Recordando a Domingo Laín | Por José Mª Alcober, Gonzalo Borrás, Laureano Molina |
Estimado Don
Santiago.
Como le
anunciaba en un correo anterior (que supongo recibiría), ya estoy de vuelta en
Sevilla. Así que le voy a poder contar lo que recuerdo de Domingo Laín en su
relación con los Misioneros de África Padres Blancos.
Sí; en nuestros tiempos
de estudiantes en el Seminario de Zaragoza Domingo y yo fuimos muy buenos
amigos. Creo incluso poder decir que, en nuestros años de filosofía, fue mi
mejor amigo. Durante las vacaciones él estuvo varias veces en mi pueblo
(Valdeltormo) y yo estuve en el suyo (Paniza). En el seminario estábamos en el
mismo equipo (algo así como un equipo de “revisión de
vida”).
Coincidíamos en muchas
cosas. Por ejemplo, un profundo entusiasmo por la persona de Cristo. Recuerdo a
Domingo como un gran enamorado de Cristo. Apasionado... Coincidíamos también en
una insatisfacción con la realidad eclesial y social en la que vivíamos aquellos
años. Queríamos y buscábamos un cristianismo más auténtico, más radicalmente
evangélico, más vivo, y más comprometido en la vida... Desde nuestra amistad con
la persona de Cristo, tanto Domingo como yo compartíamos una preocupación por
los más olvidados de otros continentes. Yo había pensado en lo que entonces
llamábamos “las misiones” desde mis primeros años de seminario; pero ese fuego
misionero había quizás disminuido un poco
con las “filosofías” que nos ocupaban. La amistad con Domingo contribuyó
a avivarlo.
Pero había también
diferencias entre Domingo y yo. Creo que él era más “rompedor” que yo... Quizás
por eso él se podría encontrar más en su salsa en América Latina que en África,
mucho menos “socialmente revolucionaria”, y más centrada en la “descolonización”
(esperando que esa descolonización conllevaría ese cambio en la justicia
social;... lo cual, de hecho y por desgracia, no ha sido así... Pero este es
otro tema).
A finales de nuestros
años de filosofía (quizás en 1959) creamos en el seminario el “Grupo África”, en
el que estábamos, entre otros, Domingo y yo. (Había otro “Grupo América”; pero,
en aquel momento, Domingo optó por el de África). En ese grupo procurábamos
informarnos sobre África, e intentábamos informar al resto de los seminaristas
sobre los problemas africanos.
Varios del grupo (entre
otros, Domingo y yo), estábamos dispuestos a ir a África. Pero ni Domingo ni yo
queríamos ingresar en una orden religiosa, aunque fuera misionera. No queríamos
ser “frailes” – como decíamos entre nosotros. Queríamos seguir siendo sacerdotes
diocesanos, porque juzgábamos que estaban más cerca de la gente. Las estructuras
de una “orden religiosa” nos parecían (con razón o sin ella) ser barreras que
limitarían, por una parte, nuestra inserción en la vida de la gente; y por otra,
el servicio a la Iglesia como tal: no queríamos servir los intereses de una
“orden religiosa”, sino los de la Iglesia... De esos temas hablábamos muchas
veces Domingo y yo.
Hablamos de todo ello
con el Sr. Arzobispo, que en aquellos momentos era Don Casimiro Morcillo. En
acuerdo con él queríamos ir a trabajar a las órdenes de un Obispo africano,
siguiendo incardinados en Zaragoza. Pensamos incluso ir a terminar los estudios
de teología en un seminario de África, para formarnos ya en una perspectiva más
africana. El Sr. Arzobispo estaba totalmente de acuerdo con eso; y empezamos
incluso a tomar contacto con algún Obispo de África (en Rwanda y en el Congo
concretamente).
Pero, en un momento
dado, Domingo empezó a dudar... Me dijo también que su familia (y creo recordar
–aunque de esto no estoy del todo seguro- que en particular alguno de sus
hermanos) se oponía a esa “aventura”... El hecho es que Domingo, siguiendo en el
Grupo África, no acababa de decidirse.
En enero o febrero de
1960, tres compañeros (Porta, Ciria, y yo) le escribimos al Sr. Arzobispo,
diciéndole que estamos dispuestos a marcharnos el curso siguiente a África, a
estudiar en un seminario africano... Él está de acuerdo con nosotros y nos
apoya; pero no da el paso.
Hacia el mes de marzo
el Arzobispo nos llama de nuevo, y nos comunica que en su visita “ad límina” a
Roma ha consultado nuestro proyecto con lo que entonces era “Propaganda Fide”; y
que este Dicasterio romano no es favorable a ese proyecto. Así que el Arzobispo
nos invita a buscar otros cauces, si es que queremos ir a
África.
Al final de ese curso,
José Mª Porta y yo decidimos entrar en los Misioneros de África Padres Blancos.
Si elegimos los Padre Blancos fue, en gran parte y en línea con lo que he
explicado en los párrafos anteriores, porque no son “religiosos” en sentido
estricto. (Junto con nosotros vino también otro compañero del seminario, un poco
mayor y que ya era sacerdote: Alfonso Continente). En el mes de agosto de 1960
fuimos a Francia para empezar nuestra formación misionera, que yo continuaría
luego en Bélgica.
Al año siguiente (1961)
también Domingo se decidió a ir a los Padres Blancos, y en agosto fue a hacer el
noviciado en Gap (Francia)... Entonces yo ya estaba en Bélgica, continuando mis
estudios de teología; con lo cual yo ya no conviví nunca más con Domingo, aunque
nos seguimos escribiendo algunas cartas.
Por lo que yo sé,
Domingo apreció y aprovechó mucho la formación del noviciado, en particular la
formación espiritual y la formación bíblica. Por lo que sé por algunos
compañeros que convivieron con él en esa época de noviciado, Domingo dejó muy
buen recuerdo, tanto en sus compañeros como en sus
formadores.
Pero a final de curso,
decidió regresar a Zaragoza.
¿Porqué no continuó con
los Padres Blancos?
Por lo que yo sé, creo
que el motivo principal fue el siguiente = Los Padres Blancos no son
“religiosos” en el sentido canónico de la palabra, sino “sociedad apostólica de
vida común”. Una vez enviados a una diócesis africana, en todo lo que es el
trabajo pastoral, trabajan a las órdenes del Obispo local, y todas sus “obras”
(parroquias, colegios, hospitales, etc. etc.) no las guardan como suyas o del
instituto, sino de la Diócesis africana. Esto era algo que respondía a nuestras
aspiraciones, tanto de Domingo como mías... Pero los Padres Blancos tienen como
norma esencial el vivir y trabajar siempre en equipo (equipo o comunidad de al
menos 3 personas)... Desde un cierto idealismo y desconocedor de la realidad
africana de la época, Domingo consideró que esa “estructura comunitaria” podía
ser un impedimento para insertarse y compartir plenamente la vida de la gente.
(Recordar lo que he explicado un poco más arriba de nuestro ideal cuando
estábamos en Zaragoza). Creo que ese fue el motivo por el que no continuó con
los Padres Blancos.
Por desgracia, no
conservo ninguna de las cartas que intercambiamos en aquella época, y con las
que documentar esto. Pero por lo que yo sé y recuerdo creo sinceramente que ese
aspecto fue decisivo.
Lejos uno de otro, mis
contactos con Domingo se fueron reduciendo. Recuerdo que nos seguimos
escribiendo; incluso que le procuré algunos libros en francés sobre Biblia y
Teología (teóricamente más avanzado que lo que se publicaba en España por aquel
entonces). Domingo tenía muchos deseos de saber.
Yo me fui a África en
1965. La distancia y la dificultad de las comunicaciones en aquella época
hicieron que al final perdiera todo contacto con Domingo.
Hoy, tantos años
después, con historias parecidas en algunos aspectos, diferentes en otros, pero
en fidelidad a los mismos ideales juveniles que vivimos juntos, lo sigo
considerando como uno de mis mejores amigos.
Bueno, espero que estos
datos y estos recuerdos le ayuden a llenar el hueco sobre ese aspecto y esa
etapa de la vida de Domingo, que según lo que me decía en su carta, es la época
sobre la que tiene menos documentación y sobre la que me pedía que le comunicara
lo que yo sé. Cuando aparezca el libro que prepara sobre Domingo, espero que me
avise. Lo leeré con verdadero interés.
Dígame también, por
favor, si ha recibido este correo. Si no recibo noticias, dentro de unos días
intentaré mandárselo por el correo ordinario. Y gracias por recoger
documentación y escribir sobre Domingo. Sus amigos aprovecharemos de sus
investigaciones y leeremos con gusto su libro.
Le saluda
afectuosamente
José María Alcober