PAJARO DE MAL AGÜERO |
Por José-Luis Félez Soriano |
Amigos míos:
Hace
tan solo unas fechas os contaba mi sufrimiento ante la
persecución que me vi obligado a realizar de mi canario Rufino.
Cada vez que lo pienso me asaltan más preguntas, lo veo como
más extraño.... Tardé dos horas largas en volver desde que me
fui a las 8. ¿A qué hora se largó él? Pienso que debió ser
inmediatamente antes de mi llegada. Pero, no obstante, ¿bajó
derechito desde el balcón o se posó sobre alguna rama de los
árboles que hay ante la casa? ¿Cantó a los transeúntes? ¿O
se limitaba a mirar a todos lados, extrañado ante unos
horizontes sin rejas? Fuera como fuere, bajó con elegancia,
aleteando, hasta posarse en el suelo con suavidad, sin pegarse
ningún golpe que le hubiera, por lo menos, fastidiado la pata. Y
lo que está claro es que no se puso nervioso. Debió gustarle.
En la forma de trinar, sin llegar a ser canto rítmico, se le
notaba. Estaba contento y retador. Los días siguientes desde
aquel, os aseguro que vigilaba atentamente que la puerta no se
quedara abierta. No estaba dispuesto a pasar otro trago amargo
semejante...
Y, sin embargo, el que me tenía reservado hoy, mejor
dicho, nos tenía reservado, ya que si en aquel suceso estuve
solo, el de hoy lo he compartido con mi mujer, con quien
regresaba de paseo. Estoy haciendo un esfuerzo importante para
escribir estas líneas y comunicaros la triste nueva, porque los
ojos se me nublan debido a unas impertinentes lágrimas. ¡Qué
poco valemos los hombres ante lo mucho que vale un canario! Mi
mujer se ha derrumbado, abatida, en el sofá. Sus lágrimas,
silenciosas, eran mucho más abundantes y llamativas. Ya no nos
interesaban las noticias que pudieran reservarnos el telediario,
ni si en el Hospital Central curaban por fin al último paciente
o si C.S.I. desvelaba la muerte violenta de Jhon, o las
posibilidades que, al fin, tenía el Barça de adjudicarse la
Liga. Ella seguía llorando, mientras yo, huyendo de la tragedia
con la actividad, limpiaba la jaula.
Hay unos pájaros negros, cuya raza desconozco, que
en su color llevan impresa la maldad que atesoran sin límites.
Uno de ellos, se ha lanzado sobre la jaula, ha atemorizado al
canario, le ha hecho perder, pobre, las medidas de sus palotes,
las distancias más lejanas, los puntos más inaccesibles, y
matándolo, ha sorbido su cabecita y sus entrañas.
Pienso que si le hubiera pasado el día que se
escapó, hubiera muerto en libertad. Pero en ambos casos, yo me
hubiera sentido culpable. Y en ambos casos, mi mujer y yo
hubiéramos llorado.
José-Luis
Félez
De Sofía, mi hija:
Hola, papá.
Espero que ya se te haya pasado el disgustillo
del pájaro. La verdad es que Rufino, para
ser un canario, ha llevado una vida excitante. A ver cuántos
pájaros pueden decir que han vivido en Madrid, en Zaragoza y en
Cabañas de Ebro. Y que se pasearon por el Actur, que quisieron
comer en un chino y que su dueño escribió su hazaña para la
posteridad.
Y además, ya domesticado y con una vidorra que para
qué. Al próximo tendremos que seguir educándolo en la misma
línea, que con este ha salido muy bien.
Y, bueno, aguzaremos la imaginación a ver cómo
podríamos conseguir proteger a los canarios de los otros
pajarracos asquerosos.
En fin, la vida, que es cruel a veces, y no solo con
las personas...
¡Qué pena! A mí también se me escapó alguna
lágrima mientras hablaba contigo e intentaba quitarle
importancia. Pero, y me reitero en lo que te he dicho, me parece
que dentro de que no era libre, ¡ya quisieran los presos del
mundo tanto amor y tantos cuidados y tantas aventuras en sus
jaulas! Así que...
Un besazo, papi, y demos gracias a Dios porque nos ha
regalado el consuelo de las lágrimas y la profundidad de las
emociones, que el que es capaz de amar a un canario es el que es
capaz de amar a los demás.
Sofía.