexión. Muertes por enfermedades, Alzheimer, Sida, Cáncer. Muertes por melancolía, soledad, falta de ganas de vivir, etc...

Aprender a morir.

“Que su memoria sirva de bendición”, dicen los rabinos judíos.

“En la muerte no hay mayor dignidad que la de la vida que la precedió”.

“No dejemos morir solo a ningún ser humano”.

“Ocultar la muerte que llega, y que impide la certeza de la muerte, es lo más desolador de las muchas formas de muerte solidaria. Si el individuo no sabe que se muere, no podrá participar en esta comunión final con sus seres queridos. Permanecerá aislado y abandonado cuando más se necesita de la promesa de compañía espiritual en el último momento”.

“La terrible soledad es el tema de “La muerte de Iván Ilich” de Tolstói. La mentira era para Iván su mayor tormento. La muerte debe de ser algo natural y la que no hay que ocultar a nadie”.

Con el moribundo, y precisamente por ello, hay que extremar la empatía. Donde hay amor, hay cercanía.

En nuestros días la norma es apartar la muerte de nuestra vista. Es la “muerte invisible” descrita por el historiador francés Philppe Ariès. “Morir es feo y sucio y ya no toleramos fácilmente la fealdad y la suciedad”. El hospital ofrece a las familias un lugar donde pueden esconder al enfermo incómodo, que ni el mundo ni ellos pueden soportar”.

“Una muerte digna tiene su origen en una vida plena y en la aceptación de la propia muerte como un proceso necesario de la naturaleza que permite a nuestra especie perdurar tanto en nuestros hijos como en los de los demás”. “La muerte es el verdadero acontecimiento que tiene lugar al final de nuestra vida”.

En mi opinión hay que desterrar nuestro miedo a “asustar” al paciente. El moribundo debe sentir la presencia solidaria de los suyos. Todos deberíamos tener la certeza de no ser abandonados a morir solos. Mientras hay esperanza debemos animar al médico a desarrollar todo el esfuerzo posible por la sanación del enfermo. Pero el enfermo, y en la medida que pueda, debe contribuir a su esperanza de vida, pero sabiendo que en último término será “lo que Dios quiera”.

Con todas esta reflexiones no se pretende mas que nos habituemos a la idea de que es bueno morir, porque así lo requiere el desarrollo de la naturaleza. Educándonos para morir, sabremos mejor cómo vivir.

“Cuando se aproxima la muerte hemos de soportar algo más que dolor y tristeza”. “Es la carga del remordimiento”: conflictos sin resolver, heridas sin cicatrizar, potenciales no realizados, promesas incumplidas y años que nunca más se vivirán”. “De ahí que deberíamos vivir cada día como si fuera el último”. Y “vivir cada día como si fuéramos a permanecer en la tierra para siempre”.

“A cada generación ha de sucederle la siguiente”. “Contra las implacables fuerzas y ciclos de la naturaleza no puede haber victoria duradera”. La naturaleza tiene sus propios planes.

Estamos en una época que no es la del arte de morir, sino la del arte de salvar la vida, pero los dilemas siguen siendo numerosos.

El Doctor Nuland, a quien nos estamos refiriendo constantemente, concluye: “Del mismo modo que he visto algunos luchar demasiado tiempo, he visto a otros rendirse demasiado pronto, cuando aún se podía hacer mucho, no solo para conservar la vida, sino también la alegría”.

“Para el que muere y para quienes le aman, las expectativas realistas son la mejor garantía de la serenidad”. Morimos para que el mundo pueda continuar viviendo.

La visión de Arturo es tan necesaria, a mi modo de ver, como la visión de Alcober. Realismo de ateo científico e idealismo de amor místico se complementan irremisiblemente. “Tuve hambre y me diste de comer”...Amar y luchar por crear una vida digna para todos los seres de esta tierra, es amar y luchar por los mismos seres en nombre del Dios en que se cree. Solamente así es como nos preparamos para saber morir. La muerte no es un fracaso. La muerte es dejar paso.

Laureano Molina

Zaragoza a 28-06-05.


 

Con fecha 11-7-2005 apareció en la lista SUBPORTICA este comentario de Arturo Bosque:

He leído la intervención de Laureano. Me parece excelente: las experiencias relatadas son muy vivas, buenas recomendaciones de libros, citas interesantes y reflexiones que en algunas ocasiones coinciden con las mías. ¿No habrá aquí más de un ateo?:-) (Como no me veis, os digo que esta pregunta está hecha con una media sonrisa de picardía. Todo con suma delicadeza) Un abrazo, Arturo

 

Y con la misma fecha llegó una respuesta de Laureano Molina titulada "Tu Ciencia y mi Dios" que decía:

Arturo, ¡qué bien tus vacaciones! Me alegro.
 
Efectivamente, más de uno hay ateo. Personalmente yo soy ateo de las "creecias interesadas" (?) que otros han elabarado en nombre de Dios y "para bien mío". No es lo mismo creer en Dios, que creer en teólogos "oficiales" desde el poder, y en cuanto poder, del vaticano, que desde la fuerza del ejemplo personal a la luz del Mensaje de Jesús.
Pero mi creer en Dios, "cosa vaga y confusa", comienza en creer en el hombre y en todo lo que el hombre pueda conseguir con el avance de su ciencia. Soy ateo como tú. Lo único que quizás nos pueda diferenciar es que, cuando tú pudieras "quedarte quieto" esperando las novedades científicas, yo lo hago por un empuje que no sé de donde me viene. Pero aquí tú tambien estás. Lo cual supone que ni tu ateismo ni mi teismo nos separan, y ni siquiera nos distingue. La mejor prueba es que si yo tuviera que elegir entre tú y Dios, te elegiría a tí. No hacerlo supondría que tampoco podría decir que "creo en Dios". Lo más próximo a mi eres tú. Dios es una creencia que debe llevarme a que si tú, de alguna manera me decepcionaras, yo tendría que seguir creyendo en tí. Y ello en el sentido profundo, eficáz, y superador de todas las contradiciones, que "nuestra miopía" pueda engendrar.
Para mí esto es el "espíritu de Alcorisa". Lo dije la primera vez: "antes que todas las diferencias que podamos tener adquiridas a lo largo de nuestras vidas separadas, está el cariño de niños que nos teníamos". Ese cariño de niño podría ser un reflejo de mi Dios.
Creo como tú en todo lo que tú crees, o no crees, y lo único de simple matíz que nos "sepera" es que mientras tú apuestas por el realismo científico, yo además  apuesto y me gusta soñar.
Y después de creer en tí, naturalmente en tí pongo a toda la humanidad, pues estoy hablando del hombre, no de Arturo como individuo, para eso ya tienes a los tuyos que te quieren mucho más y mejor que yo, creo en el Mesaje de Jesús que en definitiva me anima también a creer en Dios, en su Dios, y en el Padre de todos. Pongamos aquí toda la historia de hombres que han creído en los demás antes que cuidarse de sí mismos.
No sé si queda clara mi postura. De palabra resultaría más fácil.
 
Laureano Molina.
 
Zaragoza, 11-07-05